Educación superior: mucho ruido
MANUEL
GIL
¿Han
trabajado duro en la Subsecretaría de Educación Superior este sexenio? Sin
duda. ¿Éxitos? En el Balance de la Educación Superior 2006-2012, son hartos, a
tiempo o antes de lo planeado. Metas superadas. Lo que hace falta es conocer
los resultados: la intensidad del trabajo no es mérito sin mostrar sus efectos.
Se acrecentaron los indicadores que deberían conducir a la mejora del sistema.
¿Hay evidencia de su impacto? Se supone que de alcanzar cierta medida, de forma
directa e inmediata, se logra un efecto preciso. Ese es, justo, el supuesto de
base y es falso. Por ello, el beneficio real de las políticas queda en la
penumbra.
Paradoja:
opacidad al rendir cuentas. El cambio en los procesos educativos es lo que hay
que mostrar y dar evidencia; es trivial la obsesión por incrementar a toda
costa los guarismos. A cada palomita en los indicadores, anotado en el balance
de la Subsecretaría, subyace una pregunta sustantiva.
La tasa
de cobertura total llegó a ser equivalente al 35%, y la escolarizada al 30, del
grupo de edad 19 a 23 durante las dos administraciones panistas. ¿Cuántos
jóvenes de ese grupo forman, en efecto, parte de la matrícula de licenciatura?
¿Cuál es la neta? Quizá 24%. La autoridad elude ese dato.
Se
fundaron 140 Instituciones de Educación Superior (IES) y se ampliaron espacios
en 96 ya existentes. Más mexicanos en los estudios superiores es un logro,
siempre y cuando las escuelas a las que llegan sean tales: con profesores bien
preparados, instalaciones suficientes y acervos informativos vastos. ¿Fue así,
o el acceso se redujo casi siempre a un pupitre y a una credencial. No lo
sabemos. Más lugares sin asegurar su calidad es demagogia. Frente a este
riesgo, priva el silencio.
Se
duplicó en el sexenio la matrícula en programas no escolarizados. Ya es el 10%
del total de mexicanos que estudian educación superior. ¿Son, sus usuarios, los
más capaces de ser autodidactas, o se otorga este modalidad a los menos
avituallados de destrezas para aprovecharla? No hay datos. ¿Egresan, aprenden o
suelen miles nada más tener nombre de usuario y clave de acceso, hinchando
datos? Quién sabe.
La
dependencia afirma que en 2006 había 514 mil estudiantes que pertenecían a los
deciles de ingreso del I al IV, y en 2010 casi 800 mil. El avance es
considerable. Significa que el 40% de los más pobres cambió del 20 al 31% de la
matrícula total. Sin embargo, con sus propias cifras, en 2010 los deciles I,
II, III y IV que se detallan en el documento representan al 2, 4, 5 y 8% de la
matrícula: 19%. No hay consistencia en la información. Por otro lado, los tres
deciles superiores aportan al 48%, y más de un tercio van a escuelas
particulares.
¿Dónde
están ubicados los más pobres del país, que sorteando obstáculos enormes llegan
a la educación superior? Como el conjunto institucional está segmentado, pueden
estar, quizá, en las instituciones con menos tradición, solvencia académica o
costo: el informe omite esos datos.
Las
becas han crecido de 220 mil al iniciar el sexenio, a más de 800 mil. Enorme
crecimiento. Lo que uno esperaría es que, con esos apoyos, la tasa de
permanencia y término de los estudios fuese mucho mayor. ¿Ha sido así? El
informe calla. Hay más profesores de tiempo completo, y con posgrado. No es
baja la proporción que pertenecen al SNI. Bien. ¿Cómo se ha reflejado esto en
la calidad de la docencia? ¿Los estudiantes saben más? El documento no dice nada.
Entre 2007 y 2012 se otorgaron, por medio de fondos especiales, 74 mil millones
de pesos nominales (40% de aumento real) a las IES. Es mucho dinero. ¿Esto
condujo a una mejor educación para los estudiantes? De nuevo, nada se comenta,
ni siquiera cómo lo podría haber hecho.
En
síntesis, indicadores cumplidos. Excelente. ¿Y el efecto de todo esto en el
aprendizaje de los alumnos, su permanencia y capacidad para insertarse en el
mercado? Silencio. Se celebra la mejoría de los instrumentos, pero no la idoneidad
para lo que fueron diseñados. El impacto real es difícil de medir; el aumento
de cantidades y proporciones muy fácil. Indicador mata sustancia: aplauso en
palacio asegurado. Ruido. Lástima que eso no sea, ni de lejos, lo que requiere
el país. Artículo publicado en El Universal
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