Caciquismo resplandeciente
Despechos
y desafíos
Narcoanálisis
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Julio
Hernández López
La
profesora Gordillo tiene recurrentes problemas a la hora de hablar en público.
Con frecuencia batalla para pronunciar ciertas palabras o acaba modificándolas
sin mayor explicación que su urgencia de salir de esos atorones verbales
vergonzosos. Pero a la poderosa Elba Esther la definen sus hechos, más que sus
palabras, sean éstas bien o mal formuladas.
Ayer, por
ejemplo, la gramática elbista fue de pleno poder, caciquilmente correcta y con
intencionales excesos, entre retadores y complacientes, convertida
escenográficamente en oradora combativa, vanguardista insurreccional del
dinosaurismo sindical que presiona a su retoño encopetado para que no apruebe
reformas laborales que afecten al paraíso intocado de esos representantes de
los trabajadores.
Lo más
llamativo fue el desdén hacia la posibilidad de ser nombrada secretaria de
Educación en el gobierno de su nuevo aliado tentativo e impreciso, Enrique Peña
Nieto. No aceptaría esa designación, dijo, pero añadió una consideración ruda:
no será sirvienta de nadie, más que del sindicato en el que en realidad es
omnipotente patrona, el SNTE. Aun cuando luego se disculpó por el uso de ese
término, con el que catalogó como criados a quienes aceptan ser servidores
públicos, entre ellos algunos destacados personajes del pasado remoto que
ocuparon la SEP, Gordillo en realidad dijo lo que quería decir.
La mujer
escandalosamente enriquecida gracias a las cuotas sindicales de los
trabajadores de la educación utilizó con sentido despectivo el trabajo de
millones de personas que se ganan la vida auxiliando en los trabajos domésticos
y que merecerían de alguien con presunto sentido de reivindicación laboral una exaltación
e incluso ayuda organizativa. Pero la madre de una senadora, abuela de un
diputado federal, dueña de un partido político y jefa máxima de un robusto
sindicato, pretendía mandar a su dubitativo socio, Peña Nieto, el mensaje de
que no será subordinada de éste ni tendrá mando político encima.
Elba
Esther se asume sentada en la sala del poder, frente al poderoso en tránsito
sexenal, en un diálogo cordial, respetuoso, sin rubores, pero no como parte de
un equipo o de una servidumbre (no deja de haber en esa referencia a la
sirvienta uno más de los desahogos crudos que Gordillo ha tenido contra
Josefina Vázquez Mota, la secretaria de Educación del calderonismo a la que la
cacica maltrató abiertamente y no borra de su lista de cobros políticos eternos).
Sin
equívocos, pues, la sucesora de Carlos Jonguitud Barrios, impuesta por Carlos
Salinas de Gortari, establece las líneas de su tradicional apoyo condicionado
al gobernante en turno, más allá de las circunstancias en que éste haya llegado
al poder e incluso valiéndose de sus deficiencias y taras. A Felipe Calderón,
la cómplice del fraude electoral de 2006 le restriega en la cara, casi con
música de Juan Gabriel: ayer me necesitaste y ahora me rechazas. Y se lanza
contra las organizaciones ligadas a Televisa que impugnan el desempeño
magisterial, como Bécalos y Mexicanos Primero.
Que nadie
tenga dudas del poderío caciquil y para ello está allí, compañero, solidario,
Carlos Romero Deschamps, otro ejemplo de abuso impune. El congreso de
controladísimo acceso en el que se corea el clamor para que Elba Esther siga en
el poder, se cambió de sede, de Rosarito, Baja California, a donde se
encaminaba una testimonial caravana de profesores deseosos de expresar
oposición a la chiapaneca, a Playa del Carmen, en Quintana Roo, con el frívolo
gobernador de esta entidad a un lado. Policías federales mantienen un cerco
impenetrable para que los delegados gordillistas puedan sesionar a gusto y
estallar de júbilo cuando la generosa lideresa anuncia que les donará una computadora,
para que se vayan adentrando en las innovaciones tecnológicas, y que tendrán
dos días de merecidísimo asueto, luego de emitir el voto que todos saben a
quién favorecerá y de aprobar los acuerdos que solamente una persona decide, la
sirvienta-patrona que orgullosamente nomás lo es del SNTE. Publicado en La Jornada.
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