El
escritor hizo una lectura de su libro más reciente en la Sala Nezahualcóyotl
atiborrada
Miles de
jóvenes gritaron ¡viva Galeano! y un goya monumental
Muchos,
bajo la lluvia, se deleitaron con quien ha dado voz a los indignados
Cada
día debe tener una buena historia que contar y de eso se trata esta noche,
inició el autor uruguayo
El
recinto resultó insuficiente y hubo que habilitar las salas contiguas e
instalar bocinas
Mónica
Mateos-Vega
Más
de 3 mil personas, en su mayoría jóvenes, colmaron ayer la Sala Nezahualcóyotl
y los cines del Centro Cultural Universitario (CCU) de la Universidad Nacional
Autónoma de México (UNAM) para escuchar al escritor Eduardo Galeano
(Montevideo, 1940).
Muchos
se quedaron fuera, bajo la lluvia, intentando dar portazo a la sala de
conciertos que resultó insuficiente para albergar a los admiradores de quien ha
dado voz a los indignados, señalaron algunos de los presentes.
El
enojo de quienes no consiguieron un lugar en los recintos se calmó cuando los
organizadores del acto les acercaron un par de bocinas para que pudieran
escuchar los relatos que llegó a contar el autor uruguayo, quien durante una
hora leyó fragmentos de su libro más reciente, Los hijos de los días (Siglo
XXI).
Lectura
dedicada a López Austin
Eduardo
Galeano dedicó la lectura a su amigo Alfredo López Austin, “uno de los que
mejor ha sabido penetrar la memoria escondida de nuestra América. Justamente el
título de mi libro proviene de algo que escuché en una comunidad maya, una de
las fuentes de investigación de Alfredo, ahí les escuché decir ‘nosotros somos
los hijos de los días’, refiriéndose a que en la cultura maya el tiempo funda
el espacio.
Esa
frase me quedó zumbando en la cabeza y resultó ser el título más adecuado para
este libro. Puede ser que sea verdad lo que dicen los científicos, que estamos
hechos de átomos. Pero a mí un pajarito me contó que estamos hechos de
historias. Entonces cada día debe tener alguna buena historia que contar, de
eso se trata esta noche.
En
las primeras filas se encontraban los muchachos que llegaron por la mañana a
formarse para encontrar un buen lugar en el acto que se inició a las 18 horas
en punto. Entre ellos Roberto Antonio Cabrera, estudiante en la UNAM del quinto
semestre de la carrera de derecho, quien esperó desde las cuatro de la
madrugada: “leo a Galeano desde que tenía 10 años; me apasiona su narrativa,
tan sencilla y tan mística, dice las cosas tal cual, con un toque de humor, él
inventó ese género, la crónica con sentido del humor.
Pero,
sobre todo, su escritura representa la de quienes estamos siendo ignorados, la
de quienes somos invisibles ante los grandes poderes económicos y políticos; él
es la voz de muchos jóvenes a quienes nadie escucha, la voz de quienes somos
discriminados: jóvenes, mujeres, indígenas. Y aquí estamos con él los que
tenemos años esperando un momento para ser escuchados.
Roberto
contó su historia de admiración por Galeano, con la misma pasión con la que lee
las del autor: “un día llegué a Uruguay, llegué al centro de Montevideo, grité
a los que pasaban: ‘soy fan de Eduardo Galeano’, hasta que alguien me dijo,
‘ah, Galeano, él va muy seguido al café Brasileiro’. Entonces me senté en ese
lugar tres días a esperarlo, hasta que llegó, lo conocí, me firmó mis libros.
Voy
a ser abogado, constitucionalista, porque quiero especializarme en derechos
humanos. Galeano me ha influido: el querer proteger a los débiles.
Contra
la humillación
Las
más de tres mil narraciones de motivos por los cuales estar esa tarde
escuchando a Galeano –recién galardonado con el premio Amalia Solórzano de
Cárdenas–, se entrelazaron con las certeras historias del escritor, quien
cosechó aplausos cuando habló de los miedos de comunicación; de los primeros
emigrados: Adán y Eva; de la derrota de la civilización en Bolivia, cuando se
expulsó a la empresa McDonalds; de los herejes Copérnico, Giordano Bruno y
Galileo, perdonados muchos siglos después por la Iglesia, justamente cuando se
convirtió en santo a quien los condenó.
Cientos
de personas alrededor de la palabra de Galeano, escuchando atentos, con la
sonrisa pintada en el rostro, sobre todo, con la ironía incrustada en
reflexiones acerca de la homosexualidad, del puritanismo, de la doble moral de
quienes luchan contra el terrorismo y no buscan a los verdaderos traficantes
del miedo.
No
faltó el relato acerca del futbol, deporte del que el autor se declaró adicto,
pero del que denunció que está también enfermo de racismo.
Luego
de 60 minutos, debido a motivos que no puedo ahora explicar, el escritor cerró
la noche con la lectura de un texto acerca de Emiliano Zapata y Ernesto Che
Guevara, asesinados por negarse a aceptar la humillación como destino. Estalló
un ¡viva Galeano!, y un inmenso goya universitario, ofrecido por un público de
pie que, no obstante el breve encuentro –como lo calificaron algunos
asistentes-, siguió comentando, bajo la pertinaz lluvia, los relatos, las
ideas, las certezas, las esperanzas. Publicado en La Jornada.
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