El contexto de la
política educativa: oportunidades y desafíos
Pedro
Flores-Crespo
¿Es el
actual contexto político y social igual al que vivimos hace 10, 15 o 20 años?
Obviamente no; por ello valdría la pena intentar una breve descripción de qué
tendencias, conflictos y nuevas situaciones están surgiendo en el medio
educativo para intentar un análisis distinto de la política educativa de
México.
En primer
lugar, pienso que la educación, al contrario de hace algunos años, forma parte
de un movimiento de opinión pública mucho más plural, constante y profesional.
El tema educativo se ha ubicado en los medios de comunicación con mayor
frecuencia y los debates sobre la calidad académica, equidad, financiamiento,
el papel del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE), entre
otros temas, han ocupado recurrentemente un lugar primordial en el trabajo de
periodistas, empresarios, líderes de opinión, intelectuales, políticos,
académicos y comentócratas.
Aún
cuando sigue habiendo puntos de vista simplistas, la opinión sobre los temas
educativos se ha enriquecido gracias a la generación y disponibilidad de
información que hace 10, 15 ó 20 años no teníamos. Los resultados de las
pruebas de logro escolar (Pisa, Excale, Enlace), de los concursos para
maestros, de los registros nacionales de información y de los informes y
panoramas educativos que elaboran las agencias nacionales de evaluación han
sido una pieza clave para incentivar el debate público sobre la educación e
impulsar un movimiento de opinión pública mucho más sólido y consistente. Esto
en una democracia frágil como la de México no es poca cosa. La inconformidad
que hemos desarrollado por los resultados educativos y la manera en que se
conduce el sistema educativo del país puede crecer y, eventualmente, propiciar
cambios si existe una opinión pública informada, amplia y activa.
Otro
elemento que es distinto a hace 20 años es la concentración y distribución de
poder político para definir agendas educativas, delimitar problemas y ejecutar
acciones en el ámbito de la educación. Aún cuando siguen existiendo actitudes y
programas centralistas (la Alianza por la Calidad de la Educación, por
ejemplo), así como atribuciones exclusivas del poder ejecutivo,
específicamente, de la Secretaría de Educación Pública (SEP), los gobiernos de
los estados poseen ahora una creciente centralidad en el desarrollo de las
políticas. No en balde se creo hace menos de diez años el Consejo Nacional de
Autoridades Educativas (Conaedu), que está formado por los titulares de las
secretarías de educación de los estados y por autoridades federales con el
propósito de convenir acciones para el desarrollo del Sistema Educativo Nacional.
Asimismo,
el cuerpo legislativo ha sido capaz de corregir iniciativas del titular del
ejecutivo en materia educativa y ahora parece estar organizado de manera
distinta para encauzar el desarrollo de las políticas públicas. Aparte de la
pluralidad partidista e ideológica que existe desde hace tiempo en la Cámara de
Diputados, ahora hay actores ajenos a este órgano legislativo que son
legalmente reconocidos para representar los intereses de organismos sociales y
privados. Los “cabilderos”, como se les conoce, tratarán de persuadir a los
legisladores de tomar decisiones alineadas a sus creencias e intereses. Es de
llamar la atención que en esta legislatura, hubo 542 solicitudes para ser
“cabildero”, pero sólo se aprobaron 252 (46%). En la comisión de educación, se
dice, habrá 205 de estos actores políticos (El Universal, 02/11/12, nota de
Ricardo Gómez). Como bien puede suponerse, bajo este escenario, las políticas
públicas ya no pueden ser vistas, ni analizadas como el mero resultado de un
complot, capricho del Banco Mundial, o voluntad de uno o dos actores – por más
poderosos que éstos sean.
Las
políticas educativas, en el contexto actual, son sujetos de intensa
negociación, conflicto permanente y visiones encontradas. El problema es que la
relación entre pluralidad y eficiencia no siempre es tan clara y directa, como
asumió el presidente electo, Enrique Peña Nieto (EPN) al reunirse con
gobernadores perredistas. Habrá que construir nuevos mecanismos institucionales
para procesar la fuerza política. El diálogo público y abierto es uno de estos
mecanismos. ¿Lo entenderá el nuevo gobierno o nos querrán recetar “reformas
estructurales” sin que medie uno o varios debates? ¿Estará el gobierno de EPN
dispuesto a abrir la discusión para conformar un programa educativo que
incorpore la crítica y proponga políticas y programas de nueva generación o
seguiremos promoviendo una política educativa cerrada, basada en la
multiplicación de programas, inyección de insumos (computadoras, dinero,
tabletas) y en la simulación (“mientras negocio en privado con los líderes
sindicales, digo públicamente que la reforma necesita de los maestros”)?
Así como
existe una opinión pública más informada, información independiente, creciente
pluralidad, dispersión de poder y reglas distintas para participar en el
configuración de las políticas, también tenemos en el contexto actual de las
políticas educativas los casos de de las escuelas normales, de la Universidad
Autónoma de la Ciudad de México (UACM) y de Nueva Jerusalén. Estos fenómenos revelan
desatención por parte de la autoridad federal y estatal, una compleja relación
entre gobiernos locales, rectores y comunidades universitarias, así como un
preocupante fanatismo. Si no queremos que este tipo de fenómenos se repitan es
hora de quitarnos la máscara política que nos tatuó el régimen autoritario. Es
hora de promover el diálogo público y abierto entre los diversos actores y ver
cómo los nuevos funcionarios son capaces de persuadir con argumentos y acciones
a los que no pensamos igual. ¿No sería esto un buen comienzo para un gobierno
que requiere legitimidad y actuar con eficiencia?
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Académico
de la Universidad Iberoamericana (UIA)
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