Educar
¿para qué?
OTTO
GRANADOS
La
educación se ha vuelto, como los remedios caseros del siglo pasado, la panacea
para todos los males. Lo mismo sirve para ser productivo que encontrar un buen
empleo; para mejorar la competitividad que reducir la desigualdad; para innovar
que para ser feliz; para hacerla bandera político-mediática y con ello buscar
un empleo en el próximo gabinete. Es, quizá, pedirle demasiado.
Pero
en lo que hay pocas dudas es en que la educación —es decir, la buena educación:
pertinente, excelente y oportuna— tiene una relevancia moral en la que pocos se
detienen porque se ha perdido de vista que no es un utilitario sino un
instrumento para algo tan simple como una vida mejor. Me explico.
La
semana pasada participé en un ejercicio estimulante que tiene que ver con la
importancia del arte y la cultura en la formación de los niños y jóvenes. En
las escuelas menos conocidas, lo mismo en la montaña de Guerrero que en
Veracruz, hay gente que está tratando de ofrecer una buena educación a partir
de la experimentación de disciplinas que, en complemento del conocimiento y de
la destreza lógica, también faciliten comprender el mundo que nos rodea y,
desde luego, a quienes son parte de él.
Esto
es lo que Martha C. Nussbaum, la gran filósofa del siglo XXI, llama
“imaginación narrativa”, o sea, la capacidad de asumir cómo sería estar en el
lugar de otra persona, de interpretar con inteligencia, como ella dice, el
relato de esa otra persona y comprender sus sentimientos y expectativas, entre
otras razones porque ese ejercicio es indispensable para funcionar en un mundo
en el que no estamos solos.
Educar
no es sólo liberador. Es también una manera de aprender a argumentar, a
discutir, a descubrir la razón en el otro y, sólo después, arribar a juicios
más o menos sensatos. Más aún: es una vía para construir ciudadanía en la
medida en que la democracia se funda en el debate, la polémica, el conflicto y no
importa que ocurran sino al revés: es bueno que ocurran porque pone a prueba
los hábitos que permiten procesar todas esas manifestaciones y los enriquece
con otros puntos de vista.
Pues
bien, al menos la educación debe servir para todo eso. Ya es bastante
lamentable que el sistema educativo mexicano esté capturado por la baja
calidad, los intereses políticos y la ineficiencia presupuestal como para que
todavía pasemos por alto cuestiones tan elementales como estas. Si la batalla
por una muy buena educación estuviera perdida en el futuro, es obligado
conservar al menos la convicción moral de que las cosas están muy mal en este
terreno y deben ser corregidas.
Dicho
con F. Scott Fitzgerald: “La prueba de una inteligencia superior es la
habilidad de tener en la cabeza dos ideas opuestas y sin embargo seguir
funcionando. Saber por ejemplo que las cosas no tienen remedio y mantenerse sin
embargo decidido a cambiarlas”. og1956@gmail.com
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