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martes, 6 de noviembre de 2012


Educar ¿para qué?
OTTO GRANADOS
 
La educación se ha vuelto, como los remedios caseros del siglo pasado, la panacea para todos los males. Lo mismo sirve para ser productivo que encontrar un buen empleo; para mejorar la competitividad que reducir la desigualdad; para innovar que para ser feliz; para hacerla bandera político-mediática y con ello buscar un empleo en el próximo gabinete. Es, quizá, pedirle demasiado.

Pero en lo que hay pocas dudas es en que la educación —es decir, la buena educación: pertinente, excelente y oportuna— tiene una relevancia moral en la que pocos se detienen porque se ha perdido de vista que no es un utilitario sino un instrumento para algo tan simple como una vida mejor. Me explico.

La semana pasada participé en un ejercicio estimulante que tiene que ver con la importancia del arte y la cultura en la formación de los niños y jóvenes. En las escuelas menos conocidas, lo mismo en la montaña de Guerrero que en Veracruz, hay gente que está tratando de ofrecer una buena educación a partir de la experimentación de disciplinas que, en complemento del conocimiento y de la destreza lógica, también faciliten comprender el mundo que nos rodea y, desde luego, a quienes son parte de él.

Esto es lo que Martha C. Nussbaum, la gran filósofa del siglo XXI, llama “imaginación narrativa”, o sea, la capacidad de asumir cómo sería estar en el lugar de otra persona, de interpretar con inteligencia, como ella dice, el relato de esa otra persona y comprender sus sentimientos y expectativas, entre otras razones porque ese ejercicio es indispensable para funcionar en un mundo en el que no estamos solos.

Educar no es sólo liberador. Es también una manera de aprender a argumentar, a discutir, a descubrir la razón en el otro y, sólo después, arribar a juicios más o menos sensatos. Más aún: es una vía para construir ciudadanía en la medida en que la democracia se funda en el debate, la polémica, el conflicto y no importa que ocurran sino al revés: es bueno que ocurran porque pone a prueba los hábitos que permiten procesar todas esas manifestaciones y los enriquece con otros puntos de vista.

Pues bien, al menos la educación debe servir para todo eso. Ya es bastante lamentable que el sistema educativo mexicano esté capturado por la baja calidad, los intereses políticos y la ineficiencia presupuestal como para que todavía pasemos por alto cuestiones tan elementales como estas. Si la batalla por una muy buena educación estuviera perdida en el futuro, es obligado conservar al menos la convicción moral de que las cosas están muy mal en este terreno y deben ser corregidas.

Dicho con F. Scott Fitzgerald: “La prueba de una inteligencia superior es la habilidad de tener en la cabeza dos ideas opuestas y sin embargo seguir funcionando. Saber por ejemplo que las cosas no tienen remedio y mantenerse sin embargo decidido a cambiarlas”. og1956@gmail.com


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