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viernes, 9 de noviembre de 2012



El Quinto Encuentro Nacional de Tutoría: el estudiante como joven
ADRIÁN DE GARAY

Desde el pasado martes 6 y hasta este viernes 9 de noviembre se está celebrando en las instalaciones de la Universidad de Sonora (UNISON), en la ciudad de Hermosillo, el “Quinto Encuentro Nacional de Tutoría”, convocado por la Asociación Nacional de Universidades e Instituciones de Educación Superior (ANUIES), y la propia UNISON.

Con el objetivo general de “sensibilizar a los actores del proceso educativo sobre la importancia de reconocer al estudiante como joven y como sujeto activo de su formación, en el contexto de un ejercicio institucional responsable de la acción tutorial”, el Encuentro logró convocar a más de 200 ponentes y con una asistencia promedio de 500 participantes. Una respuesta que refleja el interés e importancia que a nivel nacional han adquirido los programas de tutorías en el sistema de educación superior mexicano, particularmente en las instituciones públicas.

Hay que destacar que en este Encuentro, dos de los cuatro ejes temáticos que se establecieron en la convocatoria se refieren explícitamente al sujeto central a quien está dirigido cualquier programa de tutoría que es el estudiante. Pero a diferencia de los cuatro encuentros anteriores, por primera vez en la convocatoria y sus ejes temáticos, se menciona explícitamente la necesidad de reconocer a los estudiantes como jóvenes. De tal manera que habrá que conocer a detalle los aportes emanados del mismo, pues se trata de un cambio sustancial en la orientación del Encuentro, al considerar a los estudiantes también como jóvenes, pues los sujetos que acuden a nuestras aulas, talleres y laboratorios son estudiantes y jóvenes, lo que los constituye con identidades diversas.

Atender e incorporar una dimensión analítica e institucional como es la juventud no es trivial, lleva consigo un serio reto como investigadores y como instituciones responsables de conducir su aprendizaje en la universidad. Incluso, me atrevería a sugerir que incorporar la dimensión de lo juvenil, podría llevarnos a replantear, al menos en parte, los objetivos, el sentido, los alcances de los programas de tutorías.

Cuando partimos del hecho de que a los estudiantes es preciso también considerarlos como jóvenes, significa reconocer que se trata de sujetos que su mundo de vida no se acota al mundo escolar. Esa diferencia es de fondo, pues nos obliga a salirnos de la “caja” de la institución escolar, no solamente como investigadores, sino también como docentes y como universidad.

Aunque se puede rastrear y comprobar la existencia de las tutorías en nuestro sistema de educación superior desde hace varias décadas en algunas instituciones, hay que reconocer que la tutoría, como hoy la conocemos y se ha desarrollado en la mayor parte de las instituciones, fundamentalmente en las públicas, son producto de las políticas públicas que ha llevado a cabo el gobierno federal desde el año 2001, a través de tres instrumentos centrales: los Programas Integrales de Fortalecimiento Institucional, los PIFIS, el Programa Nacional de Becas, el PRONABES, y el Programa de Mejoramiento del Profesorado, el PROMEP.

Los programas de tutorías, hay que reconocerlo, son más el resultado de un nuevo ciclo de políticas públicas que se han impulsado desde el sexenio de Vicente Fox por parte de la Subsecretaría de Educación Superior, que producto de un esfuerzo articulado y organizado desde la base de las propias instituciones.

Y me temo que en más de un caso, los programas de tutorías son la respuesta obligada, forzada incluso, que las autoridades de las universidades han emprendido, casi como seguir un manual administrativo, porque saben bien que de su instauración y reporte de los avances logrados, depende en parte la obtención de recursos financieros por parte del gobierno federal.

Comparto plenamente que las instituciones deben impulsar los programas de tutorías, que los mismos logren pleno reconocimiento y validación institucional, y entre un importante conjunto de docentes que tienen que estar debidamente formados para ello. Pero debemos evitar a toda costa que las tutorías se constituyan en programas burocratizados y simuladores como ocurre en amplias zonas de las instituciones, y que lo jóvenes universitarios vean en ello una camisa de fuerza, un trámite más a cumplir.

Discrepo de todas aquellas acepciones que consideran que la tutoría debe implantarse de manera obligatoria para todos los estudiantes, y menos aun si se pretende como objetivo central, y casi único, que los alumnos tengan trayectorias regulares y con altos desempeños medidos por sus calificaciones. Si las tutorías llegaron para quedarse, lo peor que podríamos hacer es convertirlas en un sistema que presuma que con ello resolvemos la formación integral de nuestros estudiantes, y que a través de ello logran aprendizajes significativos.

Los programas de tutorías han aportado cuestiones valiosas, al permitir que miles de jóvenes logren transitar exitosamente sus estudios, se ha reducido parcialmente la deserción; se ha conseguido que cientos de académicos se comprometan con ellos. Pero debemos tener cuidado en convertir los programas en un instrumento de gestión institucional para lograr mejorar simplemente los indicadores de “desempeño”, pues lo más importante consiste en lograr formar jóvenes que cuenten con las capacidades, habilidades y competencias profesionales que les permita desarrollarse plenamente en la sociedad. Publicado en Educación a debate

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