El Quinto
Encuentro Nacional de Tutoría: el estudiante como joven
ADRIÁN DE
GARAY
Desde el
pasado martes 6 y hasta este viernes 9 de noviembre se está celebrando en las
instalaciones de la Universidad de Sonora (UNISON), en la ciudad de Hermosillo,
el “Quinto Encuentro Nacional de Tutoría”, convocado por la Asociación Nacional
de Universidades e Instituciones de Educación Superior (ANUIES), y la propia
UNISON.
Con el
objetivo general de “sensibilizar a los actores del proceso educativo sobre la
importancia de reconocer al estudiante como joven y como sujeto activo de su
formación, en el contexto de un ejercicio institucional responsable de la
acción tutorial”, el Encuentro logró convocar a más de 200 ponentes y con una
asistencia promedio de 500 participantes. Una respuesta que refleja el interés
e importancia que a nivel nacional han adquirido los programas de tutorías en
el sistema de educación superior mexicano, particularmente en las instituciones
públicas.
Hay que
destacar que en este Encuentro, dos de los cuatro ejes temáticos que se
establecieron en la convocatoria se refieren explícitamente al sujeto central a
quien está dirigido cualquier programa de tutoría que es el estudiante. Pero a
diferencia de los cuatro encuentros anteriores, por primera vez en la
convocatoria y sus ejes temáticos, se menciona explícitamente la necesidad de
reconocer a los estudiantes como jóvenes. De tal manera que habrá que conocer a
detalle los aportes emanados del mismo, pues se trata de un cambio sustancial
en la orientación del Encuentro, al considerar a los estudiantes también como
jóvenes, pues los sujetos que acuden a nuestras aulas, talleres y laboratorios
son estudiantes y jóvenes, lo que los constituye con identidades diversas.
Atender e
incorporar una dimensión analítica e institucional como es la juventud no es
trivial, lleva consigo un serio reto como investigadores y como instituciones
responsables de conducir su aprendizaje en la universidad. Incluso, me
atrevería a sugerir que incorporar la dimensión de lo juvenil, podría llevarnos
a replantear, al menos en parte, los objetivos, el sentido, los alcances de los
programas de tutorías.
Cuando
partimos del hecho de que a los estudiantes es preciso también considerarlos
como jóvenes, significa reconocer que se trata de sujetos que su mundo de vida
no se acota al mundo escolar. Esa diferencia es de fondo, pues nos obliga a
salirnos de la “caja” de la institución escolar, no solamente como
investigadores, sino también como docentes y como universidad.
Aunque se
puede rastrear y comprobar la existencia de las tutorías en nuestro sistema de
educación superior desde hace varias décadas en algunas instituciones, hay que
reconocer que la tutoría, como hoy la conocemos y se ha desarrollado en la
mayor parte de las instituciones, fundamentalmente en las públicas, son producto
de las políticas públicas que ha llevado a cabo el gobierno federal desde el
año 2001, a través de tres instrumentos centrales: los Programas Integrales de
Fortalecimiento Institucional, los PIFIS, el Programa Nacional de Becas, el
PRONABES, y el Programa de Mejoramiento del Profesorado, el PROMEP.
Los
programas de tutorías, hay que reconocerlo, son más el resultado de un nuevo
ciclo de políticas públicas que se han impulsado desde el sexenio de Vicente
Fox por parte de la Subsecretaría de Educación Superior, que producto de un
esfuerzo articulado y organizado desde la base de las propias instituciones.
Y me temo
que en más de un caso, los programas de tutorías son la respuesta obligada,
forzada incluso, que las autoridades de las universidades han emprendido, casi
como seguir un manual administrativo, porque saben bien que de su instauración
y reporte de los avances logrados, depende en parte la obtención de recursos
financieros por parte del gobierno federal.
Comparto
plenamente que las instituciones deben impulsar los programas de tutorías, que
los mismos logren pleno reconocimiento y validación institucional, y entre un
importante conjunto de docentes que tienen que estar debidamente formados para
ello. Pero debemos evitar a toda costa que las tutorías se constituyan en
programas burocratizados y simuladores como ocurre en amplias zonas de las
instituciones, y que lo jóvenes universitarios vean en ello una camisa de
fuerza, un trámite más a cumplir.
Discrepo
de todas aquellas acepciones que consideran que la tutoría debe implantarse de
manera obligatoria para todos los estudiantes, y menos aun si se pretende como
objetivo central, y casi único, que los alumnos tengan trayectorias regulares y
con altos desempeños medidos por sus calificaciones. Si las tutorías llegaron
para quedarse, lo peor que podríamos hacer es convertirlas en un sistema que
presuma que con ello resolvemos la formación integral de nuestros estudiantes,
y que a través de ello logran aprendizajes significativos.
Los
programas de tutorías han aportado cuestiones valiosas, al permitir que miles
de jóvenes logren transitar exitosamente sus estudios, se ha reducido
parcialmente la deserción; se ha conseguido que cientos de académicos se
comprometan con ellos. Pero debemos tener cuidado en convertir los programas en
un instrumento de gestión institucional para lograr mejorar simplemente los
indicadores de “desempeño”, pues lo más importante consiste en lograr formar
jóvenes que cuenten con las capacidades, habilidades y competencias profesionales
que les permita desarrollarse plenamente en la sociedad. Publicado en Educación
a debate
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