Campesino
concluye la primaria a los 75 años
POR
ÉRIKA FLORES
Gumersindo
García es agricultor y estudiante. Su maestra lo describe como un alumno
participativo, amable y el mejor. Ahora confía en que su vista no le falle para
que curse la secundaria, aunque su mayor preocupación es la falta de tiempo.
ME
AGRADA ESTUDIAR PORQUE YA SÉ QUÉ HACER CON LAS LETRAS, AFIRMA.
Oaxaca • Gumersindo García hace honor al significado
de su nombre: “naturaleza emotiva que todo lo aprovecha”. A sus 75 años terminó
de estudiar la primaria en un pueblo de la mixteca oaxaqueña, donde la carta de
presentación es el desempleo.
¿Por
qué aceptó una invitación para concluir parte de su educación básica con
asesores del Instituto Nacional para la Educación de los Adultos (INEA)?, se le
pregunta
“Para
comprender y hacer bien las cosas. En la presidencia municipal fui secretario y
tercer comisariado, ahí vi lo que se requiere para estudiar. Les enseña a mis
hijos un camino derecho, que nos haga respetar, dirigir a nuestros nietos para
darles una vida honesta”, responde.
El
patio de su humilde casa está saturado de humo que tizna el piso de cemento,
aunque dentro la vivienda el suelo es de tierra, con poca luz y con techo de
láminas amarillentas.
En
el fondo de la casa hay una joven madre que intenta acallar el llanto de dos
niños, los nietos de don Gumersindo. La joven madre es la única que estudió y
terminó la telesecundaria, porque sus dos hermanos varones solo llegaron hasta
la primaria. Los hombres abandonaron los estudios y a su querida Oaxaca para
buscar una vida mejor o por lo menos un empleo que les dejara más dinero.
Como
profesora del INEA, Basilia Santiago dirigió un grupo de 22 adultos mayores que
recién concluyeron su primer ciclo escolar.
Gumersindo
fue un alumno destacado y lo describe como el más participativo, atento, el que
mejor comprendía y el que más ganas tenía, pese a lo complicado que es su
oficio como campesino.
“Le
gusta leer mucho. Cuando va al campo lleva sus libros, ahí los contesta y busca
que se le haga más fácil entender. Siempre ha sido muy amable y es el único que
le ha echado muchas ganas”, detalla la profesora, quien todos los domingos, de
4 a 6 de la tarde, imparte clases a los viejitos.
Sentado
en una humilde silla de madera, don Gumersindo muestra una caja de cartón
grabado con figuras y colores donde guarda dos libros de estudio y el
certificado de que terminó la primaria con 9.8 de promedio.
Sus
manos agrietadas por la tierra de campo abren uno de ellos donde se ven las
letras legibles, aunque ligeramente chuecas.
Los
dedos morenos empiezan a sufrir el cambio de coloración que produce el mal del
pinto, no obstante, tiene la agilidad para abrir una página y comenzar a leer:
“Con base en la (sic) na-ta in-for-ma-ti-va anterior, conteste lo que se le
pide”.
Su
lectura es corrida, por momentos, y en ocasiones pausada. Cambia algunas
vocales y titubea antes de pronunciar algunas palabras, pero sonríe entre
oraciones.
Interrumpe
la lectura y explica: “Ando con la yunta, arando todo el tiempo. Cultivo la
tierra, maíz, frijol, chilar, jitomate y ejotes para comer”.
Agrega
que desde su infancia ha sido la cabeza de la familia y cuando se convirtió en
padre ya conocía la responsabilidad.
Tras
la muerte de su padre se empleó como cortador de caña, tejedor de petate, palma
y sembrador de mazorcas con el objetivo de llevar dinero a su casa.
“Fui
el más grandecito, el único hombre con dos hermanas, por eso sólo estudie hasta
segundo año”, afirma.
Gumersindo
no sabe si sus ojos le ayudarán a continuar con la secundaria, pues su vista
está cansada. Sin embargo, argumenta que el problema fundamental son los
horarios.
“Con
esta avanzada, 75 años, ya ni servicio voy a dar, pero me siento alegre
estudiando, no me canso de hacerlo. El estudio te abre los ojos, te ayuda a
escribir una carta, un telegrama ¡porque entonces ya sabemos qué hacer con la
letra!”. Publicado en Milenio.
No hay comentarios:
Publicar un comentario