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lunes, 5 de noviembre de 2012


El desamor en la escuela: el bullying
• Alfredo Poblete Dolores

En 2009 la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) informó que México ocupaba el primer lugar en casos de violencia (bullying) entre alumnos de educación básica. Ese lugar lo obtuvo después de que la organización internacional aplicara una encuesta entre sus 23 países afiliados. Por esas fechas la Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH) reportaba que el 30 por ciento de los niños en el país sufrían la violencia escolar. En el primer trimestre del presente año el porcentaje de bullying se había incrementado al 40 por ciento de la población infantil. Saque usted las cuentas. El territorio nacional está poblado por 15 millones de niños, de ambos sexos, cuyas edades fluctúan entre los seis y los doce años; el 40 por ciento de ellos experimenta la violencia en la escuela; luego entonces son 6 millones de infantes mexicanos que viven con miedo o terror. No vamos a contabilizar a los seis y medio millones de adolescentes que cursan la secundaria y también participan en los aberrantes y violentos sucesos.

En algún momento escribí algunas notas relacionadas con el desarrollo psico-social del ser humano. Cuando abordé la tercer etapa evolutiva (de los 4 a los 6 años de vida) mencioné la aparición de importantes elementos formativos. Me permito transcribir algunos fragmentos de esos comentarios: “Los juicios morales se empiezan a asomar en la vida del niño. Responsabilidad y culpa son los eslabones de esas reflexiones. Los padres deben ser equilibrados para que el desarrollo de esos destacados aspectos de la vida no sufra malformaciones. Los padres pueden construir prudentes límites a los comportamientos de los hijos: ni muy laxos, ni muy estrechos. Mucha holgura sin supervisión pueden tornarse en libertinaje. Las demarcaciones demasiado constreñidas pueden asfixiar la curiosidad y generar rasgos de timidez o apocamiento en el espíritu del niño”. Más adelante expuse: “Demasiada iniciativa y poca culpa tienden a formar personalidades crueles e inhumanas. El desalmado puede planificar sus objetivos y llevarlos a cabo con decisión y empuje. La persona con poca culpa no le importa a quién tiene que destruir o pisotear con tal de conseguir sus propósitos. No tiene remordimientos por provocar dolor o sufrimiento a sus congéneres”. En ese mismo escrito mencioné otra perversidad del desarrollo infantil: “En el otro extremo del individuo cruel se encuentra la persona inhibida. En el alma del amedrentado anida una culpa exagerada. Haga lo que haga el desdichado siempre sentirá aflicción. Al medroso sus padres le cercenaron las alas y le mutilaron la capacidad de imaginación. El miedo lo paraliza y es incapaz de defenderse incluso de las injusticias”.

Los rasgos de la personalidad, expuestos en el párrafo anterior, que se forman a muy temprana edad, son fundamentales para explicar, en parte, el fenómeno del bullying. De un lado el cruel y por otra parte el apocado. Esos atributos personales dan sustrato a la anomalía conductual que se presenta en las escuelas. Existen otros elementos que contribuyen para que ese dañino comportamiento aparezca con tal insistencia en los colegios. Veamos.

El contexto en el que se desarrollan los niños mexicanos es sumamente preocupante. En el “hogar” los infantes están indefensos y son muy frágiles ante las peleas de los progenitores, la violencia intrafamiliar, el abandono por parte de uno o ambos padres, el desapego o abandono emocional. Esos “inocentes” también se enteran de lo que sucede fuera de su casa producto de una estúpida y desatinada “guerra”: secuestros, extorsiones, decapitaciones, violaciones, trata de personas, etcétera. Los juegos, sobre todo los electrónicos, con los que se “divierten” están plagados de actos o escenas violentas. A esas influjos están expuestos los niños violentos y también los pasivos e intimidados. Esas influencias medioambientales exacerban los indeseables atributos personales. Al niño cruel le excita la violencia y lo puede motivar para conducirse irracionalmente con sus compañeros. Al medroso la violencia lo paraliza y no sabe cómo actuar ante los nefastos embates del desalmado.

La furia de uno y el terror del otro los desencadenan múltiples factores. Un ejemplo: conocí a un joven que me platicó que era violento debido a que, siendo niño, su padre le dio una bofetada que lo derribó al suelo. No se acordó cual fue el motivo paternal para tan irracional comportamiento. Lo que nunca se le borró del alma fue la impotencia que sintió para responderle al padre ni tampoco olvidó la humillación infringida por su tutor. Me relató que con cierta frecuencia sentía la necesidad de agredir a alguien. Los motivos eran “distintos” según él. A veces alguien hablaba con el mismo tono de su padre; otro caminaba como su progenitor; uno más miraba como su antecesor. La respuesta de ese joven, ante esos interlocutores, era la misma. Agredir al que le recordaba a su papá. Incluso llegó a comentarme que era tanta la furia interna que en alguna ocasión, con un “amigo”, mataron un caballo arrojándolo hacia un profundo barranco. Con pasmo escuché que “estaba listo para matar a un humano y experimentar qué sentiría al hacerlo”. Nunca más volví a ver a ese joven.

El niño violento y el timorato no nacieron así ni son producto de la casualidad o del destino. Enfatizo lo que aparece en los tres párrafos anteriores: el antecedente más remoto, en la vida del violento y el sumiso, se genera a tierna edad, por desaciertos paternales, dándole sustrato y sustento al fenómeno del bullying; el otro eslabón de la cadena que exacerba la diada violencia-sumisión se forja en el ambiente “hogareño” y el último elemento que desencadena el acto violento tiene “diversos” motivos que están íntimamente relacionados con el “pasado remoto” y con el contexto actual. En casi todos los casos de bullying el desamor familiar y social está como trasfondo.

Varias instituciones deben intervenir con premura para apaciguar la violencia. La familia, escuela e instancias gubernamentales, de todos los niveles, deben actuar con talento y sapiencia para recobrar la tranquilidad social y el sosiego individual.
alfredopoblete@hotmail.com Publicado en E-Politica.com

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