El desamor en la
escuela: el bullying
• Alfredo
Poblete Dolores
En 2009
la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) informó
que México ocupaba el primer lugar en casos de violencia (bullying) entre
alumnos de educación básica. Ese lugar lo obtuvo después de que la organización
internacional aplicara una encuesta entre sus 23 países afiliados. Por esas
fechas la Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH) reportaba que el 30
por ciento de los niños en el país sufrían la violencia escolar. En el primer
trimestre del presente año el porcentaje de bullying se había incrementado al
40 por ciento de la población infantil. Saque usted las cuentas. El territorio
nacional está poblado por 15 millones de niños, de ambos sexos, cuyas edades
fluctúan entre los seis y los doce años; el 40 por ciento de ellos experimenta
la violencia en la escuela; luego entonces son 6 millones de infantes mexicanos
que viven con miedo o terror. No vamos a contabilizar a los seis y medio
millones de adolescentes que cursan la secundaria y también participan en los
aberrantes y violentos sucesos.
En algún
momento escribí algunas notas relacionadas con el desarrollo psico-social del
ser humano. Cuando abordé la tercer etapa evolutiva (de los 4 a los 6 años de
vida) mencioné la aparición de importantes elementos formativos. Me permito
transcribir algunos fragmentos de esos comentarios: “Los juicios morales se
empiezan a asomar en la vida del niño. Responsabilidad y culpa son los
eslabones de esas reflexiones. Los padres deben ser equilibrados para que el
desarrollo de esos destacados aspectos de la vida no sufra malformaciones. Los
padres pueden construir prudentes límites a los comportamientos de los hijos:
ni muy laxos, ni muy estrechos. Mucha holgura sin supervisión pueden tornarse
en libertinaje. Las demarcaciones demasiado constreñidas pueden asfixiar la
curiosidad y generar rasgos de timidez o apocamiento en el espíritu del niño”.
Más adelante expuse: “Demasiada iniciativa y poca culpa tienden a formar
personalidades crueles e inhumanas. El desalmado puede planificar sus objetivos
y llevarlos a cabo con decisión y empuje. La persona con poca culpa no le
importa a quién tiene que destruir o pisotear con tal de conseguir sus
propósitos. No tiene remordimientos por provocar dolor o sufrimiento a sus
congéneres”. En ese mismo escrito mencioné otra perversidad del desarrollo
infantil: “En el otro extremo del individuo cruel se encuentra la persona
inhibida. En el alma del amedrentado anida una culpa exagerada. Haga lo que
haga el desdichado siempre sentirá aflicción. Al medroso sus padres le
cercenaron las alas y le mutilaron la capacidad de imaginación. El miedo lo
paraliza y es incapaz de defenderse incluso de las injusticias”.
Los
rasgos de la personalidad, expuestos en el párrafo anterior, que se forman a
muy temprana edad, son fundamentales para explicar, en parte, el fenómeno del
bullying. De un lado el cruel y por otra parte el apocado. Esos atributos
personales dan sustrato a la anomalía conductual que se presenta en las
escuelas. Existen otros elementos que contribuyen para que ese dañino
comportamiento aparezca con tal insistencia en los colegios. Veamos.
El
contexto en el que se desarrollan los niños mexicanos es sumamente preocupante.
En el “hogar” los infantes están indefensos y son muy frágiles ante las peleas
de los progenitores, la violencia intrafamiliar, el abandono por parte de uno o
ambos padres, el desapego o abandono emocional. Esos “inocentes” también se
enteran de lo que sucede fuera de su casa producto de una estúpida y desatinada
“guerra”: secuestros, extorsiones, decapitaciones, violaciones, trata de
personas, etcétera. Los juegos, sobre todo los electrónicos, con los que se
“divierten” están plagados de actos o escenas violentas. A esas influjos están
expuestos los niños violentos y también los pasivos e intimidados. Esas
influencias medioambientales exacerban los indeseables atributos personales. Al
niño cruel le excita la violencia y lo puede motivar para conducirse irracionalmente
con sus compañeros. Al medroso la violencia lo paraliza y no sabe cómo actuar
ante los nefastos embates del desalmado.
La furia
de uno y el terror del otro los desencadenan múltiples factores. Un ejemplo:
conocí a un joven que me platicó que era violento debido a que, siendo niño, su
padre le dio una bofetada que lo derribó al suelo. No se acordó cual fue el
motivo paternal para tan irracional comportamiento. Lo que nunca se le borró
del alma fue la impotencia que sintió para responderle al padre ni tampoco
olvidó la humillación infringida por su tutor. Me relató que con cierta
frecuencia sentía la necesidad de agredir a alguien. Los motivos eran
“distintos” según él. A veces alguien hablaba con el mismo tono de su padre;
otro caminaba como su progenitor; uno más miraba como su antecesor. La
respuesta de ese joven, ante esos interlocutores, era la misma. Agredir al que
le recordaba a su papá. Incluso llegó a comentarme que era tanta la furia
interna que en alguna ocasión, con un “amigo”, mataron un caballo arrojándolo
hacia un profundo barranco. Con pasmo escuché que “estaba listo para matar a un
humano y experimentar qué sentiría al hacerlo”. Nunca más volví a ver a ese
joven.
El niño
violento y el timorato no nacieron así ni son producto de la casualidad o del
destino. Enfatizo lo que aparece en los tres párrafos anteriores: el
antecedente más remoto, en la vida del violento y el sumiso, se genera a tierna
edad, por desaciertos paternales, dándole sustrato y sustento al fenómeno del
bullying; el otro eslabón de la cadena que exacerba la diada violencia-sumisión
se forja en el ambiente “hogareño” y el último elemento que desencadena el acto
violento tiene “diversos” motivos que están íntimamente relacionados con el
“pasado remoto” y con el contexto actual. En casi todos los casos de bullying
el desamor familiar y social está como trasfondo.
Varias
instituciones deben intervenir con premura para apaciguar la violencia. La
familia, escuela e instancias gubernamentales, de todos los niveles, deben
actuar con talento y sapiencia para recobrar la tranquilidad social y el
sosiego individual.
alfredopoblete@hotmail.com Publicado en E-Politica.com
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