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lunes, 22 de octubre de 2012


Recordando a Alonso Lujambio en el primer mes de su partida
María Elena Álvarez de Vicencio | Opinión     

Conocí al maestro Alonso Lujambio a través de su padre, a quien siempre consideré un amigo, como el que todos desearían tener en la vida. Con profundo orgullo y satisfacción me habló en una ocasión de su hijo Alonso, sorprendido de que hubiese cortado, en el cuarto semestre, la carrera de contaduría pública, que él mismo profesaba, para iniciar en el  ITAM algo tan distinto como la licenciatura en ciencias sociales, carrera que terminó con honores obteniendo mención especial con su tesis: “La Proporcionalidad Política del Sistema Electoral Mexicano, 1964-1985.”

Lo conocí personalmente cuando era consejero electoral del Instituto Federal Electoral, del cual fue presidente de la Comisión de Fiscalización de los Recursos de los Partidos y Agrupaciones Políticas y de la Comisión de Asuntos Internacionales del Consejo General. Fue una mañana en que acudí a la oficina de la doctora Jacqueline Peschard, quien me asesoraba en mi tesis de maestría y cuya oficina era contigua a la del maestro Lujambio.

En esa ocasión él me vio salir y me dijo que tenía interés en que platicáramos sobre el Partido Acción Nacional. Estos encuentros se repitieron en varias ocasiones y en otros lugares, ya que era un apasionado investigador y el PAN fue materia de varios de sus trabajos.

Conversar con él era muy grato, tenía la habilidad de formular las preguntas que generaran las respuestas sobre los temas que deseaba conocer, y que a la vez eran del interés del interrogado. Ocasiones similares ocurrieron cuando estuvo al frente de la Secretaría de Educación Pública y abordábamos temas relativos a esa área.

Las conversaciones con él las considero como una de las partes más valiosas del bagaje de mis recuerdos.

La docencia fue ejercida por el maestro Lujambio simultáneamente al desempeño de los distintos puestos que tuvo a lo largo de su vida. Fue profesor en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM y del ITAM, recorrió todos los grados de la docencia, era maestro por auténtica vocación.

Fue un director de tesis frecuentemente solicitado; una muy reconocida fue la biografía del licenciado José González Torres, la cual editó el PAN. El alumno asesorado me comentaba, cuando yo le decía que ya estaba bien, que para el maestro Lujambio le faltaban muchas más correcciones, por lo que resultó un excelente trabajo. Más de una decena de tesis dirigió con el profesionalismo que logró transmitir a sus alumnos, quienes supieron aprovechar su exigencia para el buen resultado de sus investigaciones.

Obtuvo el premio al mérito profesional que el ITAM otorga a sus egresados con al menos 15 años de terminados sus estudios “por sus méritos en el ejercicio profesional en congruencia con su desarrollo personal, así como por sus contribuciones a la sociedad y su participación activa y constructiva en el sector social”, y consiguió varias becas en el extranjero y en el Conacyt de México.

Escribió más de 40 ensayos individuales sobre la política mexicana y elaboró numerosos ensayos publicados en 11 libros compartidos. Prologó decenas de publicaciones, ya que el nombre de Alonso Lujambio era una garantía no sólo de conocimiento, sino de rectitud y honestidad.

Al hacerse cargo de la Secretaría de Educación Pública, asumió convencido los principios del PAN: “la libertad de investigación y opinión científica o filosófica, como toda libertad de pensamiento, no puede tener otros límites jurídicos que los impuestos por el interés nacional, por las normas morales y por el bien común. Es deber del Estado, pero nunca monopolio suyo, procurar a todos los miembros de la comunidad una igual oportunidad de educación y asegurar por lo menos una enseñanza básica”.

Alonso Lujambio demostró que para ser un verdadero dirigente y funcionario público no bastaba el puesto formal que ocupara, sino la capacidad para iluminar los problemas con su inteligencia y plantear las soluciones con las destrezas de su personalidad. Sólo la generosidad podrá conformar en la congruencia al hombre íntegro y a la institución capaz de transformar a México y de aceptar libremente la disciplina que exige esa congruencia.

El maestro Lujambio se integró a la política porque entendió que la vocación de la política es excelsa y porque los hombres con aptitudes y talentos orientados a las funciones de dirección, mando y ejercicio del poder tienen bajo su responsabilidad crear las condiciones políticas, económicas y sociales adecuadas para que cada una de las personas se realice a plenitud. Él sabía que el poder público debe ser exactamente el servicio del bien común y que no es una aventura intrascendente ni un honor personal, que es una misión respetable y sagrada y que se va al poder público no simplemente a satisfacer egoísmos ni a imponer ideologías, sino que se ha de llegar a él con un propósito de servicio.

Es por esto que cuando sintió el llamado para encabezar el gobierno federal lo guiaban esas ideas; sin embargo a la petición del Presidente de que lo necesitaba en el lugar que entonces ocupaba, no tuvo reparo en aceptarlo aun a costa de su renuncia personal. México necesita más mexicanos como Alonso Lujambio.
Doctora en Ciencias Políticas. melenavicencio@hotmail.com Publicado en Crónica de hoy.

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