Elba
Esther: ¿el próximo quinazo?
Martín Moreno
El discurso reciente de Elba Esther Gordillo
no es uno más dentro de su dictadura sindical. Se trata de un desafío abierto y
frontal a Enrique Peña Nieto. Es una provocación con doble filo: o Gordillo
consolida su liderazgo o va en camino de convertirse en la versión femenina de
Hernández Galicia, La Quina.
Cuando, endiosada frente a la domesticada
masa sindical, Elba Esther lanza la frase: “…desde aquí le decimos al que anda
por Europa (Peña Nieto): nosotros vamos a construir nuestras opciones
educativas y pedimos que nos presente su propuesta educativa para hacerla
nuestra…”, es una manera directa de decirle al próximo Presidente que las cosas
seguirán igual en la educación básica. Sí: bajo el dominio de Gordillo.
El mensaje a Peña es contundente: el SNTE y
su dictadora serán quienes marquen programas, métodos, nombramientos y tiempos.
No habrá espacio para que el gobierno meta la mano. Y si hay alguna propuesta
de la SEP peñista, entonces entra el plan B de Elba: “La haremos nuestra”. Y
ello implica arrogarse sus costos y beneficios. A la manera de Gordillo. Bajo
su conveniencia y yugo.
Pero en ese lance osado y de alto riesgo,
Elba Esther Gordillo está olvidando una máxima inapelable: ningún poder, aun el
más consolidado, está por encima del Estado, por más débil o acotado que éste
sea.
Y si no, recordar a Jorge Díaz Serrano,
defenestrado por Miguel de la Madrid.
Al todopoderoso líder petrolero, Joaquín
Hernández Galicia, La Quina, encarcelado por Carlos Salinas de Gortari.
O a Raúl Salinas de Gortari, sometido por
Ernesto Zedillo.
Carlos Salinas ordenó la captura de La Quina
y de toda la dirigencia petrolera —en un montaje del poder, rodeando de armas a
Hernández Galicia y a sus secuaces y arrojando un cadáver dentro de la casa del
dirigente del STPRM— por una razón de Estado: estaba urgido de legitimidad tras
haber ganado la Presidencia mediante el fraude electoral de 1988. Necesitaba
dar un manotazo en el escritorio. A ello respondió el caso de La Quina: a un
interés histórico-político del salinismo, mas no a una acción de justicia
contra un líder sindical corrupto.
Peña Nieto no enfrenta el problema de legitimidad
de Salinas, sin embargo, el priista está en un encrucijada tras la advertencia
de Elba Esther.
El mensaje de Gordillo a Peña Nieto es muy
claro, directo, cara a cara: en la educación básica “nosotros vamos a construir
nuestras opciones educativas”. Nosotros, y nadie más. Bajo nuestras reglas. Con
nuestros hombres. Y si ustedes
participan, su proyecto “lo haremos nuestro”.
Implica la perpetuidad de Gordillo al frente
del SNTE bajo esa máscara hipócrita de que en el sindicato “no caben los
líderes morales y menos los vitalicios”. ¿Alguien le cree a Elba Esther?
Entronizada ahora en un Consejo Supremo que la proyecta como una Stalin a la
usanza de la nomenclatura soviética aunque, en realidad, cada vez es más
parecida a la Jimmy Hoffa mexicana.
¿Qué hará Peña Nieto con Elba Esther
Gordillo? Sólo tiene dos opciones: se vuelve a aliar con ella, como lo hizo en
la pasada elección presidencial, y se convierte en el quinto Presidente que
arropa la dictadura sindical en el magisterio, o acaba con ella, como Salinas
lo hizo con La Quina.
Elba Esther ya desafió al Estado. Y al
Presidente electo. Ya veremos qué clase de mandatario será Peña Nieto: uno más
que se deja mangonear por Elba o el que termine con su reinado.
La soberbia —el pecado de los estúpidos— de
Elba Esther podría convertirse en su final.
Bien haría en verse en el espejo de La Quina.
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