Elba
Esther: 23 años después
Luis Hernández Navarro
Ataviada con un lujoso vestido blanco, Elba
Esther Gordillo tomó posesión como nueva secretaria general del Sindicato
Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE) la mañana del 24 de abril de
1989. El presidente Carlos Salinas de Gortari acababa de designarla en remplazo
de Carlos Jonguitud Barrios, cacique del gremio durante casi 17 años.
En aquella ocasión no hubo aplausos. Los
cerca de 100 delegados llevados por la Secretaría de Gobernación no mostraron
una sola expresión de júbilo, ni siquiera aplaudieron. “Sé que es una situación
difícil –dijo ella–, yo comprendo su silencio.” Horas más tarde, embriagada de
júbilo, confesó ante las cámaras de Televisa que había cumplido uno de sus
sueños más anhelados.
El ungimiento, a todas luces ilegal, fue
justificado ante la opinión pública como parte de la renovación moral de los
sindicatos. Frente a los micrófonos de cadenas de radios y blocs de notas de
periodistas, Elba Esther repitió una y otra vez: ¡El sindicato jamás volverá a
permitir la instalación de un cacicazgo, porque daña la conciencia, el
intelecto de México!
Más de 23 años después de su primera toma de
posesión como dirigente nacional del SNTE y de sus promesas de no permitir un
nuevo cacicazgo, La Flaca –como le decía Jonguitud Barrios, su mentor, a quien
ella llamaba El Señor– fue nombrada nuevamente líder nacional del gremio, ahora
como presidenta del recientemente creado Consejo General Sindical para el
Fortalecimiento de la Educación Pública.
El consejo no es otra cosa que un nuevo
organismo creado para permitir que, bajo otros nombres, subsista el liderazgo
vitalicio de Elba Esther. Para que no le digan que viola los estatutos
religiéndose al frente de las instancias nacionales de conducción del
sindicato, en cada ocasión en la que debe dejar el puesto cambia los estatutos
e inventa mecanismos de representación antes inexistentes. Así lo ha hecho
desde que en enero de 1990 buscó cubrir su imposición con el manto de la
legalidad de un congreso extraordinario organizado a modo. Así lo hizo, por
ejemplo, en 2004, en el congreso de Tonatico, en que se declaró presidenta del
SNTE, cargo inventado a modo para ella.
Elba Esther no quiere que nadie le haga
sombra. Para ello, en esta ocasión, incorporó al nuevo organismo los cadáveres
sin músculo de los antiguos secretarios generales del gremio, en lo que parece
ser una reproducción en vivo y a todo color de la galería del terror sindical
del edificio gremial de Venezuela 44, en la ciudad de México. Por ejemplo, José
Luis Andrade Ibarra, encargado en esta ocasión de clausurar el sexto congreso
nacional extraordinario, apodado El Llorón por la facilidad con que las
lágrimas brotan de sus ojos, fue un exaltado apologeta de Carlos Jonguitud
Barrios. Cuando la caída del Padrino era inminente, Andrade le dijo: ¡Usted no
tiene derecho a irse, usted es patrimonio del sindicato, usted pertenece al
magisterio nacional! Ahora, por supuesto, es el más elbista de los elbistas.
Y como en el mundo del sindicalismo charro no
hay diferencias que la inclusión en la nómina no resuelvan, algunos de los
elegidos para integrar este consejo estuvieron entre los 100 delegados que en
1989 le negaron el aplauso, como es el caso de Humberto Dávila, aliado de
Líebano Sáenz a finales del sexenio del presidente Ernesto Zedillo, de quienes
infructuosamente intentaron rebasarla por la derecha. La chequera del SNTE da
para eso y más...
Como hizo en el pasado El Señor, y la misma
Elba Esther, el sexto congreso extraordinario del SNTE se llevó a uno de los
puntos más alejados del territorio nacional. Ahora fue Playa del Carmen,
Quintana Roo, como en otras ocasiones han sido Chetumal, Cozumel, Chihuahua o
Baja California. No hay problema con los costos; lo importante es evitar
sorpresas desagradables.
Como se ha hecho en ocasiones anteriores,
esta vez se modificó la sede del congreso en el último momento, no obstante que
en la convocatoria deben estar claramente señalados lugar y fecha de su
realización. Así lo hizo Elba Esther con el cuarto congreso extraordinario,
inaugurado por el presidente Vicente Fox en Chihuahua y trasladado durante a la
noche a escondidas, a un lugar incierto, en una población de ejidatarios en el
norte del estado. Por supuesto, las autoridades laborales pasarán ahora por
alto esta anomalía, que ameritaría que no se otorgara la toma de nota a la
nueva dirigencia sindical.
Tampoco hubo mucha novedad en los tiempos que
la profesora Gordillo escogió para celebrar el congreso. Así se las gasta.
Escogió el final del sexenio de Felipe Calderón, cuando el presidente no tiene
fuerza ya para ponerle condiciones a la líder vitalicia, y antes de que Enrique
Peña Nieto se instale en Los Pinos.
Que nadie se llame a engaño. No hay ningún
pleito entre Peña Nieto y Elba Esther, nunca lo ha habido. La maestra tiene
excelentes relaciones con el ex gobernador del estado de México. Su yerno,
Fernando González, llamó a votar por el él, y no por Nueva Alianza (Panal). Más
aún: Gabriel Quadri, su candidato presidencial, tuvo apenas 2.29 por ciento de
los votos, mientras los legisladores del partido alcanzaron más de 4 por
ciento. ¿Casualidad? De ninguna manera. Simple y sencillamente, se repitió la
receta de 2006, en la que sacrificó a Roberto Campa para apoyar a Felipe
Calderón.
No hay entre ambas fuerzas diferencias
programáticas de fondo. Elba Esther es tanto o más neoliberal que Peña. Siempre
ha defendido las reformas estructurales. Ella promovió la aprobación de la
reforma hacendaria foxista que incluía el cobro del IVA a fármacos y alimentos,
y la reforma privatizadora al Issste.
Lo que sí hay es una negociación entre dos
fuerzas, y un juego de sombras. Elba Esther quiere cobrar los servicios
prestados, mientras el equipo de Peña Nieto, presionado por sectores de la
iniciativa privada que tienen con la maestra un pleito a fondo, necesita
aparecer ante la opinión pública como que no hace concesiones mayores al
sindicato. En los hechos, ambos caminan juntos. En sus 23 años al frente del
SNTE, la profesora Gordillo se prepara para seguir haciendo de las suyas. Publicado en La Jornada.
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