La
ilusión sindical
Rafael Cardona | Opinión
La “sindicatocracia” y la “partidocracia”, cada una en
cada caso, eliminan el verdadero sentido de la dignificación laboral o
política. El líder sindical no es un servidor de sus compañeros. No los conoce;
son tantos como para no saber quiénes son. Todo se desdibuja en la estructura
seccional y regional.
La reivindicación real de los trabajadores en la actitud
defensiva de los sindicatos, frente a una imaginaria reforma laboral, es la
misma de los ciudadanos, frente a los partidos políticos en las negociaciones
del Congreso. Una mera ilusión. Ni los unos ni los otros están realmente
representados.
Por eso pelean en el Senado —con la espontánea intervención de los
sindicatos patronales—, por eso cada quien defiende su parcela, por eso no hay
entendimiento.
Por una extraña paradoja de la formula democrática
contemporánea, los dirigentes sindicales, tanto como los dirigentes
partidarios, se apoyan en los supuestos beneficios de sus representados o
seguidores, pero imponen la lógica de los cuerpos superiores.
Es decir, los sindicatos crean el interés sindical. Los
partidos forman el interés político. Pero ni unos ni otros significan, en
realidad, el interés ciudadano. Ése siempre se queda al margen. Las
asociaciones no suman; fragmentan el interés de quienes las constituyen.
La “sindicatocracia” y la “partidocracia”, cada una en
cada caso, eliminan el verdadero sentido de la dignificación laboral o
política. El líder sindical no es un servidor de sus compañeros. No los conoce;
son tantos como para no saber quiénes son. Todo se desdibuja en la estructura
seccional y regional.
El trabajador es apenas un engrane minúsculo en la enorme
maquinaria de los miles de millones de pesos generados por sus cuotas, las
cuales ni siquiera son entregadas por él al nuevo “Gran hermano” sindical: el
patrón (casi siempre el gobierno, en el caso de las organizaciones mayores) se
lo retira de sus haberes.
Es un Estado intermediario, gestor cómplice del abultamiento
de las arcas del líder –o de su tesorería—, quien dispone de ellas de acuerdo
con su interés, munificencia o egoísmo.
Cuando los sindicatos crean, por ejemplo, fondos para la
vivienda, no es por un interés genuino en la mejoría habitacional de sus
agremiados, sino para darle trabajo de costosa casi siempre inflada sus propias
compañías constructoras. De esa manera la CTM, por ejemplo, fue durante años el
principal contratista del Infonavit.
Lo mismo sucede con los servicios de salud, los clubes deportivos;
los hoteles del sindicato, instalaciones siempre construidas por las empresas
de los dirigentes, en terrenos previamente adquiridos para la especulación y
edificadas mediante gestiones financieras a cambio de apoyos políticos.
En esas condiciones es más fácil hacer un Tratado de
Libre Comercio entre Canadá, Estados Unidos y México, a poner de acuerdo a los
pomposamente llamados factores de la producción y lograr una verdadera reforma
laboral cuyo beneficio sea, primero y fundamentalmente, el de los laborantes a
sueldo.
Y he mencionado el TLC por una sencilla razón: la reforma
laboral fue, desde el salinato, un elemento concurrente en la modernización
geopolítica impuesta (y buscada) para el
mejor funcionamiento del NAFTA. Tanto como la nueva política electoral, la
derrota del PRI en el año 2000 y la nueva cultura de los derechos humanos. Publicado
en Crónica de hoy.
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