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lunes, 22 de octubre de 2012



La ilusión sindical
Rafael Cardona | Opinión

La “sindicatocracia” y la “partidocracia”, cada una en cada caso, eliminan el verdadero sentido de la dignificación laboral o política. El líder sindical no es un servidor de sus compañeros. No los conoce; son tantos como para no saber quiénes son. Todo se desdibuja en la estructura seccional y regional.

La reivindicación real de los trabajadores en la actitud defensiva de los sindicatos, frente a una imaginaria reforma laboral, es la misma de los ciudadanos, frente a los partidos políticos en las negociaciones del Congreso. Una mera ilusión. Ni los unos ni los otros están realmente representados.

Por eso pelean en el Senado  —con la espontánea intervención de los sindicatos patronales—, por eso cada quien defiende su parcela, por eso no hay entendimiento.

Por una extraña paradoja de la formula democrática contemporánea, los dirigentes sindicales, tanto como los dirigentes partidarios, se apoyan en los supuestos beneficios de sus representados o seguidores, pero imponen la lógica de los cuerpos superiores.

Es decir, los sindicatos crean el interés sindical. Los partidos forman el interés político. Pero ni unos ni otros significan, en realidad, el interés ciudadano. Ése siempre se queda al margen. Las asociaciones no suman; fragmentan el interés de quienes las constituyen.

La “sindicatocracia” y la “partidocracia”, cada una en cada caso, eliminan el verdadero sentido de la dignificación laboral o política. El líder sindical no es un servidor de sus compañeros. No los conoce; son tantos como para no saber quiénes son. Todo se desdibuja en la estructura seccional y regional.

El trabajador es apenas un engrane minúsculo en la enorme maquinaria de los miles de millones de pesos generados por sus cuotas, las cuales ni siquiera son entregadas por él al nuevo “Gran hermano” sindical: el patrón (casi siempre el gobierno, en el caso de las organizaciones mayores) se lo retira de sus haberes.

Es un Estado intermediario, gestor cómplice del abultamiento de las arcas del líder –o de su tesorería—, quien dispone de ellas de acuerdo con su interés, munificencia o egoísmo.

Cuando los sindicatos crean, por ejemplo, fondos para la vivienda, no es por un interés genuino en la mejoría habitacional de sus agremiados, sino para darle trabajo de costosa casi siempre inflada sus propias compañías constructoras. De esa manera la CTM, por ejemplo, fue durante años el principal contratista del Infonavit.

Lo mismo sucede con los servicios de salud, los clubes deportivos; los hoteles del sindicato, instalaciones siempre construidas por las empresas de los dirigentes, en terrenos previamente adquiridos para la especulación y edificadas mediante gestiones financieras a cambio de apoyos políticos.

En esas condiciones es más fácil hacer un Tratado de Libre Comercio entre Canadá, Estados Unidos y México, a poner de acuerdo a los pomposamente llamados factores de la producción y lograr una verdadera reforma laboral cuyo beneficio sea, primero y fundamentalmente, el de los laborantes a sueldo.

Y he mencionado el TLC por una sencilla razón: la reforma laboral fue, desde el salinato, un elemento concurrente en la modernización geopolítica impuesta  (y buscada) para el mejor funcionamiento del NAFTA. Tanto como la nueva política electoral, la derrota del PRI en el año 2000 y la nueva cultura de los derechos humanos. Publicado en Crónica de hoy.

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