La enseñanza y el aprendizaje como reto comunicativo
ADRIÁN
DE GARAY
Una
de las problemáticas más agudas en las carreras de ingeniería y que produce
serios debates, discusiones, incluso diferencias que acaban en la ausencia de
diálogo entre los ingenieros y los matemáticos, físicos, biólogos y químicos,
reside en el tipo de curriculum, los requisitos y aprendizajes que todo
estudiante debe dominar, en su ingreso y en su proceso de formación durante los
estudios universitarios.
¿Cuáles
son los conocimientos mínimos, o competencias como hoy se dice, en las ciencias
básicas que todo estudiante de ingeniería debe saber para ser un buen
ingeniero?, ¿en qué momento debe cursar esas asignaturas?, ¿Cómo impartirlas?
En ello, creo que aún no hay acuerdo, porque cada disciplina defiende y disputa
su campo de conocimiento, su espacio docente, sus dominios curriculares. Como
dice el maestro Manuel Meda, profesor de la UAM Azcapotzalco y que fue fundador
y primer jefe de departamento de matemáticas en la escuela superior de física y
matemáticas del Instituto Politécnico Nacional, y cito: “los matemáticos
requerimos para la transmisión de conocimientos más tiempo para matemáticas,
los ingenieros más tiempo para enseñar ingeniería, estamos en esa pugna”.
A
nivel internacional, existe un acuerdo en que el curriculum no debe contener
más del 15% en cursos, materias, sobre ciencias básicas. Incluso, los comités
interinstitucionales para la evaluación de la educación superior (CIEES), la
American Board of Engineering and Technology (ABET) y el Consejo de
Acreditación de la Enseñanza de la Ingeniería (CACEI, recomiendan límites con
relación a las horas de clase de ciencias para las licenciaturas en ingeniería.
Pero ese es un tema al que las comunidades académicas no logran ponerse de
acuerdo a estas alturas del siglo XXI.
Estas
disputas ocurren en todas las licenciaturas, o casi en todas. Los saberes
disciplinares o subdisciplinares de los colectivos de docentes son el pan de
todos los días. En la sociología, mi campo profesional, siempre se debate si
los alumnos deben recibir más formación metodológica y técnica, versus más
formación teórica.
Pero
además del problema de cuántos cursos, cuántas horas, con qué contenidos, es
preciso innovar radicalmente en la forma que implementamos nuestros programas y
el modelo de aprendizaje que usamos, el cual debe sostenerse en un enfoque
constructivista renovado. La idea fundamental del enfoque constructivista
consiste en que aprender y enseñar, lejos de ser meros procesos de repetición y
acumulación de conocimientos, implican transformar la mente de quien aprende y
del que “enseña”. Ambos deben reconstruir a nivel personal los productos y
procesos culturales con el fin de apropiarse de ellos de manera diferente.
Esta
concepción de aprendizaje se sustenta en que los alumnos construyen su
conocimiento científico a partir de sus ideas y representaciones previas, y que
la enseñanza de las ciencias consiste fundamentalmente en promover un cambio en
dichas ideas y representaciones, con el fin de acercarlas progresivamente al
entramado conceptual y metodológico del conocimiento científico.
Por
lo tanto, el factor más importante que influye en el aprendizaje es lo que “el
alumno ya sabe”, su conocimiento cotidiano construido desde que uno es un niño.
Lo que significa pasar del comportamiento lineal, al cuadrático y al
logarítmico, del conocimiento común, al modelaje y al formalismo científico. El
alumno tiene conocimientos cotidianos de su experiencia, el profesor, como
científico, debe permite y propiciar el tránsito para comprender ese
conocimiento inicial de sentido común, en conocimiento riguroso.
La
cultura científico escolar necesita, como conocimiento específico y
diferenciado, tanto del conocimiento cotidiano como del científico, y ocuparía
un lugar desde donde traducir y hacer compatibles las concepciones cotidianas
implícitas con los aspectos conceptuales tácitos de mayor complejidad, sin
ofrecer el conocimiento científico como único modelo y meta del conocimiento
escolar.
Si
la educación científica se entiende más que como adquisición de un saber
disciplinado, como un enriquecimiento del conocimiento del alumno para actuar y
comprender mejor el medio, entonces un modelo para la enseñanza de las ciencias
debe buscar concordancia, más que con el modo que se construye el conocimiento
científico, con el modo de construir el alumno su propio conocimiento para
desde ahí recodificar sus prenociones y que encuentren sentido de sus saberes y
los de la ciencia.
Y
para cambiar la forma en que trabajamos requerimos un nuevo tipo de docente.
Tenemos así que partir del reconocimiento de que toda acción educativa es
relación entre alteridades, y la reflexión del quehacer educativo pasa
necesariamente por el análisis crítico y contextual de las intenciones y
disposiciones que caracterizan al encuentro formativo, este posibilita el
acceso a la realidad del otro, al reconocimiento del y por el otro e
interesarse por el saber del otro. Esta es una tarea que debieran hacer los
profesores y los jóvenes universitarios.
Es
impostergable que los profesores y los jóvenes universitarios construyan y
tiendan puentes entre ambientes de socialización múltiples y diversos. Es
urgente que los miembros de la comunidad universitaria aprendan e identifiquen
los diferentes ambientes educativos en los que se mueven, es una de las formas
de tejer redes de sentidos que brinden a los estudiantes, a los académicos y al
proceso formativo, identidad y permanencia en los diferentes momentos y
espacios en los que transcurre la vida y se desarrolla nuestra labor educativa.
*Profesor-investigador
de la Universidad Autónoma Metropolitana.
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