Fraude
educativo: principio del fin
Alberto Begné
Guerra
México
ha dado un gran paso con las reformas constitucionales en materia educativa. No
son, en sí mismas, la solución
de todos los graves problemas en este terreno absolutamente estratégico
para lograr un desarrollo sostenido e incluyente. Pero sin ellas no había
solución posible. La razón
es evidente: sin maestros de calidad no puede haber educación
de calidad. Y las reformas atienden precisamente dos exigencias clave en este
sentido: crear un Servicio Profesional Docente y otorgar autonomía
al Instituto Nacional de Evaluación Educativa, a través
de los cuales el ingreso, la promoción y la permanencia de los maestros serán,
ni más ni menos, producto de su desempeño.
Nadie duda de que en
el magisterio haya muchos buenos maestros, pero sobran evidencias de que también
los hay muy malos. El cambio, radical, supone acabar con la discrecionalidad de
las dirigencias sindicales (SNTE y CNTE) para determinar premios y castigos,
privilegios y exclusiones. Los maestros con vocación
y méritos deben celebrar estas reformas, como las celebra la
inmensa mayoría de la sociedad mexicana, sobre todo
los padres de familia que, además de la negligencia, la corrupción
y los abusos de estas organizaciones, sufren un verdadero fraude educativo que,
irremediablemente, condena a sus hijos a un futuro marcado por la mediocridad
de los procesos de enseñanza-aprendizaje. Los datos duros son
contundentes.
La prueba Enlace de
la SEP muestra que 90 y 82% de los alumnos evaluados de primaria y secundaria
tienen un desempeño insuficiente en matemáticas
y en español, respectivamente. ¿Qué
significa esto? Que la inmensa mayoría no ha recibido siquiera la formación
básica para resolver problemas aritméticos
con un mínimo grado de dificultad, ni para
desarrollar las capacidades elementales que les permitan aprovechar la lectura
y escribir correctamente. Las evaluaciones de la Organización
para la Cooperación y el Desarrollo Económicos
(OCDE), orientadas a identificar el desarrollo de habilidades en educación
media básica, muestran un panorama igualmente
desolador: los alumnos mexicanos ocupan el último
lugar de los 30 países miembros. La prueba PISA de la OCDE
sitúa a 63% de los alumnos mexicanos en los dos niveles más
bajos en matemáticas y capacidad científica.
Un desastre general que, además de frenar la productividad y
competitividad, hace más profundos los abismos de la
desigualdad social.
Hay muchos retos por
superar: resistir los embates de los intereses afectados; traducir las reformas
en una legislación secundaria eficaz; revisar, ajustar y
reorientar contenidos y métodos de los programas y, entre otros,
mejorar la infraestructura y el equipamiento de las escuelas. Pero la ruta
hacia el principio del fin del fraude educativo ha sido trazada.
*Socio consultor de Consultiva. abegne.guerra@gmail.com
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