¿El adiós de Romero y La Maestra?
Francisco Zea
La legitimidad de un
gobernante, según un estudio de Miguel de la Madrid, se
divide en legitimidad de origen y de gestión. La de origen es aquella que se
obtiene en las urnas y tiene que ver, primero, con la limpieza de la elección
y, segundo, con el número de votos obtenidos sobre los
rivales. La de gestión es aquella que se va ganando en los
actos de gobierno y en algunos casos para subsanar problemas en la de origen.
El caso más
sonado de una legitimidad de origen dudosa, apuntalada necesariamente por la de
gestión, fue la de Carlos Salinas de Gortari,
que mediante el quinazo logró que la ciudadanía
se olvidara de la caída del sistema y robo de la elección
al ingeniero Cárdenas.
En las últimas
dos elecciones en México, la legitimidad de origen se ha
visto cuestionada. En el caso de 2006, por la mínima
diferencia entre Calderón y López
Obrador y por el pataleo de este último, que nunca entendió
que perdió, aunque sea por un estrecho margen, no
por la operación de ninguna mafia, sino porque asustó
a los mexicanos, desplegando un discurso incendiario. En 2012, no obstante la
importante diferencia entre el primero y segundo lugar, situaciones como el
caso Monex, el fantasma del rebase en los topes de campaña
y la eterna cantaleta de fraude de Andrés Manuel, que increíblemente
todavía encuentra clientes para el cuento,
han afectado a la legitimidad de origen de Enrique Peña
Nieto.
La primera prueba de
fuego para el nuevo gobierno ha sido la explosión
en el edificio B2 del complejo administrativo de Pemex. Como en los últimos
tiempos, cuando la ciudadanía, que ha sido continuamente timada por
las versiones oficiales, no confiaba en la explicación
de expertos como Benjamín Ruiz Loyola, máxima
autoridad en la materia de la UNAM. Ni las detalladas explicaciones del
subprocurador de Control Regional de la PGR Alfredo Castillo, funcionario de
toda la confianza del Presidente, por su trabajo puntual y discreto. Tengo que
reconocer que, sabedor de esto, el subprocurador acompañó
a todos los periodistas, sin distinción de medio o nivel a la zona de
desastre, detallando in situ la mecánica de los hechos, mostrando las
pruebas y transparentando la investigación. Esto, poco a poco, logró
revertir la desconfianza popular y le anotó un punto al gobierno de Peña,
logrado por la PGR.
Lo verdaderamente
interesante en materia de legitimidad de gestión
parece estarse cocinando ahora. Según ha trascendido, en todas las
reuniones que se celebraron con los funcionarios encargados de la investigación
de Pemex y del ramo de energía, en las que participó
el Presidente de la República, no obstante pedirlo, le fue
negado el acceso a Carlos Romero Deschamps, líder
del Sindicato Petrolero. Del mismo modo, no fue requerido en el homenaje que el
Presidente rindió a los rescatistas que participaron
salvando vidas después de la explosión,
lo que en política claramente es un deslinde y una señal
muy importante. Si a esto le sumamos el fuerte rumor de que en la Secretaría
del Trabajo se revisa la última elección
en el Sindicato de Trabajadores Petroleros de la República
Mexicana y que el secretario Navarrete Prida podría
dar una noticia importante en relación a la toma de nota, quizás
estaríamos cerca de la caída
de uno de los líderes más
perniciosos de este país, sobre el que existe una nube de
contratos poco claros y otorgados a sus
amigos y socios y un caudal de dinero que entrega la paraestatal al sindicato en conceptos tan inexistentes
como “ayuda para organización
del desfile del 1o. de mayo”, que en 2012 fue de 9.5 millones de
pesos, o los gastos de contratación derivados de la revisión
anual al contrato colectivo de trabajo que nada más
en 2011 alcanzó los 112.6 millones de pesos, o el
apoyo al Comité Ejecutivo Central, que en 2011 fue de
93 millones y en 2012 de 40.6 millones, dinero del que, por supuesto, no hay
rendición de cuentas.
Romero Deschamps,
junto con la maestra Elba Esther Gordillo, representan lo más
sucio y corrupto de la política nacional y todo parece apuntar que
el Presidente también ha decidido poner fin a sus tropelías,
no obstante sus exagerados e histriónicos exabruptos como la definición
de su epitafio: “Aquí
yace una guerrera y como guerrera murió” (favor de leer: aquí
yace una ratera y como ratera murió). Publicado en El Universal
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