Estados bajo sitio
Carlos
Ornelas*
En los
últimos días varios actores han invocado al famoso (tal vez por inexistente)
federalismo educativo. El mensaje principal que encuentro es que los políticos
del centro consideran que los estados son menores de edad, que hay que
guiarlos, gobernarlos y disciplinarlos a los dictados de los órganos centrales.
No
obstante, en la mejor tradición: “El federalismo es una forma de organización
política que une a estados independientes dentro de un marco político más
amplio, al tiempo que permite a cada estado mantener su integridad política”
(Encyclopedia Britannica, 1994, volumen 4, p. 712; traducción propia). En la
versión clásica, implantada por Immanuel Kant, el poder político proviene de
los estados (o provincias, departamentos, cantones, depende del tipo de
organización jurídica) que delegan parte de ese poder a un gobierno federal; no
al revés, como sucede en la realidad del centralismo mexicano.
José Raúl
Trujillo hace una crítica feroz y documenta los desbarajustes que trajeron a
varios estados las reformas al Fondo de Aportaciones para la Educación Básica
(FAEB), que los tiene al borde de la bancarrota (ver el reportaje de Ivonne
Melgar y Lilian Hernández en Excélsior, 4 de noviembre). Ese es un efecto de
una causa profunda. El llamado federalismo educativo es como un biombo que
trasluce algo de la realidad, pero oculta lo valioso: que las decisiones
importantes (normas, currículum, financiamiento y política) respecto a la
educación básica se toman en el gobierno y en cámaras federales. Allí conciben a
los órganos de los estados como gerentes regionales, sin facultades para
cambiar las decisiones que se toman en la cúspide.
Por
ejemplo, en octubre, la Subsecretaría de Educación Básica y el Centro de
Investigación y Docencia Económicas organizaron el coloquio, Renovar el
Federalismo Educativo: agenda de reforma para México a 20 años de la
federalización educativa, con el ánimo de armar propuestas (y fijar límites) al
nuevo gobierno. El subsecretario Francisco Ciscomani asentó: “La concentración
de atribuciones por parte del Ejecutivo Federal es, en algunos casos,
consecuencia de la falta de cuerpos burocráticos estatales y municipales
capacitados para administrar adecuadamente los subsistemas educativos”.
El
supuesto es que el gobierno central sí tiene esos cuerpos capacitados; los
estados son menores de edad y necesitan la guía y protección del hermano mayor.
El mensaje político, reiterado con cargas de autoelogio por el secretario
Córdova Villalobos, es que el centro toma los créditos (aunque sean pocos y sin
lustre) y las penas las cargan a los gobernadores.
La Cámara
de Diputados federal acompaña al gobierno en esa concepción. La Auditoría
Superior de la Federación llama la atención a los estados porque no ejercen los
fondos del FAEB como se les ordena desde el centro; los gobernadores los usan
para otros fines, aunque se gaste dentro del mismo sistema educativo. Necesitan
controles más rígidos, es la recomendación.
La
camarilla hegemónica del SNTE aporta su cuota de crítica: “Que los gobiernos
estatales no gasten en otra cosa, que mejor nos den el dinero para nuestros
comisionados”, aunque lo exprese de manera diferente, con retórica patriotera.
Hasta académicos de nombre exigen que el gobierno federal tome más cartas en el
asunto para aminorar el caos que reina en los estados. Y lo hacen apelando al
federalismo.
A 20 años
del Acuerdo Nacional para la Modernización de la Educación Básica, la
instrucción pública no muestra mejoría; las capacidades políticas de los
diferentes gobiernos se deterioraron por la introducción de la doble
negociación con el SNTE, una nacional y otra local. Ningún gobernador puede
contra el poder del sindicato. Allí están como muestras las plazas heredadas y
las comisiones que sólo unos cuantos secretarios de educación, como Diódoro
Guerra, de Tamaulipas, se atreven a denunciar.
La tesis
del federalismo clásico es que la soberanía reside en los estados. Una vez que
los fondos se les transfieren son patrimonio de ellos. Corresponde a sus
legislaturas vigilar que se apliquen conforme con los presupuestos de los
estados, no como se les dicte desde el gobierno federal. Pero parece una
ilusión. En México, sólo los políticos del centro tienen derecho a equivocarse.
*Académico de la Universidad Autónoma Metropolitana. Carlos.Ornelas10@gmail.com
Publicado
en Excélsior
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