Del plagio literario
José
Steinsleger
Las
personas de a pie que cultivan la imaginación, mejoran su sensibilidad, afilan
la mirada crítica, ensanchan sus percepciones o simplemente gozan, pertenecen a
un mundo que obliga a los creadores a tomar distancia, para rencontrarse con
él. Si lo consiguen, nunca sabrán con exactitud a qué atribuir su autoridad.
La
crítica especializada procede al revés. Inmersa en lo contingente, maneja datos
y lenguajes para iniciados, tratando de interpretar los misteriosos deltas de
la creación. A veces, orienta y estimula. Otras, confunde y destruye. ¿Pero
quiénes, para qué, desde qué lugar ponderar y juzgar?
De
primera clase o segunda categoría, abundan críticos y autores que, a falta de
más, se solazan con puteríos de aldea. La ética y la moral son sus temas
favoritos. Y si por ellos fuera, tras la reciente aparición en Buenos Aires del
prontuario policial de Carlos Gardel que lo sindica como estafador, le
quitarían lo bailado.
¿Será el
plagio literario una suerte de estafa con atenuantes? Hermenéutico asunto que
volvió por sus fueros, luego que la Feria Internacional del Libro de
Guadalajara (FIL) concedió al peruano Alfredo Bryce Echenique el Premio 2012 de
Lenguas Romances, a más de un merecido homenaje a Carlos Fuentes.
Autores,
críticos y periodistas curiosos se preguntaron: ¿por qué los aldeanos vanidosos
acusaron al autor de Un mundo para Julius (1970) de plagiario y polémico,
librando a Fuentes de igual pecado? Y sabrá usted disculpar por no
entrecomillar aldeanos vanidosos, pues no recuerdo si los derechos de autor son
de José Martí o Chicharito Hernández.
Hace
muchos años, el cubano Guillermo Cabrera Infante acusó a Fuentes de que la
novela Cumpleaños (Mortiz, 1969) se inspiró en otra de su autoría. Y en 1997,
un par de investigadores apuntaron en la novela Diana o la cazadora solitaria
(Alfaguara, 1994), 95 coincidencias textuales y personajes similares a los
aparecidos en un texto de Víctor Manuel Celorio (1987).
Fuentes
se defendía mejor que Bryce, respondiendo con una verdad que a muchos saca de
quicio: No hay libro que no descienda de otro libro. En cambio, Bryce Echenique
endosó a su secretaria la culpa de ciertas licencias con varios artículos
periodísticos que habría plagiado.
Referentes
de la gran literatura latinoamericana, los libros de Fuentes y Bryce Echenique
sobrevuelan el cosmopolitismo barrial, fundiendo mexicanidad y peruanidad con
auténticas miradas cosmopolitas. ¿Qué subyace, entonces, en los infames señalamientos
de plagio?
Indulgente,
el crítico y novelista argentino Ricardo Piglia cree que el plagio sería una
práctica ligada a la “…apropiación y la admiración, dos palabras tan
parecidas…”. Agrega: el plagio es la forma más ingenua de admiración literaria
(revista Qué Pasa, Chile, 17/04/03). Como fuere, el acto de plagiar no le ha
quitado el sueño a un sinnúmero de autores ilustres.
En el
blog Autores del Mundo, conflictos interesantes sobre la creación (eso sí, con
derechos reservados), la nómina resulta inquietante: empieza con los autores
del llamado Siglo de Oro español, y termina en el presente, sin agotarse. Ahí
están casi todos.
Felizmente,
la nómina excluye a los negros que en México se dedican a cazar plagios, a
cuenta de un protervo empresario de la cultura. Razón por la cual, un autor de
la revista de poesía La Otra, propuso nombrar al líder de aquellos en fiscal
único y perpetuo de la literatura mexicana.
En El
plagio utópico, la hipertextualidad y la producción cultural electrónica se propone
acabar con la noción que al plagio atribuye connotaciones negativas (capítulo 5
de The electronic disturbance, Critical Art Ensemble, Autonomedia, Brooklyn,
1994), Obra sólida y de autoría colectiva, que encaja a la perfección con La
respuesta imposible (Siglo XXI, 2002), ensayo del gran Federico Álvarez, donde
se muestra que todos los pensadores revolucionarios fueron eclécticos.
Plagio,
eclecticismo, perogrulladas: ningún hallazgo creativo surge de la nada. De
origen renacentista, el concepto de plagio pegó un salto cualitativo en el
siglo XIX, y fue institucionalizado por un sistema clasista que, para
legitimarse, requería de celebridades y citas de autoridad.
Cuando el
tiempo lo permite, releo a Jack London, tan distinto y superior a las incontables
obras originales que plagió. London, Fuentes, Bryce Echenique son importantes.
Y en particular, para los que anhelan salvar el lenguaje cuando parecería que
nada resta ya que decir.
Los
interesados en profundizar el asunto con seriedad, pueden consultar El plagio
en la literatura hispanoamericana: historia, teoría y práctica, tesis de
doctorado presentada por Kevin Perromat Augustin, en la Universidad de París
(2010).
Menos
densa, La conferencia: el plagio sostenible, de Pepe Monteserrín. Mezcla de novela,
ensayo y disertación enciclopédica sin fin, el libro fue publicado en España
por una editorial cuyo nombre suena a melodía con la época que vivimos: Lengua
de Trapo. Publicado en La Jornada
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