Un nuevo sindicalismo para el siglo XXI
Napoleón Gómez Urrutia
Ante las deudas sociales pendientes que
México confronta, es necesario que la población y los gobernantes reflexionen
al respecto con madurez y seriedad, ya que constituyen problemas que de no
abordarse con ánimo profundo, sereno y constructivo nos pueden llevar a
indeseables situaciones de crisis aún más profundas que las que ya estamos
viviendo. Uno de estos asuntos cruciales es el sindicalismo de nuestro tiempo,
que abarca y afecta las relaciones de trabajo de todos los mexicanos, sean o no
agremiados a organizaciones de trabajadores, y que repercute directamente en
las posibilidades de un verdadero desarrollo económico y social con beneficio
para las amplias mayorías. En más ocasiones de las que son deseables, el tema
se aborda sin conocimiento real de su naturaleza y de su profunda importancia.
Quienes hemos tenido la experiencia de
trabajar en el mundo de la vida sindical, tenemos la conciencia clara de que el
sindicalismo es, primero que nada, una absoluta necesidad, sin la cual ningún
país puede marchar en paz y con tranquilidad laboral hacia adelante. Los
regímenes conservadores o reaccionarios que en México y el mundo han pretendido
desaparecer a los sindicatos han fracasado a lo largo de la historia. Igual les
ha ocurrido y les seguirá sucediendo a los gobiernos que han pretendido
restringir o eliminar la libertad sindical, fracturando gremios, persiguiendo o
asesinando a sus líderes, intentando someterlos a intereses que no son propios
de los trabajadores. Probablemente lo seguirán pretendiendo, no sin antes
provocar profundas heridas a los trabajadores y a sus familias.
El aprendizaje de los años recientes ha
demostrado que los sindicalistas formamos parte de un proceso que
constantemente cambia y se transforma, desafortunadamente no siempre para bien.
Durante este proceso continuo de adaptación al cambio debemos estar conscientes
de consolidar los avances y los logros que se han obtenido a lo largo de la
lucha sindical y prepararnos para enfrentar con dignidad, fuerza y eficiencia
los retos que se presentarán. En estas condiciones, es inadmisible que de un
solo golpe se intente cancelar toda la experiencia sindical acumulada en la
lucha constante por mejorar las condiciones de bienestar de los trabajadores y
sus comunidades. Los sindicatos viven y seguirán existiendo, a pesar de las
concepciones erróneas de quienes fueron o hayan sido malformados
dogmáticamente. Desde el surgimiento del trabajo asalariado en el mundo moderno,
existen organizaciones que mediante la unidad y la solidaridad defienden y
protegen los intereses y los derechos de sus miembros.
Así como existen países que han experimentado
una reforma laboral que como resultado sólo ha incrementado la desigualdad y agravado
los problemas sociales como es el caso de Grecia, España, Italia e Irlanda, así
también existen naciones que sin haber adoptado cambios profundos en su
legislación laboral, han logrado una mayor eficiencia en la aplicación de una
política económica que promueve el desarrollo y la apertura de mayores
oportunidades de obtener empleos dignos y bien remunerados que generan una
mejor calidad de vida, y que los ha convertido en naciones flexibles,
productivas y eficientes, con los niveles más bajos de corrupción y desigualdad
en el mundo, derivado del más alto grado de sindicalización –por encima de 85
por ciento de la fuerza de trabajo– como es la situación de los países
escandinavos: Suecia, Noruega, Finlandia y Dinamarca.
No comparto la idea de que los mexicanos
somos conformistas, como prueban las innumerables experiencias de lucha y
resistencia contra la injusticia y la explotación despiadada del trabajo.
Cuanto más dura y violenta ha sido la represión contra la clase trabajadora, la
respuesta popular ha sido más enérgica. Ejemplos en nuestro país existen desde
el siglo XIX, como las uniones mutualistas y gremiales que posteriormente se convirtieron en
sindicatos en el siglo XX, los cuales libraron duras luchas por su permanencia
y existencia, afrontando represiones como las del régimen dictatorial de
Porfirio Díaz, que llevó a las masacres de Cananea, Sonora, y de Río Blanco,
Veracruz, en 1906 y 1907.
Un siglo entero de evolución y transformación
sindical hemos tenido a partir de la Constitución de 1917 y de los regímenes de
ella surgidos. No cabe duda que la experiencia histórica nos proporciona
suficientes elementos de juicio para visualizar nuevos rumbos en el
sindicalismo. Si los sindicatos, por su debilidad inicial, tuvieron que
trabajar en estricta alianza con los gobiernos surgidos de la Revolución de
1917, ya es el tiempo de que revisemos esta alianza. Hoy las alianzas y la
solidaridad sindical internacional nos permiten distinguir claramente entre lo
que son gobiernos progresistas y los que están más al servicio de la clase
patronal, en un modelo global de explotación de la mano de obra y los recursos
naturales. Esto es lo que en México ha ocurrido desde 1982 hasta nuestros días,
donde las añejas fuerzas del privilegio social se han coaligado para imponer
nuevamente la ambición y sus intereses egoístas por encima de la sociedad.
En México es necesario un nuevo sindicalismo
que responda a los cambios constantes y a las necesidades de los trabajadores y
las organizaciones en el siglo XXI. Únicamente fortaleciendo lo positivo y con
un proceso de mejoramiento continuo, México podrá progresar hacia una sociedad
basada en la justicia y la igualdad. Pero esto no se ha de lograr permitiendo
que se pisoteen las conquistas que los sindicalistas y sus agrupaciones han
alcanzado en un siglo entero de existencia y lucha, tales como las garantías
fundamentales de los trabajadores, que desde el primero de junio de 2010 son
considerados como derechos humanos, tales como el de libertad de asociación, de
autonomía, de contratación colectiva y el de huelga, que los actuales enemigos
de la clase trabajadora pretenden destruir.
El Senado tiene en estos días frente a sí la
grave responsabilidad de actuar en esa línea, o simplemente someterse a los
dictados de la clase patronal y del Partido Acción Nacional. Los senadores
están obligados, desde el punto de vista ético y legal, a evitar dar pasos
atrás en la historia de la evolución, y darlos hacia una nación con más
justicia y dignidad. Esta es una oportunidad histórica para corregir las
tendencias y las posturas conservadoras que pretenden conducir al esclavismo de
nuevo cuño que con el proyecto inicial de reforma laboral se busca formalizar. Publicado en La Jornada.
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