El diagnóstico nacional / Elba Esther Gordillo
Por Elba Esther Gordillo
A menudo cuando
elaboramos y socializamos diagnósticos sobre los diversos problemas que
enfrenta el país, suelen confundirse o interpretarse como críticas al desempeño
de un gobierno. La situación anterior contamina la problemática nacional porque
polariza la opinión y fragmenta las acciones necesarias para superarla. Por
otro lado, también suele decirse negativamente que dicha diagnosis politiza el
análisis; sin embargo, está mal empleado el calificativo, ya que si de verdad
se politizara estaríamos en la ruta correcta para obtener un mejor trabajo
gubernamental.
La política debe ser la
vía para interpretar correctamente las demandas sociales respecto a los
problemas nacionales. La buena política es el mecanismo ideal para enfrentarlos
con pertinencia y efectividad al convocar una solución colectiva. No hay otro
camino en una sociedad democrática, plural y altísimamente estratificada. Ahora
bien, el momento más responsable y oportuno para revisar cómo estamos es
justamente cuando se renueva la administración federal, en la cual recae una
enorme cantidad de responsabilidades, facultades y mandatos.
Quizá una de las
primeras preguntas para fundar el diagnóstico nacional es la duración de la
administración federal, ¿no será ya un lapso demasiado largo? Seis años es
mucho tiempo para revisar las estrategias de gobierno, debido a que durante él
se operan enormes cambios en prácticamente todas las variables. Entonces, si
hay tal dinamismo en los agregados políticos, económicos y sociales, el cual
genera multitud de impactos, ¿por qué las decisiones elegidas no se mueven con
la misma velocidad?, vaya, debemos aceptar que la mayoría de las veces ni
siquiera se mueven.
Es cierto que los
compromisos de gobierno y su derivación en acciones públicas generan una
situación de régimen. Entendido éste como el acuerdo orgánico a partir del cual
se ejercerá el poder pero, llevado al extremo, se convierte en una coraza que
impide evaluarlas y eventualmente replantearlas a partir de sus resultados.
La forma como se pilotea
un avión es un ejemplo sobre la toma de decisiones a partir de la constante
evaluación y corrección de acciones. Un piloto utiliza instrumentos con
información de último momento para diagnosticar las condiciones de vuelo
—velocidad, altitud, combustible, clima— con lo cual puede decidir el mejor rumbo
para llegar a su destino. No espera a que sea la caja negra la que realice los
diagnósticos, ni las acciones que toma se ven como una claudicación. Entonces,
¿por qué no hacemos lo mismo en la tarea pública?, dada nuestra situación
social, quizá la más importante y trascendente rendición de cuentas sea
corregir prontamente a partir del resultado de una decisión.
El momento que vive el
país reclama la utilización de herramientas precisas para diagnosticar las
enfermedades político-sociales que padecemos. El camino indiscutible para
elegir las respuestas adecuadas, sería comenzar haciendo las preguntas
correctas: ¿se ha dañado o no el tejido social por la irrupción del tremendo
aumento de la violencia? ¿Ha disminuido el tráfico, comercialización y consumo
de drogas, así como sus ganancias millonarias? ¿El país dispone de un umbral
energético sustentable? ¿El relevante crecimiento demográfico ha sido
acompañado por una sólida política de generación de empleo, fortalecimiento del
mercado interno y de una reducción sostenida de la pobreza? ¿Nuestra inserción
global y la vinculación con los factores hegemónicos es la correcta? ¿La
calidad educativa es la que reclama la era del conocimiento y la competencia
internacional, así como la nueva equidad que tutela? ¿Cuenta el país con una
política fiscal y un federalismo proporcionales con los problemas que están
obligados a resolver? ¿Tenemos un país más justo? ¿La institucionalidad que
opera el debate electoral dota a los ciudadanos de la certidumbre necesaria?
Estas preguntas, entre
otras, no pretenden negar la validez jurídica, política y aún histórica de las
decisiones gubernamentales tomadas. Son más importantes las respuestas que les
demos, ya que nos servirán como instrumentos de medición sobre los méritos, vigencia
y aprecio público con que cuentan. No obstante, procuremos no confundir la
evaluación entre los medios y los fines; en cuestiones de política pública es
absolutamente necesario un equilibrio entre el medio empleado y el fin
conseguido.
Dogmatizar el ejercicio
del poder como vehículo para su defensa, o negarse a aceptar las nuevas
realidades para actuar en consecuencia, desvirtúan y polarizan el indispensable
análisis de los problemas, tiempos y circunstancias del país. Publicado en El Universal
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