El estado
de la ciencia
Por Juan Ramón de la Fuente
Mientras que en algunos países, como el nuestro, se sigue
discutiendo qué hacer con la ciencia, en otros, simplemente, se hace ciencia.
Se hace ciencia de buena calidad, se enseña en las escuelas de manera novedosa,
divertida, y se usan sus productos ‐directos e indirectos‐ para el desarrollo
social, para crecer económicamente y generar empleos formales, mejor
remunerados. Tales países han optado por un modelo económico sustentado en el
conocimiento; han incorporado la tecnología a su aparato productivo, y cuentan
con un sistema nacional de innovación. La apuesta les ha sido rentable y aún
así, no se confían.
La prestigiada revista Scientific American acaba de
publicar una serie de artículos sobre el estado que guarda la ciencia en el
mundo. Se intenta evaluar, en términos cualitativos y cuantitativos, el
quehacer científico y sus resultados; es decir, la capacidad que tienen los
países de proyectar su ciencia y beneficiarse de ella.
Se analizan cuatro ejes fundamentales: la producción de
artículos publicados en las revistas de mayor prestigio, las patentes
registradas, la inversión por país en investigación y desarrollo, así como el
número de estudiantes graduados en las carreras científicas y las ingenierías.
No hay sorpresas. Los Estados Unidos encabezan la lista. Le siguen Alemania,
China, Japón, Reino Unido, Francia, Canadá, Corea del Sur, Italia y España, en
ese orden. Según el Banco Mundial, ocho de estos 10 países también encabezan la
lista de las economías más grandes del mundo. La coincidencia es asombrosa y la
conclusión es que ambas variables, el crecimiento económico y el desarrollo de
la ciencia, se nutren y potencian recíprocamente.
México aparece en dos de los cuatro listados que
incluyen, cada uno, a los 25 países mejor calificados. En inversión para
ciencia y desarrollo, con datos de la OCDE, México aparece en el lugar número
21; y en el lugar 20, según la misma fuente, en cuanto a graduados con
doctorado en carreras científicas e ingenierías. Lamentablemente no figuramos
en la relación de patentes ni en la de publicaciones.
América Latina prácticamente no aparece en el mapa.
Brasil publica más que nosotros y ocupa ya el lugar número 7 en el mundo en
relación a estudiantes graduados con doctorado. Llevan varios años trabajando en
ello intensamente. La mitad del esfuerzo brasileño en ciencia se hace en Sao
Paulo, motor del crecimiento económico que contribuye con el 35% del PIB de su
país.
Desde hace algún tiempo China hace ciencia de clase
mundial. Es el tercer país en publicaciones, el noveno en patentes y el segundo
en inversión. Hace 30 años tenían 800 mil estudiantes en educación superior,
hoy tienen 23 millones y cuentan con más de 100 universidades en las que se
hace investigación. Otro país que muestra avances importantes es la India.
Figura precisamente en los listados de los ejes en los que no aparece México:
publicaciones y patentes, ambas son un buen reflejo de la productividad del
sistema científico y tecnológico.
Los líderes de la ciencia en los países mejor evaluados,
coinciden en que un cambio fundamental observado en los últimos años es la
intensa colaboración internacional. Hay países que han sabido aprovechar mejor
que otros esta nueva dinámica. Aquí también destaca Brasil. Tienen centenares
de proyectos cofinanciados internacionalmente sobre temas diversos: genómica,
bioenergéticos, cáncer, cambio climático, etcétera.
La sociedad global funciona cada vez más a través de
redes abiertas para la creatividad y la innovación. Hay un intercambio fluido
de profesores y estudiantes como nunca antes. La UNESCO estima que hay más de 4
millones de jóvenes cursando estudios superiores fuera de su país de origen. En
los Estados Unidos, aún cuando mantienen un liderazgo indiscutible en la
ciencia mundial, toman cartas en el asunto: revisan y actualizan sus programas,
reconocen que muchos de sus premios Nobel provienen de otros países, y que no
basta con atraer anualmente a 650 mil de los mejores estudiantes del mundo,
provenientes sobre todo de China, India y Corea del Sur (aproximadamente 13 mil
de México). Están, literalmente, reinventando la forma de enseñar la ciencia en
las escuelas secundarias y de organizar los proyectos de investigación en las
universidades. No van a dejar que los rebasen fácilmente.
Alemania no se queda atrás. Ha logrado articular el mejor
sistema de colaboración científica entre gobierno, academia e industria. Sus
universidades repuntan año tras año. El Reino Unido es otro buen ejemplo que no
puede pasarse por alto: invierten el 1.8% de su PIB en ciencia, y con una
población que no rebasa el 1% de la población mundial, generan el 14% de todos
los artículos científicos que se publican en las mejores revistas. Hay detrás
de este hecho toda una cultura sobre la importancia social de la ciencia.
Los efectos de la globalización en la ciencia son
irreversibles. Atrás quedaron los feudos y todo lo que ello implicaba. Hoy la
ciencia funciona como uno de los sistemas más abiertos e interactivos del
mundo: más incluyente, más horizontal, mejor cohesionado.
No es casual, pues, que cada vez haya más países que
perciben, en su justa dimensión, la importancia de la ciencia, de la tecnología
y de la innovación como mecanismos para propiciar su crecimiento económico. Su
impacto en la educación, el empleo y la productividad son así mismo
inobjetables.
El cambio en el modelo económico, que muchos anhelamos
para México, pasa forzosamente por el conocimiento, pasa por la escuela y pasa
por la universidad. La ciencia puede ser uno de los instrumentos más valiosos
de los que dispongamos para lograr ese cambio. Publicado por El
Universal.
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