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martes, 9 de octubre de 2012


El estado de la ciencia
Por Juan Ramón de la Fuente

Mientras que en algunos países, como el nuestro, se sigue discutiendo qué hacer con la ciencia, en otros, simplemente, se hace ciencia. Se hace ciencia de buena calidad, se enseña en las escuelas de manera novedosa, divertida, y se usan sus productos directos e indirectos para el desarrollo social, para crecer económicamente y generar empleos formales, mejor remunerados. Tales países han optado por un modelo económico sustentado en el conocimiento; han incorporado la tecnología a su aparato productivo, y cuentan con un sistema nacional de innovación. La apuesta les ha sido rentable y aún así, no se confían.

La prestigiada revista Scientific American acaba de publicar una serie de artículos sobre el estado que guarda la ciencia en el mundo. Se intenta evaluar, en términos cualitativos y cuantitativos, el quehacer científico y sus resultados; es decir, la capacidad que tienen los países de proyectar su ciencia y beneficiarse de ella.

Se analizan cuatro ejes fundamentales: la producción de artículos publicados en las revistas de mayor prestigio, las patentes registradas, la inversión por país en investigación y desarrollo, así como el número de estudiantes graduados en las carreras científicas y las ingenierías. No hay sorpresas. Los Estados Unidos encabezan la lista. Le siguen Alemania, China, Japón, Reino Unido, Francia, Canadá, Corea del Sur, Italia y España, en ese orden. Según el Banco Mundial, ocho de estos 10 países también encabezan la lista de las economías más grandes del mundo. La coincidencia es asombrosa y la conclusión es que ambas variables, el crecimiento económico y el desarrollo de la ciencia, se nutren y potencian recíprocamente.

México aparece en dos de los cuatro listados que incluyen, cada uno, a los 25 países mejor calificados. En inversión para ciencia y desarrollo, con datos de la OCDE, México aparece en el lugar número 21; y en el lugar 20, según la misma fuente, en cuanto a graduados con doctorado en carreras científicas e ingenierías. Lamentablemente no figuramos en la relación de patentes ni en la de publicaciones.

América Latina prácticamente no aparece en el mapa. Brasil publica más que nosotros y ocupa ya el lugar número 7 en el mundo en relación a estudiantes graduados con doctorado. Llevan varios años trabajando en ello intensamente. La mitad del esfuerzo brasileño en ciencia se hace en Sao Paulo, motor del crecimiento económico que contribuye con el 35% del PIB de su país.

Desde hace algún tiempo China hace ciencia de clase mundial. Es el tercer país en publicaciones, el noveno en patentes y el segundo en inversión. Hace 30 años tenían 800 mil estudiantes en educación superior, hoy tienen 23 millones y cuentan con más de 100 universidades en las que se hace investigación. Otro país que muestra avances importantes es la India. Figura precisamente en los listados de los ejes en los que no aparece México: publicaciones y patentes, ambas son un buen reflejo de la productividad del sistema científico y tecnológico.

Los líderes de la ciencia en los países mejor evaluados, coinciden en que un cambio fundamental observado en los últimos años es la intensa colaboración internacional. Hay países que han sabido aprovechar mejor que otros esta nueva dinámica. Aquí también destaca Brasil. Tienen centenares de proyectos cofinanciados internacionalmente sobre temas diversos: genómica, bioenergéticos, cáncer, cambio climático, etcétera.

La sociedad global funciona cada vez más a través de redes abiertas para la creatividad y la innovación. Hay un intercambio fluido de profesores y estudiantes como nunca antes. La UNESCO estima que hay más de 4 millones de jóvenes cursando estudios superiores fuera de su país de origen. En los Estados Unidos, aún cuando mantienen un liderazgo indiscutible en la ciencia mundial, toman cartas en el asunto: revisan y actualizan sus programas, reconocen que muchos de sus premios Nobel provienen de otros países, y que no basta con atraer anualmente a 650 mil de los mejores estudiantes del mundo, provenientes sobre todo de China, India y Corea del Sur (aproximadamente 13 mil de México). Están, literalmente, reinventando la forma de enseñar la ciencia en las escuelas secundarias y de organizar los proyectos de investigación en las universidades. No van a dejar que los rebasen fácilmente.

Alemania no se queda atrás. Ha logrado articular el mejor sistema de colaboración científica entre gobierno, academia e industria. Sus universidades repuntan año tras año. El Reino Unido es otro buen ejemplo que no puede pasarse por alto: invierten el 1.8% de su PIB en ciencia, y con una población que no rebasa el 1% de la población mundial, generan el 14% de todos los artículos científicos que se publican en las mejores revistas. Hay detrás de este hecho toda una cultura sobre la importancia social de la ciencia.

Los efectos de la globalización en la ciencia son irreversibles. Atrás quedaron los feudos y todo lo que ello implicaba. Hoy la ciencia funciona como uno de los sistemas más abiertos e interactivos del mundo: más incluyente, más horizontal, mejor cohesionado.

No es casual, pues, que cada vez haya más países que perciben, en su justa dimensión, la importancia de la ciencia, de la tecnología y de la innovación como mecanismos para propiciar su crecimiento económico. Su impacto en la educación, el empleo y la productividad son así mismo inobjetables.

El cambio en el modelo económico, que muchos anhelamos para México, pasa forzosamente por el conocimiento, pasa por la escuela y pasa por la universidad. La ciencia puede ser uno de los instrumentos más valiosos de los que dispongamos para lograr ese cambio. Publicado por El Universal.

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