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viernes, 12 de octubre de 2012


La educación superior tecnológica en América Latina
PEDRO FLORES CRESPO
 
El Instituto Internacional de Planeamiento de la Educación (IIPE) de la UNESCO organizó el pasado 3 y 4 de octubre un seminario regional para discutir las tendencias sobre la educación superior tecnológica (EST) y proponer alternativas de acción. El elemento “disparador” del encuentro fue el conjunto de resultados de tres investigaciones auspiciadas por el IIPE sobre la forma en cómo se organiza y ofrece la EST en México, Colombia y Brasil . Asimismo, se puso énfasis en dos elementos más de análisis: La equidad y la inserción al mercado laboral de los egresados universitarios. Dada la interesante discusión ahí registrada, pongo a consideración de los lectores de Campus los siguientes tres puntos.

Por qué estudiar la educación tecnológica:

El tema de la EST en México es central por dos razones primordiales. Primero, desde la década de los noventa, la expansión de la cobertura ha tratado de ampliarse por medio de la educación de tipo tecnológico. El número de universidades tecnológicas (UT), así como el de institutos tecnológicos (IT) y el de las universidades politécnicas (UP) han crecido exponencialmente. Mientras en 2001 sólo había una UP, ahora se reportan 51 de estas instituciones (Sexto Informe de Gobierno). Las UT también se han expandido notablemente a lo largo y ancho del país. Mientras en 1991 había sólo tres UT, para el ciclo escolar 2010-201, ya se contabilizaban 104. Entonces, desde la década de los noventa, la apuesta ha sido ampliar la cobertura por medio de la creación de opciones de educación de corte tecnológico. ¿Seguirá el nuevo gobierno (2013-2018) optando por esta vía de expansión o imaginará un camino distinto? ¿Qué evidencia sustentará su política de cobertura con calidad en la educación superior? Habrá que tomar en cuenta que aun cuando la matrícula en las universidades tecnológicas ha crecido positivamente, el nivel de Técnico Superior Universitario (TSU) representa sólo tres por ciento de la matrícula total de educación superior y lo más interesante es que tal porcentaje no ha variado significativamente a través del tiempo.

En segundo lugar, la EST debería ser un tema de constante debate público debido a la forma en cómo los modelos pedagógicos y curriculares de este tipo de educación están formando a los jóvenes de México. Aunque no existen datos confiables y generales sobre la calidad de la educación superior tecnológica, los resultados de logro académico de los niveles previos generan señales de alarma. En junio de esta año escribía que de acuerdo con datos del Informe 2010-2011 del Instituto Nacional para la Evaluación de la Educación (INEE), “el bachillerato tecnológico y el Colegio Nacional de Educación Profesional Técnica (Conalep) registran las proporciones de jóvenes más bajas en el nivel de desempeño máximo en las áreas de lectura, matemáticas, ciencias y formación ciudadana en comparación con el bachillerato general y el promedio nacional”.

“Lo más interesante de estos resultados es que el INEE asegura que aunque existen algunas diferencias contextuales entre los estudiantes de los diferentes modelos de bachillerato, éstas no son tan pronunciadas como para dar ventaja o desventaja a los estudiantes de un modelo en particular. En otras palabras, el contexto social en el bachillerato no pesa tanto como el modelo educativo para explicar las diferencias en términos de logro escolar” (Campus 467). Entonces, parece que formar bajo un modelo técnico o tecnológico en el bachillerato puede ser una fórmula limitada para cultivar competencias básicas tales como la formación de ciudadanía, comprensión lectora, ciencias o matemáticas. ¿Qué cambios a nivel curricular y de práctica docente requieren introducirse en los bachilleratos tecnológicos de México? ¿Ha pensado en ello el equipo de transición del nuevo gobierno?



Cuatro lecciones internacionales

Cualquier juicio sobre el funcionamiento (y efectividad) de la educación es limitado si no se tiene un referente comparativo. Por ello, el seminario del IIPE resultó de gran interés no sólo para los países que participaron en el estudio (México, Colombia y Brasil), sino para aquellos países que discuten y promueven este tipo de educación como Argentina, Perú y Chile. A continuación, se describen cuatro observaciones derivadas del seminario, el cual fue realizado en la multicultural ciudad de Buenos Aires, Argentina.

Primero. Uno de los puntos que más llamó la atención en esta reunión fue la denominación crecientemente elusiva y vaga de lo “tecnológico”, que en algunas ocasiones se equipara con “técnico, vocacional, no universitario o profesional”. Aunque no se entró a fondo en el debate conceptual, sí se puede decir que el punto de identidad de la EST demanda una mayor clarificación tanto por los gobiernos nacionales como por las agencias educativas de cooperación internacional. ¿De qué hablamos cuando promovemos la educación tecnológica? ¿De cursos enfocados a la práctica más que a la teoría? Si en verdad existiese esta división, ¿sería éste el mejor enfoque para formar integralmente a los jóvenes del siglo veintiuno?

El segundo punto es la creciente demanda por la educación universitaria y en esto, algo tiene que ver el movimiento estudiantil de Chile, así como el movimiento de jóvenes mexicanos que recientemente protestaron por no tener la oportunidad de entrar a las universidades públicas más reconocidas de la capital como la UNAM (Universidad Nacional Autónoma de México). La agitación política es entonces una fuerza creciente detrás de la demanda por mayor educación superior y aquí vamos a ver cómo los gobiernos nacionales responden a las expectativas de la sociedad. ¿Es la educación superior tecnológica la mejor salida a esta razonada demanda? ¿Bajo qué supuestos? ¿Es la racionalidad del gobierno compatible con la de los jóvenes y sus familias que aspiran a tener mayores oportunidades de estudio y realización personal?

La tercera lección derivada del seminario fue que el desarrollo de la educación superior tecnológica (sea en el nivel de licenciatura, ingeniería o en el de TSU) responde a historias particulares de cada país. Mientras que en México el boom de este tipo de educación se origina bajo la creencia de escolarizar la “mano de obra” para modernizar económicamente al país; en Brasil y en Colombia el desarrollo de la EST puede verse como un largo proceso histórico que deriva en un “corrimiento hacia lo académico” de cursos de capacitación e instrucción práctica. Es en este punto en donde, a mi juicio, se puede formular una buena pregunta para discutir el futuro de la EST en México. ¿Debemos escolarizar cualquier forma de aprendizaje o podemos acercar el conocimiento al joven de manera más flexible y pertinente? Uno de los hallazgos más importantes del caso de México (que incluyó cinco instituciones de educación superior tecnológica) fue la acentuada escolarización de los procesos de aprendizaje. El estudio en esas IES fue extremadamente intensivo y la pregunta aquí es, ¿con un tiempo de estudio tan amplio la/el joven de los estratos más desfavorecidos logra adquirir las habilidades y conocimientos para poder desempeñarse libre y responsablemente en las sociedades actuales? ¿Seguirá el nuevo gobierno promoviendo modelos curriculares que hacen gala del “culto a la escolaridad” o sabrá cómo, desde la pedagogía moderna, crear opciones de estudio que sirvan para combinar el pensamiento, inteligencia y sensibilidad de los jóvenes con las destrezas requeridas en el mercado laboral? El reto educativo no es menor.

Cuarta y última lección. El seminario también hizo énfasis en la necesidad de contar con información confiable sobre el desempeño de las opciones de EST. Chile, por ejemplo, mostró datos relevantes sobre la rentabilidad de las opciones tecnológicas en comparación con las modalidades “universitarias”. Hasta donde se sabe, en México, este tipo de información no es común, aunque debemos reconocer que en el caso de las UT se ha tratado de construir sistemas de información que pueden dar cuenta del desempeño de esos dos subsistemas de educación superior. La construcción de información es uno de los resultados más sobresalientes del proyecto del IIPE, ya que se pudieron hacer unas primeras comparaciones entre opciones educativas y derivar hipótesis para análisis futuros. En este sentido, se detectó que en México los TSU presentan mayor movilidad laboral que los ingenieros o licenciados.



Futuros

La discusión sobre el futuro de la EST rebasa lo que ocurre dentro de los subsistemas ya conocidos (UT, UP y IT). Me parece que para poder apuntalar los que hacen esas instituciones tendríamos que “subir” la discusión a dos planos. El primero es cómo acercar el conocimiento de manera más flexible y pertinente a los jóvenes que enfrentan mayores desventajas sociales y económicas. La opción escolarizada no parece ser la única fórmula o lo más efectiva. Ya Brasil puso el ejemplo de ofrecer cursos no formales que pueden operar dentro del sistema de educación superior tecnológica y que se organizaron de acuerdo con la demanda real de las personas. El segundo plano sería examinar qué campos del conocimiento y qué ocupaciones demandan un ambiente escolarizado y cuáles están cambiando al grado de no requerir instrucción formal. ¿Se podría formar un profesional en turismo ecológico, por ejemplo, fuera de la universidad? En este proceso de conversión del conocimiento y de la escolarización, las discusiones sobre certificación, otorgamiento de grados, estatus, elección escolar y recompensa laboral no deben abandonarse o menospreciarse. Esperemos que la Secretaría de Educación Pública impulse este tipo de debates, pues no olvidemos que tiene el reto actual de convertirse en el ministerio del pensamiento y de la eficiencia gubernamental. Artículo publicado en Campus Milenio. Retomado de Educación a debate. 

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