La educación superior tecnológica
en América Latina
PEDRO
FLORES CRESPO
El
Instituto Internacional de Planeamiento de la Educación (IIPE) de la UNESCO
organizó el pasado 3 y 4 de octubre un seminario regional para discutir las
tendencias sobre la educación superior tecnológica (EST) y proponer
alternativas de acción. El elemento “disparador” del encuentro fue el conjunto
de resultados de tres investigaciones auspiciadas por el IIPE sobre la forma en
cómo se organiza y ofrece la EST en México, Colombia y Brasil . Asimismo, se
puso énfasis en dos elementos más de análisis: La equidad y la inserción al
mercado laboral de los egresados universitarios. Dada la interesante discusión
ahí registrada, pongo a consideración de los lectores de Campus los siguientes
tres puntos.
Por qué
estudiar la educación tecnológica:
El tema
de la EST en México es central por dos razones primordiales. Primero, desde la
década de los noventa, la expansión de la cobertura ha tratado de ampliarse por
medio de la educación de tipo tecnológico. El número de universidades
tecnológicas (UT), así como el de institutos tecnológicos (IT) y el de las
universidades politécnicas (UP) han crecido exponencialmente. Mientras en 2001
sólo había una UP, ahora se reportan 51 de estas instituciones (Sexto Informe
de Gobierno). Las UT también se han expandido notablemente a lo largo y ancho
del país. Mientras en 1991 había sólo tres UT, para el ciclo escolar 2010-201,
ya se contabilizaban 104. Entonces, desde la década de los noventa, la apuesta
ha sido ampliar la cobertura por medio de la creación de opciones de educación
de corte tecnológico. ¿Seguirá el nuevo gobierno (2013-2018) optando por esta
vía de expansión o imaginará un camino distinto? ¿Qué evidencia sustentará su
política de cobertura con calidad en la educación superior? Habrá que tomar en
cuenta que aun cuando la matrícula en las universidades tecnológicas ha crecido
positivamente, el nivel de Técnico Superior Universitario (TSU) representa sólo
tres por ciento de la matrícula total de educación superior y lo más
interesante es que tal porcentaje no ha variado significativamente a través del
tiempo.
En
segundo lugar, la EST debería ser un tema de constante debate público debido a
la forma en cómo los modelos pedagógicos y curriculares de este tipo de
educación están formando a los jóvenes de México. Aunque no existen datos
confiables y generales sobre la calidad de la educación superior tecnológica,
los resultados de logro académico de los niveles previos generan señales de
alarma. En junio de esta año escribía que de acuerdo con datos del Informe
2010-2011 del Instituto Nacional para la Evaluación de la Educación (INEE), “el
bachillerato tecnológico y el Colegio Nacional de Educación Profesional Técnica
(Conalep) registran las proporciones de jóvenes más bajas en el nivel de
desempeño máximo en las áreas de lectura, matemáticas, ciencias y formación
ciudadana en comparación con el bachillerato general y el promedio nacional”.
“Lo más
interesante de estos resultados es que el INEE asegura que aunque existen
algunas diferencias contextuales entre los estudiantes de los diferentes
modelos de bachillerato, éstas no son tan pronunciadas como para dar ventaja o
desventaja a los estudiantes de un modelo en particular. En otras palabras, el
contexto social en el bachillerato no pesa tanto como el modelo educativo para
explicar las diferencias en términos de logro escolar” (Campus 467). Entonces,
parece que formar bajo un modelo técnico o tecnológico en el bachillerato puede
ser una fórmula limitada para cultivar competencias básicas tales como la
formación de ciudadanía, comprensión lectora, ciencias o matemáticas. ¿Qué
cambios a nivel curricular y de práctica docente requieren introducirse en los
bachilleratos tecnológicos de México? ¿Ha pensado en ello el equipo de
transición del nuevo gobierno?
Cuatro
lecciones internacionales
Cualquier
juicio sobre el funcionamiento (y efectividad) de la educación es limitado si
no se tiene un referente comparativo. Por ello, el seminario del IIPE resultó
de gran interés no sólo para los países que participaron en el estudio (México,
Colombia y Brasil), sino para aquellos países que discuten y promueven este
tipo de educación como Argentina, Perú y Chile. A continuación, se describen
cuatro observaciones derivadas del seminario, el cual fue realizado en la
multicultural ciudad de Buenos Aires, Argentina.
Primero.
Uno de los puntos que más llamó la atención en esta reunión fue la denominación
crecientemente elusiva y vaga de lo “tecnológico”, que en algunas ocasiones se
equipara con “técnico, vocacional, no universitario o profesional”. Aunque no
se entró a fondo en el debate conceptual, sí se puede decir que el punto de
identidad de la EST demanda una mayor clarificación tanto por los gobiernos
nacionales como por las agencias educativas de cooperación internacional. ¿De
qué hablamos cuando promovemos la educación tecnológica? ¿De cursos enfocados a
la práctica más que a la teoría? Si en verdad existiese esta división, ¿sería
éste el mejor enfoque para formar integralmente a los jóvenes del siglo
veintiuno?
El
segundo punto es la creciente demanda por la educación universitaria y en esto,
algo tiene que ver el movimiento estudiantil de Chile, así como el movimiento
de jóvenes mexicanos que recientemente protestaron por no tener la oportunidad
de entrar a las universidades públicas más reconocidas de la capital como la
UNAM (Universidad Nacional Autónoma de México). La agitación política es
entonces una fuerza creciente detrás de la demanda por mayor educación superior
y aquí vamos a ver cómo los gobiernos nacionales responden a las expectativas de
la sociedad. ¿Es la educación superior tecnológica la mejor salida a esta
razonada demanda? ¿Bajo qué supuestos? ¿Es la racionalidad del gobierno
compatible con la de los jóvenes y sus familias que aspiran a tener mayores
oportunidades de estudio y realización personal?
La
tercera lección derivada del seminario fue que el desarrollo de la educación
superior tecnológica (sea en el nivel de licenciatura, ingeniería o en el de
TSU) responde a historias particulares de cada país. Mientras que en México el
boom de este tipo de educación se origina bajo la creencia de escolarizar la
“mano de obra” para modernizar económicamente al país; en Brasil y en Colombia
el desarrollo de la EST puede verse como un largo proceso histórico que deriva
en un “corrimiento hacia lo académico” de cursos de capacitación e instrucción
práctica. Es en este punto en donde, a mi juicio, se puede formular una buena
pregunta para discutir el futuro de la EST en México. ¿Debemos escolarizar
cualquier forma de aprendizaje o podemos acercar el conocimiento al joven de
manera más flexible y pertinente? Uno de los hallazgos más importantes del caso
de México (que incluyó cinco instituciones de educación superior tecnológica)
fue la acentuada escolarización de los procesos de aprendizaje. El estudio en
esas IES fue extremadamente intensivo y la pregunta aquí es, ¿con un tiempo de
estudio tan amplio la/el joven de los estratos más desfavorecidos logra
adquirir las habilidades y conocimientos para poder desempeñarse libre y
responsablemente en las sociedades actuales? ¿Seguirá el nuevo gobierno
promoviendo modelos curriculares que hacen gala del “culto a la escolaridad” o
sabrá cómo, desde la pedagogía moderna, crear opciones de estudio que sirvan
para combinar el pensamiento, inteligencia y sensibilidad de los jóvenes con
las destrezas requeridas en el mercado laboral? El reto educativo no es menor.
Cuarta
y última lección. El seminario también hizo énfasis en la necesidad de contar
con información confiable sobre el desempeño de las opciones de EST. Chile, por
ejemplo, mostró datos relevantes sobre la rentabilidad de las opciones
tecnológicas en comparación con las modalidades “universitarias”. Hasta donde
se sabe, en México, este tipo de información no es común, aunque debemos
reconocer que en el caso de las UT se ha tratado de construir sistemas de
información que pueden dar cuenta del desempeño de esos dos subsistemas de
educación superior. La construcción de información es uno de los resultados más
sobresalientes del proyecto del IIPE, ya que se pudieron hacer unas primeras
comparaciones entre opciones educativas y derivar hipótesis para análisis
futuros. En este sentido, se detectó que en México los TSU presentan mayor
movilidad laboral que los ingenieros o licenciados.
Futuros
La
discusión sobre el futuro de la EST rebasa lo que ocurre dentro de los
subsistemas ya conocidos (UT, UP y IT). Me parece que para poder apuntalar los
que hacen esas instituciones tendríamos que “subir” la discusión a dos planos.
El primero es cómo acercar el conocimiento de manera más flexible y pertinente
a los jóvenes que enfrentan mayores desventajas sociales y económicas. La
opción escolarizada no parece ser la única fórmula o lo más efectiva. Ya Brasil
puso el ejemplo de ofrecer cursos no formales que pueden operar dentro del
sistema de educación superior tecnológica y que se organizaron de acuerdo con
la demanda real de las personas. El segundo plano sería examinar qué campos del
conocimiento y qué ocupaciones demandan un ambiente escolarizado y cuáles están
cambiando al grado de no requerir instrucción formal. ¿Se podría formar un
profesional en turismo ecológico, por ejemplo, fuera de la universidad? En este
proceso de conversión del conocimiento y de la escolarización, las discusiones
sobre certificación, otorgamiento de grados, estatus, elección escolar y
recompensa laboral no deben abandonarse o menospreciarse. Esperemos que la
Secretaría de Educación Pública impulse este tipo de debates, pues no olvidemos
que tiene el reto actual de convertirse en el ministerio del pensamiento y de
la eficiencia gubernamental. Artículo publicado en Campus Milenio. Retomado de
Educación a debate.
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