Ahora, la cienciología…
Enrique
Aranda
Ahora
sí que, literalmente al cuarto para las 12…, o para dar cumplimiento a aquello
de que para que la cuña apriete…, el segundo gobierno federal emanado de Acción
Nacional se apresta a asestar un duro golpe —“uno más”, diría alguno— a la
Iglesia de cuya doctrina dice abrevar y en cuyos principios aseguran sus
integrantes sustentar todo o parte al menos de su actuar.
En los
próximos días, efectivamente, el primer nivel en el Palacio de Cobián —el
secretario Alejandro Poiré y el subsecretario Gustavo Mohar, en primera línea—
deberá firmar, y entregar de manera oficial, el registro que acredita a la
“Iglesia” de la cienciología como asociación religiosa y ahondará con ello las
de suyo profundas diferencias que durante los últimos seis años, al menos,
caracterizaron la relación entre las autoridades y la jerarquía católica,
representante formal de más de 80% de la población nacional.
Hoy, de
hecho, puede decirse que el reconocimiento oficial fue otorgado ya, puesto que,
si bien se está en el plazo legal para que un tercero, persona física o moral,
la impugne, lo cierto es que la resolución favorable fue publicada ya desde el
13 de septiembre último en el Diario Oficial, lo que dejó en claro que sus
promotores han exhibido “pruebas suficientes que acreditan que la agrupación
religiosa cuenta con la antigüedad y notorio arraigo entre la población”.
Más
allá de tal decisión, sin embargo, es menester dejar en claro que no fue ésta
la primera ocasión, el 12 de diciembre de 2011 curiosamente, en que la
cienciología —sistema filosófico/religioso basado en las enseñanzas de
Lafayette Ronald Hubbard, quien afirma promover la autorrealización a través de
un método terapéutico espiritual— buscaba su reconocimiento. Ya lo había
intentado en 1999 y se le había negado… igual que había ocurrido antes en
países como Grecia, Irlanda, Chile, Dinamarca,
Reino Unido, Suiza, Bélgica… o en España incluso, donde sólo pudo
obtenerlo después de un largo litigio judicial.
Esta
vez, sin embargo, los servicios de Roberto Blancarte y de Jonathan Marduk Rico,
gestor el primero y vocero para Latinoamérica el segundo, rindieron fruto al
lograr que la autoridad dejara a un lado las supuestas o reales, graves
imputaciones públicas —lavado de cerebro con propósitos de lucro, abuso
sicológico y físico de sus seguidores, según lo afirman diversas fuentes—
realizadas contra la misma o, más aún, a ignorar la experiencia que en otras
naciones ha movido a actuar con cautela en la valoración de solicitudes
similares.
Ahora
que, más allá del otorgamiento del registro como tal, lo verdaderamente
relevante en este caso es la grave confusión y el malestar que la entrega del
mismo va a generar (los causa ya) entre la jerarquía católica y otros credos
que, sin duda, tendrá un costo (político) a pagar.
Veremos
y sin duda lo comentaremos aquí mismo…
Veámonos
el viernes, con otro asunto De naturaleza política. Publicado en Excélsior.
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