Discutir la universidad
Manuel
Pérez Rocha
Desde
la Edad Media, en la universidad se reconoce la discusión como método creador y
enriquecedor del conocimiento, discusión en la que intervienen maestros y
estudiantes. Ya en esa época la educación se proponía enseñar a discutir (la
disputatio), no simplemente llenar la cabeza de los estudiantes con los
conocimientos expuestos por los maestros (la lectio). Varios siglos después se
reconoce que los conocimientos cambian y aumentan de manera tal que una función
esencial de la educación debe ser enseñar a aprender durante toda la vida, y
una forma fecunda de aprender es discutir.
De la
amplia bibliografía sobre el tema cabe recomendar el libro Discussion as a way
of teaching, de S. Brookfield y S. Preskill, que aporta herramientas y técnicas
útiles para democratizar el aula, y sobre todo conceptos claros acerca del
valor pedagógico y democrático de la discusión. La buena discusión obliga a
informarse, a escuchar, a analizar, a juzgar, a construir argumentos; y por
supuesto, para que sea productiva, debe seguir un método y ante todo guiarse
por el compromiso honesto de aprender, y de tener el valor de reconocer la
verdad cuando se le encuentra, tenga las consecuencias que tenga, como decía
Bertolt Brecht. Mediante una buena discusión en el aula, los estudiantes
también aprenden mucho de sus propios compañeros.
Resulta
pues desacertado (por decir lo menos) el empeño de algunos distinguidos
académicos por mantener un esquema de docencia en el que el maestro es el
poseedor de conocimientos que transmite al alumno ignorante. El escritor
Guillermo Sheridan, que se ha ocupado varias veces de la UACM en sus artículos
periodísticos, expuso que democratizar la universidad contradice que los
académicos poseen el conocimiento que los estudiantes desean y que esto
constituye una jerarquización necesaria y pródiga. Cita al filósofo José Gaos,
quien dijo que la esencia de la universidad entraña la distinción entre el
saber de los profesores y la ignorancia de los estudiantes sin la cual la
enseñanza de estos por aquellos sería no un contrasentido, sino un sin sentido.
Por
supuesto que los profesores tienen conocimientos que los estudiantes ignoran y
desean, pero quienes sostienen que la enseñanza consiste simplemente en que el
maestro transmita conocimientos a los estudiantes ignoran todo lo que durante
siglos han aportado las ciencias de la educación (sicología, pedagogía,
sociología de la educación, etcétera) respecto al papel activo del estudiante
en el aprendizaje. Esa opinión acerca de la enseñanza parte de un concepto
limitado de conocimiento: el conocimiento como un objeto inanimado que puede
trasladarse de una cabeza a otra, no como un complejo proceso en el que
interviene la persona completa del cognoscente. Esta opinión parte también de
una consideración irreal: el maestro no es puro conocimiento, ni lo sabe todo;
y el estudiante no es pura ignorancia, entre otras cosas sabe mucho de sí
mismo, que es conocimiento esencial en el proceso de aprender. Además, podrían
llenarse libros enteros con los testimonios que dan maestros acerca de lo que
han aprendido de sus estudiantes.
Establecer
la discusión como método privilegiado de enseñanza implica someter también a
debate sistemático y permanente a la educación y a la universidad, en el que la
participación de los estudiantes es esencial. Sería un contrasentido
desarrollar la discusión en el aula y mantener un régimen autoritario,
rígidamente jerárquico, en el gobierno de la universidad.
La UACM
ha sido concebida como un espacio de discusión. Desde que obtuvo su autonomía
han operado con muchos frutos varios espacios colegiados en los que se
analizan, discuten y resuelven diversos asuntos, particularmente en el Consejo
Universitario y su antecedente el Consejo General Interno. En ellos han
participado con responsabilidad y mucho provecho los estudiantes, cualquiera
puede ver en Internet las versiones estenográficas de esas discusiones. Hay ahí
material muy valioso para una investigación acerca de los estudiantes y sus
capacidades para participar en la conducción de la universidad.
Evidentemente,
un asunto central es el concepto que se tiene de los estudiantes. En un escrito
anterior Sheridan ha dicho que Los únicos moradores de la universidad son sus
académicos; los estudiantes son sus huéspedes; y añade: Los estudiantes, para
mí, en una universidad, no tienen más responsabilidad que la de ser excelentes
en su tarea de aprender y educarse para redituarle al pueblo que paga sus
estudios. No hay razón para que opinen sobre su legislación ni sobre los planes
de estudio ni sobre cómo se elige a las autoridades ni ningún otro asunto
académico; está probado que ahí sí los grupos (¿?) son nefastos y abominan de
las evaluaciones (¡¡!!). La experiencia y el conocimiento pertenecen al sector
académico, exclusivamente (Diálogos para la reforma de la UNAM, Facultad de
Filosofía y Letras. 2000).
Por
supuesto es válido que algún universitario exponga ideas como las de Gaos y
Sheridan y las impulse (refreno mi deseo de calificarlas). Es urgente
discutirlas, pero con el rigor académico que se exigen los maestros e
investigadores cuando estudian sus campos de especialidad (física, historia de
la poesía, biología u otra) reconociendo que la educación no es un asunto
trivial que se resuelve con fórmulas simplistas, sino un complejo fenómeno
humano, social, cultural que ha sido estudiado durante milenios.
El
Consejo Universitario de la UACM tiene que reconstruirse como un espacio de
discusión honesta, seria y rigurosa. Debe aprovechar los frutos del Congreso
Universitario realizado recientemente, a pesar de las limitaciones materiales e
institucionales que lo afectaron. En estos espacios la participación de los
estudiantes es sumamente valiosa, no sólo porque aportan visiones y propuestas
útiles para la institución sino también porque es una oportunidad de formación
para ellos mediante la discusión de asuntos concretos relevantes. También es la
instancia en la que de conformidad con la Ley de la Universidad Autónoma de la
Ciudad de México han de defender sus derechos legítimos.
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