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viernes, 26 de abril de 2013


La UNAM como indicador político
José Elías Romero Apis
Para Juan Ignacio Lecumberri, en esta mala hora.

¡Qué solitario te ves, José Narro!
Pero los universitarios estamos contigo. Aunque todos estamos solos, pero todos estemos juntos. Si no nos duele la UNAM, significa que ya no nos duele nada. Por eso nos tantean con ella. Para saber si algo todavía nos duele.

Las sociedades convulsas tienen el deber de instalar sus instrumentos de medición. Como si se tratare de un avión, gran parte de la seguridad del vuelo depende del tablero de indicadores. Son dos los elementos esenciales de la cabina: los indicadores y los mandos. De los mandos de una sociedad me ocuparé en otra ocasión.  Por hoy, me atendré a los indicadores.

Los indicadores los requerimos todos pero, más que nadie, los estadistas. El problema es que no siempre hay indicadores. Que cuando los hay, no siempre los ven. Que cuando los ven, no siempre los entienden. Que cuando los entienden, no siempre los utilizan. Que cuando los utilizan, ya es demasiado tarde.

En la actual sociedad mexicana son muchos los posibles indicadores. No todos son fieles y no todos son eficaces. Pero cada quien decide por su preferido para resolver sus propias ecuaciones.

Algunos, muy atinados, piensan que el Congreso es un buen indicador. Otros, ingenuos, creen que lo es el discurso político. Hay quienes, experimentados, buscan indicación en los medios de comunicación. Los que especulan acuden a la orientación de las cotizaciones de mercado. Los místicos confían en sus gurús. Los modernistas en las encuestas. Los obedientes en sus jefes. Los tránsfugas en el extranjero. Los inseguros en la adivinación. Los románticos en la historia. Los creyentes en su Dios. Los ricos en su contador. Los babosos en el rumor. Los pobres en su quincena.  Y los muy pobres buscan comida, no indicadores.

Quienes han logrado encontrar sus indicadores idóneos sabrán, sin margen de error, lo que va a pasar, cuándo va a pasar y cómo va a pasar. Esa es la cualidad esencial de los grandes estadistas, quienes tienen una triada óptica. La vista, para ver lo que pasa. La visión, para ver lo que va a pasar. Y la videncia, para ver lo que los demás no podemos ver y que conocemos con el simple y enigmático nombre de destino.

Pongamos un ejemplo concreto para no bordar en lo abstracto. Prefiero  hacerlo con el pretérito para no contaminarlo con el presente. Me referiré a la UNAM de hace años. 

Si algún indicador reflejó hace casi cinco décadas las condiciones de la realidad nacional, ese fue la UNAM. Creo que lo sigue siendo. Ni las tendencias de la bolsa muchas veces engañosas ni los discursos políticos en ocasiones mentirosos ni los análisis de los observadores eventualmente equivocados, reflejan con tanta fidelidad el presente y el futuro de la nación como la observación detenida de lo que acontece en la máxima casa de estudios.

No en todos los países ni en todas las universidades sucede algo similar, aunque tampoco resulta un caso único. En Estados Unidos, por ejemplo, hay centros de estudio que reflejan la realidad estadunidense con más fidelidad que otros. Se me ocurre pensar que la realidad es más fácil apreciarla en UCLA que en Harvard, y más en Berkeley que en Yale. Quizás esa fidelidad deviene de la medida en que una universidad sea pública, abierta y liberal.

La UNAM posee esos atributos. Recordemos el pasado. El conflicto del 68 fue un sustancial conflicto de generaciones que en esa década se gestó en todo el orbe. No fue un conflicto de autoridad como, equivocada y trágicamente, lo conceptualizó Gustavo Díaz Ordaz, tampoco un conflicto de ideologías como, mal intencionadamente, quisieron presentarlo algunos.

Fue un diferendum entre los jóvenes y los viejos. Entre los jóvenes de cualquier clase económica y de cualquier signo ideológico contra los viejos ricos o pobres, socialistas o fascistas. Por no conocer a la UNAM, el entonces Presidente equivocó el rumbo. No discuto si tuvo buenas o malas intenciones, simplemente afirmo que se equivocó.

Por no tener indicadores, por no verlos, por no entenderlos, por no utilizarlos o por no ser oportunos, varios de nuestros presidentes nos han dado material para estas notas.

Luis Echeverría resolvió un problema de generaciones, pero generó un conflicto de clases. López Portillo solucionó un conflicto de clases, pero creo un enfrentamiento de grupos. Miguel de la Madrid remedió un enfrentamiento de grupos, pero forjó un pleito de partidos. Carlos Salinas zanjó un pleito de partidos, pero organizó una pelea de familias. Ernesto Zedillo solventó una pelea de familias, pero introdujo un choque de proyectos. Vicente Fox no resolvió ni generó nada, y Felipe Calderón acondicionó una guerra de carteles. 

La ocupación de la Rectoría nos indica que ya no están en juego solamente los temas de política. La detentación del poder no es el conflicto. Es tan sólo el indicador.

Espero no seguir viendo tan solo a José Narro. También espero que nosotros no estemos tan solos.
 *Abogado y político
 w989298@prodigy.net.mx
Twitter: @jeromeroapis

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