La UNAM como indicador
político
José Elías
Romero Apis
Para Juan
Ignacio Lecumberri, en esta mala hora.
¡Qué
solitario te ves, José Narro!
Pero los
universitarios estamos contigo. Aunque todos estamos solos, pero todos estemos
juntos. Si no nos duele la UNAM, significa que ya no nos duele nada. Por eso
nos tantean con ella. Para saber si algo todavía nos duele.
Las
sociedades convulsas tienen el deber de instalar sus instrumentos de medición.
Como si se tratare de un avión, gran parte de la seguridad del vuelo depende
del tablero de indicadores. Son dos los elementos esenciales de la cabina: los
indicadores y los mandos. De los mandos de una sociedad me ocuparé en otra
ocasión. Por hoy, me atendré a los
indicadores.
Los
indicadores los requerimos todos pero, más que nadie, los estadistas. El
problema es que no siempre hay indicadores. Que cuando los hay, no siempre los
ven. Que cuando los ven, no siempre los entienden. Que cuando los entienden, no
siempre los utilizan. Que cuando los utilizan, ya es demasiado tarde.
En la actual
sociedad mexicana son muchos los posibles indicadores. No todos son fieles y no
todos son eficaces. Pero cada quien decide por su preferido para resolver sus
propias ecuaciones.
Algunos, muy
atinados, piensan que el Congreso es un buen indicador. Otros, ingenuos, creen
que lo es el discurso político. Hay quienes, experimentados, buscan indicación
en los medios de comunicación. Los que especulan acuden a la orientación de las
cotizaciones de mercado. Los místicos confían en sus gurús. Los modernistas en
las encuestas. Los obedientes en sus jefes. Los tránsfugas en el extranjero.
Los inseguros en la adivinación. Los románticos en la historia. Los creyentes
en su Dios. Los ricos en su contador. Los babosos en el rumor. Los pobres en su
quincena. Y los muy pobres buscan
comida, no indicadores.
Quienes han
logrado encontrar sus indicadores idóneos sabrán, sin margen de error, lo que
va a pasar, cuándo va a pasar y cómo va a pasar. Esa es la cualidad esencial de
los grandes estadistas, quienes tienen una triada óptica. La vista, para ver lo
que pasa. La visión, para ver lo que va a pasar. Y la videncia, para ver lo que
los demás no podemos ver y que conocemos con el simple y enigmático nombre de
destino.
Pongamos un
ejemplo concreto para no bordar en lo abstracto. Prefiero hacerlo con el pretérito para no contaminarlo
con el presente. Me referiré a la UNAM de hace años.
Si algún
indicador reflejó hace casi cinco décadas las condiciones de la realidad
nacional, ese fue la UNAM. Creo que lo sigue siendo. Ni las tendencias de la
bolsa muchas veces engañosas ni los discursos políticos en ocasiones mentirosos
ni los análisis de los observadores eventualmente equivocados, reflejan con
tanta fidelidad el presente y el futuro de la nación como la observación
detenida de lo que acontece en la máxima casa de estudios.
No en todos
los países ni en todas las universidades sucede algo similar, aunque tampoco
resulta un caso único. En Estados Unidos, por ejemplo, hay centros de estudio
que reflejan la realidad estadunidense con más fidelidad que otros. Se me
ocurre pensar que la realidad es más fácil apreciarla en UCLA que en Harvard, y
más en Berkeley que en Yale. Quizás esa fidelidad deviene de la medida en que
una universidad sea pública, abierta y liberal.
La UNAM
posee esos atributos. Recordemos el pasado. El conflicto del 68 fue un
sustancial conflicto de generaciones que en esa década se gestó en todo el
orbe. No fue un conflicto de autoridad como, equivocada y trágicamente, lo
conceptualizó Gustavo Díaz Ordaz, tampoco un conflicto de ideologías como, mal
intencionadamente, quisieron presentarlo algunos.
Fue un
diferendum entre los jóvenes y los viejos. Entre los jóvenes de cualquier clase
económica y de cualquier signo ideológico contra los viejos ricos o pobres,
socialistas o fascistas. Por no conocer a la UNAM, el entonces Presidente
equivocó el rumbo. No discuto si tuvo buenas o malas intenciones, simplemente
afirmo que se equivocó.
Por no tener
indicadores, por no verlos, por no entenderlos, por no utilizarlos o por no ser
oportunos, varios de nuestros presidentes nos han dado material para estas
notas.
Luis Echeverría
resolvió un problema de generaciones, pero generó un conflicto de clases. López
Portillo solucionó un conflicto de clases, pero creo un enfrentamiento de
grupos. Miguel de la Madrid remedió un enfrentamiento de grupos, pero forjó un
pleito de partidos. Carlos Salinas zanjó un pleito de partidos, pero organizó
una pelea de familias. Ernesto Zedillo solventó una pelea de familias, pero
introdujo un choque de proyectos. Vicente Fox no resolvió ni generó nada, y
Felipe Calderón acondicionó una guerra de carteles.
La ocupación
de la Rectoría nos indica que ya no están en juego solamente los temas de
política. La detentación del poder no es el conflicto. Es tan sólo el
indicador.
Espero no
seguir viendo tan solo a José Narro. También espero que nosotros no estemos tan
solos.
*Abogado y político
w989298@prodigy.net.mx
Twitter: @jeromeroapis
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