La reforma
educativa y lo que sigue
OTTO
GRANADOS
La
reforma educativa ofrecida por el presidente Peña parte de un racional de
sentido común: arreglar la casa supone primero recuperarla. Y la iniciativa
presentada da un paso relevante hacia ese objetivo.
Lo
que sigue, sin embargo, es una instrumentación institucional y técnica eficaz
que será tanto o más importante, y es intelectualmente saludable una discusión
puntual más allá de una lógica binaria —“SNTE no, calidad sí”—, que valore sus
alcances, dimensione sus limitaciones y coloque en perspectiva una medida que
dará resultados sólo a largo plazo. A ello dedicaré este espacio en los
próximos días.
En
general, las reformas educativas recientes en algunos países han puesto el
énfasis en los procesos de selección, permanencia y promoción de los docentes
mediante una evaluación del desempeño ligada a los salarios.
Hace
diez años, por ejemplo, el presidente George W. Bush impulsó una legislación
mediante la que sería posible despedir a maestros de las escuelas que exhibían
un reiterado nivel de fracaso escolar y estableció procedimientos para premiar
económicamente a los que mejoraran sus rendimientos.
En
2009, Barack Obama lanzó una reforma educativa que pretende corregir los malos
resultados que los estudiantes norteamericanos han ido registrando
paulatinamente, cuyo centro tenía que ver con varios aspectos, el primero de
los cuales era vincular el salario de los maestros a los resultados de sus
estudiantes y no a la antigüedad —un tema que será crítico en la reforma de
Peña porque buena parte de la consolidación de la líder del SNTE es haber
llevado los salarios reales del magisterio a sus niveles más altos en la
historia—, con la finalidad de exigir mucho más a los docentes y hacerlos
rendir cuentas.
La
posición de Obama fue directa: “A los buenos profesores —dijo— se les
recompensará con más dinero por mejorar los resultados… (pero) si a un profesor
se le da una oportunidad, o dos o tres, y sigue sin mejorar, no hay excusas
para que esa persona siga educando. Es decir no′ a un sistema que recompensa el
fracaso”.
Obama
propuso además potenciar las charter schools, que son escuelas autónomas
financiadas con dinero público; cerrar las escuelas públicas que no funcionen;
ampliar la jornada escolar y reducir las vacaciones para extender el calendario
académico.
En
Brasil, Lula da Silva anunció durante su Presidencia una “revolución educativa”
para profesionalizar (o reemplazar en su caso) a más del 20% del millón 882 mil
docentes que tiene Brasil y cuya preparación académica no sólo no cubre los
estándares mínimos sino que en muchas ocasiones su nivel escolar está por
debajo del de los alumnos a los que enseña. Los profesores en activo son ahora
sometidos también a un examen nacional para medir su formación e introducir
nuevos filtros que determinen su permanencia en el sistema educativo.
Como
puede verse, el caso mexicano es ya una anomalía en el mundo. Y, por tanto, la
reforma que sigue será larga y compleja. og1956@gmail.com
Publicado en Educación a debate
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