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jueves, 13 de diciembre de 2012


La reforma educativa y lo que sigue
OTTO GRANADOS

La reforma educativa ofrecida por el presidente Peña parte de un racional de sentido común: arreglar la casa supone primero recuperarla. Y la iniciativa presentada da un paso relevante hacia ese objetivo.

Lo que sigue, sin embargo, es una instrumentación institucional y técnica eficaz que será tanto o más importante, y es intelectualmente saludable una discusión puntual más allá de una lógica binaria —“SNTE no, calidad sí”—, que valore sus alcances, dimensione sus limitaciones y coloque en perspectiva una medida que dará resultados sólo a largo plazo. A ello dedicaré este espacio en los próximos días.

En general, las reformas educativas recientes en algunos países han puesto el énfasis en los procesos de selección, permanencia y promoción de los docentes mediante una evaluación del desempeño ligada a los salarios.

Hace diez años, por ejemplo, el presidente George W. Bush impulsó una legislación mediante la que sería posible despedir a maestros de las escuelas que exhibían un reiterado nivel de fracaso escolar y estableció procedimientos para premiar económicamente a los que mejoraran sus rendimientos.

En 2009, Barack Obama lanzó una reforma educativa que pretende corregir los malos resultados que los estudiantes norteamericanos han ido registrando paulatinamente, cuyo centro tenía que ver con varios aspectos, el primero de los cuales era vincular el salario de los maestros a los resultados de sus estudiantes y no a la antigüedad —un tema que será crítico en la reforma de Peña porque buena parte de la consolidación de la líder del SNTE es haber llevado los salarios reales del magisterio a sus niveles más altos en la historia—, con la finalidad de exigir mucho más a los docentes y hacerlos rendir cuentas.

La posición de Obama fue directa: “A los buenos profesores —dijo— se les recompensará con más dinero por mejorar los resultados… (pero) si a un profesor se le da una oportunidad, o dos o tres, y sigue sin mejorar, no hay excusas para que esa persona siga educando. Es decir no′ a un sistema que recompensa el fracaso”.

Obama propuso además potenciar las charter schools, que son escuelas autónomas financiadas con dinero público; cerrar las escuelas públicas que no funcionen; ampliar la jornada escolar y reducir las vacaciones para extender el calendario académico.

En Brasil, Lula da Silva anunció durante su Presidencia una “revolución educativa” para profesionalizar (o reemplazar en su caso) a más del 20% del millón 882 mil docentes que tiene Brasil y cuya preparación académica no sólo no cubre los estándares mínimos sino que en muchas ocasiones su nivel escolar está por debajo del de los alumnos a los que enseña. Los profesores en activo son ahora sometidos también a un examen nacional para medir su formación e introducir nuevos filtros que determinen su permanencia en el sistema educativo.

Como puede verse, el caso mexicano es ya una anomalía en el mundo. Y, por tanto, la reforma que sigue será larga y compleja. og1956@gmail.com Publicado en Educación a debate

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