La reforma
educativa
No
pasó ni una semana para que el compromiso suscrito fuera una realidad: la
presentación ante la Cámara de Diputados de la “reforma legal y administrativa
en materia educativa…” que tiene tres objetivos.
Ruth
Zavaleta Salgado*
Sin
lugar a dudas, desde una visión de política de Estado progresista, no hay nada
más radical en cualquier lugar del universo que contar con una norma de
educación que combata la desigualdad en cualquier término. Es desde el ámbito
educativo que las personas pueden ser “libres” no sólo porque sus derechos humanos
y políticos están establecidos en una Constitución, sino porque pueden reclamar
la garantía de ejercerlos. Los ciudadanos que se educan con los mejores
sistemas de calidad tienen mayores posibilidades de movilidad social y
económica y pueden insertarse de mejor forma en un mundo globalizado porque
capitalizan de mejor manera los avances tecnológicos y científicos.
Es
quizás por ello que personajes de nuestra historia como José Vasconcelos y
Lázaro Cárdenas son reconocidos y recordados no sólo en nuestro país, sino en
diferentes partes de América Latina y otras regiones. Y también por ello
resultó relevante que el Pacto por México, suscrito por el Presidente de la
República y diversos partidos políticos
en días pasados, contuviera en sus primeras páginas, en el capítulo de acuerdos
para una sociedad de derechos y libertades, el punto de educación de calidad y
con equidad.
No
pasó ni una semana para que el compromiso suscrito fuera una realidad: la
presentación ante la Cámara de Diputados de la “reforma legal y administrativa
en materia educativa…” que tiene tres objetivos: “Aumentar la calidad de la
educación básica que se refleje en mejores resultados en las evaluaciones
internacionales como PISA (Programa para la Evaluación Internacional de Alumnos
de la OCDE). Segundo, aumentar la matricula y mejorar la calidad en los
sistemas de educación media superior y superior. Y tercero, que el Estado
mexicano recupere la rectoría del sistema educativo nacional, manteniendo el
principio de laicidad.”
La
propuesta es muy sencilla: reforma al artículo 3º, fracciones III, VII y VIII
y, al 73, fracción XXV; y se adiciona la fracción IX al artículo 3º de la
Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos. En concreto, lo más
relevante del cambio es la autonomía del
Instituto Nacional para la Evaluación de la Educación como un órgano con
facultades jurídicas y recursos propios para evaluar el desempeño y los
resultados del sistema educativo nacional en la educación preescolar, primaria,
secundaria y media superior.
Es
decir, la reforma es sencilla pero de fondo y de gran impacto, así se puede
resumir en el inciso C de la propuesta de cambio del artículo 3º en su fracción
XI, respecto a las funciones de dicho órgano: “Generar y difundir información
y, con base en ésta, emitir directrices que sean relevantes para contribuir a
las decisiones tendientes a mejorar la calidad de la educación y su equidad,
como factor esencial en la búsqueda de la igualdad social”. Para concretar este
objetivo, en los transitorios de la propuesta se establece que se impulsarán
las jornadas de seis a ocho horas y el suministro de alimentos en las escuelas
que así lo requieran.
Pero
dictaminar esta propuesta es la primera parte de la tarea que tiene que
realizar el Congreso de la Unión, sigue la expedición de la Ley del Instituto
Nacional para la Evaluación de la Educación y la Ley General de Educación
correspondiente, que no habrán de tardar más de seis meses en realizarse.
Por
lo noble que resulta para los mexicanos contar con una reforma educativa que
hemos esperado por mucho tiempo, no hay explicación de por qué algunos
integrantes de la Comisión de Puntos Constitucionales, que militan en partidos
de la oposición al del Presidente de la República, incluso sus líderes también
suscribieron el acuerdo y la propuesta, cuestionen: ¿Cuál es la prisa de
dictaminar hoy mismo esta propuesta? Diputados: ¿Qué tal si le preguntan a los
ciudadanos que representan? No dictaminar esta reforma en este periodo
legislativo implica seguir posponiendo las decisiones que permitirán beneficiar
a la mayoría de los ciudadanos y, especialmente, a los más pobres. Pero sobre
todo, es un deber ético como representantes populares, hacer todo lo posible
para proteger un derecho humano universal como el de la educación de calidad.
*Maestra
en derecho constitucional por la UNAM
Publicado
en Excélsior
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