Alonso Lujambio Irazábal: ¡Slomianski!
Andrés Roemer | Opinión
Para María Teresa Toca,
Íñigo, Tomás y Sebastián Lujambio con todo el cariño del mundo.
-¡Slomianski! se
escuchaba por los pasillos del ITAM cuando Alonso Lujambio me llamaba. Él ha
sido la única persona que me ha llamado siempre por mi apellido materno y no he
descifrado aún por qué aunque tengo una vaga idea. Desde estudiante hasta
secretario de Estado me llamó siempre la atención su carisma inigualable, su
brillante sencillez, su cariño afectivo y una gracia que sólo conlleva una
persona grande: un ejemplo de ser humano.
Tuve la suerte de
conocer a Alonso Lujambio desde mi segundo semestre en la carrera en el ITAM.
Fuimos colegas editores de la revista Opción, órgano literario y de difusión de
los estudiantes del ITAM. Desde el primer día me provocó la curiosidad
renacentista y multifacética de Alonso. Había cursado estudios de contabilidad,
medicina, y entonces estaba ya encontrando lo que fue después su vida: ciencias
sociales. Intereses diversos en un mundo complejo, eso lo dice todo. A partir
de ahí mantuvimos siempre una amistad de toda la vida, aun en el extranjero nos
seguíamos los pasos; él en Yale y yo en Harvard.
Esos han sido mis
mejores años, más que por la juventud, por la gente que crucé en ellos. Siempre
me ha gustado conocer gente entusiasta, alegre, preocupada por su país. Alonso
fue un entusiasta hasta en ajedrez y no era para menos, con Dios dentro
(en-dentro, theos-Dios) llevó siempre su vida: familia, trabajo, juego, amigos
y país. Con una pasión que a pocos les he conocido por la historia, poesía,
justicia y hasta gramática, Alonso será un hueco difícil de llenar, y así será
recordado. Y es que a veces no comprendemos que una mente intelectual, curiosa,
inquisitiva, crítica, analítica es lo que México agradece por permear en sus
estructuras ideas que contribuyan a un cambio positivo, pero afortunadamente
tuvimos a un hombre virtuoso.
En todos sus quehaceres
políticos y académicos conllevaba siempre una misión: cómo mejorar las
circunstancias de la gente y el país al cual pertenece. Luchador incansable por
los temas de reelección, eficiencia, transparencia, justicia, prosperidad,
educación. Todo esto lo hacía hacer un don Quijote que luchaba en cierto
sentido contra el status quo; luchando contra esa burocracia que parecía
inquebrantable, o contra corrientes que iban en contra del desarrollo del país.
Dice el dicho “del dicho
al hecho, hay mucho trecho”. Para Alonso ese largo trecho parecía una angosta
calle que cruzó sin dificultad. El dicho: el investigador, el letrado, el
curioso que logró generar aportaciones en el mundo académico, aún con las
dificultades de hoy. A veces es difícil y frustrante que las ideas no se puedan
llevar a cabo por cuestiones políticas, porque los tomadores de decisiones tienen
otras prioridades en mente o simplemente no han caído en la cuenta de la
importancia que tienen ciertos temas. Lo hecho: Lujambio logró llegar a esferas
donde la impotencia era mucho menor y lo hizo bien. Consejero del IFE en su
período más importante, presidente del IFAI, secretario de Educación, Senador y
en tan sólo dos años (se afilió al PAN en 2009) casi logra ser aspirante a la
Presidencia de México.
Siempre recordaré a
Alonso como una persona que no se rendía. Lo podemos ver con su misma enfermedad
a la que combatió incansablemente. Y más allá de esa intelectualidad superior y
de esa pasión por México y sus causas, lo que me queda dentro de este hermano
de toda la vida siempre será su sencillez y generosidad que exaltaban su gran
nobleza. El gran padre, maestro, director, el amigo, el hermano sin duda alguna
deja huella y en mí deja una profunda.
Ya decía Cicerón: “Vivir
sin amigos no es vivir”, y eso me hace pensar que la muerte termina con una y
sólo una cosa: una vida, pero el vínculo trasciende la muerte. Como gran asesor
y consejero que era lo tendré siempre en mente intentando intuir qué me habría
dicho ante tal situación, cuál sería su consejo para este problema que me
aqueja.
Me sumo a su esposa Tere
y a sus hijos Íñigo, Tomás y Sebastián en su pérdida irreparable. Con-siento el
cariño a un gran ser humano, a un amigo entrañable. Ojalá pudiera describir ese
eco que sentía en mi cabeza cuando el hombre recordaba los nombres y los
detalles complejos de lo más sencillo, las letras que del otro lado del pasillo
resonaban: ¡Slomianski! Publicado en Crónica de hoy.
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