Escuelas
pobres perpetúan miseria
REDACCIÓN
LA
YESCA, Nay.- Aquí el presente es una condena. Es la promesa de que la miseria
se perpetuará, generación tras generación, de manera inexorable. La precariedad
en la que se encuentran las escuelas de esta zona serrana de Nayarit es, a
decir de la organización no gubernamental Mexicanos Primero, una garantía para
continuar con el círculo de pobreza que
ha azotado durante décadas a las comunidades huicholas de la región.
“Tenemos
escuelas pobres para pobres y eso garantiza que lo seguirán siendo. ¿Qué
esperamos de los niños? Se los decimos con la infraestructura de la escuela”,
indica David Calderón, director de la ONG enfocada en temas de educación.
Si
la escuela es el mensaje, aquí en la comunidad de La Ciénega resuenan el abandono
y la indolencia: niños trabajando a ras de suelo a falta de pupitres,
adolescentes con los zapatos y los cuadernos empolvados porque el piso de la
secundaria es de tierra, libros de texto de hace más de 30 años arrumbados en
un rincón, ventanas rotas, bancas chatarra, canchas de futbol y hasta de
voleibol hechizas, pizarrones -en los salones en los que hay uno- inservibles
de tanto uso.
“Aunque
tu casa sea una instalación precaria, que la escuela te dé el sentido de que el
futuro será distinto”, agrega Calderón.
Ese
sentido aquí no se asoma. Los paisajes naturales roban el aliento, tanto como
la carencia despoja de esperanza al visitante.
En
la primaria de La Ciénega los niños de primero, segundo y tercer grados
realizan las manualidades en el suelo. Hay casi 30 alumnos: 15 recargan
cuadernos y libros en un pupitre viejo, pero útil para la labor escolar; el
resto se acomoda en unas sillas de 40 centímetros de alto, verdes, sin paleta,
que llegaron al poblado con el programa de Desayuno Escolar.
Imposible
escribir, leer o dibujar, pero los niños pueden escuchar sentados al maestro.
No hay mesas de trabajo tampoco, por eso el suelo del aula es un gran lienzo
para pintar
y
realizar experimentos.
Esta
región no es tan pobre como el Nayar, hacia el norte del estado, ni tan
próspera como las playas sibaritas de Punta Mita en el Pacífico nayarita. El
ingreso a las comunidades es posible tan solo con autos todoterreno y el
recorrido hacia La Ciénega
o
Tatepusco, ubicadas a 100 kilómetros de Tepic, la capital del estado, toma al
menos cuatro horas y media. La brecha que separa a los alumnos de la ciudad y a
los de las serranías es monumental, como la presa que recién fue inaugurada el
sexenio pasado en este municipio.
“Aquí
vamos a empezar con la terracería y más adelantito están las escuelas con
carencias de infraestructura, aulas de adobe, techos de lámina o de cartón”,
señala el profe Fredy Zavala, un maestro rural de La Yesca y que ahora realiza
un censo de infraestructura escolar por encargo de la presidenta municipal.
“En
la capital del estado (Tepic) simplemente tenemos computadoras, tenemos todo y
acá en la sierra no tenemos nada, ¿cómo no va a influir la carencia en los
niños?”, cuestiona el hoy funcionario
local y docente por más de 15 años.
México
tiene alrededor de 249 mil escuelas primarias y secundarias, muchas carentes de
los elementos mínimos para generar un entorno apto para el aprendizaje. El tema
ya no es ni de maestros ni de alumnos, sino de bancas y de pizarras.
A
pesar de su importancia, el último censo sobre la calidad de la infraestructura
escolar es de 1997. En 2007 los datos fueron “actualizados”. De “esas 249 mil
escuelas no existe ningún dato de al menos 50 mil, mientras que del resto se
concluyó que en promedio una de cada cinco escuelas no tiene agua, una de cada
tres no tiene suministro eléctrico… una de cada siete adolece de piso seguro”,
sintetiza el presidente de Mexicanos Primero.
La
secundaria de La Ciénega, la comunidad más alejada de la sierra nayarita,
parece encarnar de forma cruda todas estas estadísticas. La escuela es una
construcción de adobe de cinco por cinco metros, sin ventanas, con techo de
láminas oxidadas, piso de tierra y una puerta vencida de madera.
Tiene
una lógica: “Los municipios de más alta marginación es donde están las escuelas
de peor infraestructura, es casi una regla: conforme tú te alejas de la capital
de un estado casi el kilometraje te dice la calidad de la infraestructura de la
escuela”, explica Calderón.
Hace
dos meses un vendaval arrancó la mitad del techo del aula de la secundaria, por
lo que las clases se llevan a cabo a la intemperie. Los pupitres están bajo la
sombra y el escritorio del maestro al rayo de sol.
Los
alumnos soplan y sacuden el polvo de sus bancas viejas antes de tomar asiento.
No llevan uniforme. Sus cuadernos y sus zapatos se llenaron de tierra en los
escasos 45 minutos en los que fueron entrevistados. Bajo el área aún techada
reina un librero montado con trozos de madera chuecos en los que se apilan
medio centenar de libros tiesos por la tolvanera y goteras, pero vírgenes de
lectores.
En
otro extremo del salón cuelgan dibujos de Zapata y Carranza, personajes
revolucionarios cuyo paso por este rincón de México no dejó huella aparente. No
hay pizarrón en este salón de clases.
-¿Tú
dirías que esto es escuela?- se le pregunta a una joven de 14 años, con el
cabello recogido en una coleta, rígida como todo a su alrededor.
-Pues
no -sonríe por cortesía-, no parece- y mira al techo inexistente.
-¿Sin
techo?
-Pues
hemos estudiado así- responde resignada.
Con
recelo, otro de entre el grupo de 12 alumnos que asisten a la secundaria indica
que se ensucian, que el aire levanta mucho polvo y apenas pueden respirar.
El
grupo es tímido. La vergüenza, por un lado. El recato, por el otro. No son
jóvenes que conozcan de computadoras, de laboratorios, ni de estudio en un aula
de verdad.
-Le
llamamos salón, escuela, pero da tristeza porque no está bien nuestra escuela,
no está bien atechada- interviene otra estudiante.
Esta
media mañana de jueves no hay maestro. No ha habido en toda la semana. Dijo que
volvería después del Día de Reyes, pero nadie sabe cuándo se aparecerá por este
pueblo remoto.
-¿Qué
escuela desean?- lanzamos al aire antes de abandonar la localidad.
-Una
que tuviera piso firme, aquí donde pisamos abajo- explica Beatriz.
-Una
de material- suelta otra.
-Con
biblioteca- murmura Misael.
-Una
computadora para saber qué sale de las cosas que necesitamos- se aventura otra
jovencita sentada junto al “librero”.
-Una
escuela que pareciera escuela- remata uno de los chicos.
No
son los únicos niños y adolescentes que estudian, si es que lo hacen, en
espacios inadecuados. “Hay silos para granos que son usados como escuela,
bodegas, tiraderos de basura industrial en donde se adapta un techo y se le
considera escuela, tiene una clave y ahí hay niños que están tomando clases”,
denuncia el directivo de Mexicanos Primero.
Toman
clase, sí, pero, ¿aprenden? Al parecer, no. Padecen una escuela que adolece de
todo lo que se requiere para conjugar eso que se llama futuro.
Labor
con recursos propios
Tatepusco
está a cuatro horas de distancia de Tepic, Nayarit. Tiene 40 habitantes, una
escuela primaria con maestro del Conafe, pues no hay suficientes alumnos como
para que se encargue la Secretaría de Educación Pública y los maestros del
sindicato, y una secundaria federal, digna, techada, con ventanas en sus cuatro
costados, luz y computadora. La instalación parece una flor en el desierto.
Domina en lo alto y sobrevé la cancha de basquetbol, pavimentada, en la que
descansan bancas y pupitres abandonados de la primaria. En medio del patio,
instalada con piedras y cuerdas por los pobladores, se ubica una red de
voleibol. Los niños, sin embargo, no fueron hoy a la secundaria. Ni ayer, ni
hace una semana.
El
profesor Fredy Zavala, ahora director de Educación, Cultura y Salud de La
Yesca, explica que “los maestros de telesecundaria están faltando porque no hay
recursos económicos”. El gobierno del estado no les ha pagado desde octubre.
Para
subir a esta zona no hay transporte público. Se camina, se espera un aventón o
un raite, como aquí se dice, y los maestros están obligados a llegar por sus
propios medios, pues ni la SEP ni el sindicato cubren viáticos.
“Cada
maestro solventa sus gastos y duran máximo un año, el primero como maestros del
sindicato, porque a veces no quieren venir a sufrir”, relata el profe Fredy,
quien fue maestro por años y por vocación en estas localidades serranas.
Los
padres de familia de Tatepusco lucen preocupados porque en lo que va del ciclo
escolar el maestro no ha completado una semana entera dando clases. “¿De qué
sirve que la escuela esté en condiciones dignas si no hay quién enseñe?”,
denuncian frustrados.
Con
computadoras, pero sin luz
A
la primaria de La Ciénega el año pasado llegó un programa piloto. Se trata del
de “Agilidades Digitales Para Todos”, que dotó a cada uno de estos niños,
indígenas huicholes, con una laptop y conexión a internet. Los niños toman las
pequeñas
computadoras
verdes como si se tratara de una pelota de futbol: con familiaridad, destreza y
divertidos. Se envían fotografías entre sí, mensajes, también. Lo único que ya
no es posible hacer es aprender. Desde hace dos meses se canceló la conexión a
la red. El programa fue suspendido por el nuevo gobierno.
El
problema no afecta únicamente a las comunidades de San Luis Potosí y Nayarit
donde nació el hoy muerto programa de conocimientos digitales. “Hay al menos
700 escuelas que tienen equipos de cómputo, pero no tienen luz eléctrica, la
simulación es espantosa”, acusa el directivo de Mexicanos Primeros.
En
el salón de los de primero, segundo y tercer grados la desaparición del
programa no preocupa tanto. Los niños menores hacían un uso esporádico de las
laptops, pues nunca
supieron
cómo. Cayetano, el maestro bilingüe, explica que aunque las computadoras tienen
un año de haber llegado ”apenas hace dos meses fuimos a un curso allá en San
Luis Potosí”. Con cierta luz en los ojos y un dejo de picardía, el joven
maestro confiesa: “Más o menos me di cuenta de cómo se maneja eso, yo tampoco
sé manejar la computadora, apenas me
estoy enseñando”. Publicado en El Universal.
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