"Te
voy a hacer tu autocrítica"
MANUEL GIL
Vaya frase.
Disparate que hace reír al pasar por alto, sin parar mientes,
en lo que conlleva: si la autocrítica me toca hacerla a mí
por definición, no se vale que me suplantes. Es un
monumento al autoritarismo. Tienes, o al menos crees tener; te atribuyes y
ejerces, altanero y henchido de soberbia, la facultad de tomar el lugar que nomás
puedo ocupar yo por estar vivo y ahí. Hablarás,
decidirás los temas, exigirás
que pida perdón a todos luego de acusarme sin piedad;
recriminarme será sencillo: reconocerás
errores o dislates en mi nombre pero por tu cuenta y desde el pequeño
ladrillo de tu poder. Indemne: es un agravio.
Con algo parecido al
estupor por el desfiguro que implica, he visto a algunos notables
intelectuales, líderes de opinión,
colegas y portavoces de lo que ha de suceder para bien de la república,
expresar una frase igualmente absurda, prepotente, dirigida a los maestros mexicanos:
“los vamos a profesionalizar: nosotros sabemos cómo”.
Al igual que la crítica propia nada más
la puede hacer quien revisa sus pasos y dichos, enunciar que desde la distancia
que da el saber supuestamente infalible se va a dictar lo necesario para que
sean profesionales los y las docentes mexicanas es una honda contradicción
en sus términos: la primera condición
para que un grupo de expertos sea profesional consiste en que de verdad
participen, como actores principales, en la regulación
de su carrera específica, propongan las modalidades más
adecuadas para ingresar, evaluar, promoverse, desarrollar su trayecto y, en su
caso, salir del servicio que prestan. ¿Por qué
han de tener la voz? Porque son los que saben, de primera mano, lo que hay que
hacer, lo que cuesta y lo que estorba, para conseguir un bien público
vital: el aprendizaje de los alumnos a los que atienden.
“Hacerlos”
profesionales desde arriba o a partir de una inmerecida superioridad
intelectual es, paradójicamente, despojarlos de su condición
profesional: son incapaces, se supone, de prefigurar y regular procesos
exigentes que conduzcan a lo que importa: mejorar el aprendizaje. La
profesionalización es un medio, no un fin. El objetivo
es asegurar a cada persona el derecho a contar con estructuras sólidas
para comprender lo que lee y expresarlo con claridad. Contar con elementos lógicos
en sus argumentos y conocer, para hacer posible su ejercicio cotidiano, las
relaciones en que descansan tanto cálculos matemáticos
como secuencias coherentes en el pensamiento ordenado y crítico,
en un ambiente de respeto, digno en su infraestructura, con oportunidades
culturales interesantes; espacio para jugar y meter ya no de contrabando al
cuerpo a las aulas (no son sólo cerebro) y a una sana concepción
del conocer que valga la pena… Aprender a ejercer, con lo que implica
de esfuerzo pero con lo que rinde luego, la disciplina que vaya más,
mucho más allá,
de su disfraz: el silencio aterrado ante el poder.
Al ser una profesión
relacionada con el servicio público del que ha de responder el
Estado, como derecho exigible, para dar cumplimiento a la Constitución,
otras voces han de intervenir en el diseño de los procesos específicos
para hacer posible, y fértil, la carrera magisterial, pero
nunca, a mi entender, sin ser ellos el asidero, el ancla, pues son los que la
pueden llevar a cabo. No son ignorantes: entre ellos están
los más inteligentes para generar espacios de
aprendizaje. No son todos, pero están los necesarios, y muchos, para
escucharlos, respetar su saber, confiar en su juicio y responsabilidad. El
sindicato y la SEP durante décadas se han esforzado por destruir ese
talento. No han podido del todo: han dañado mucho pero contamos con reservas de
dignidad y decoro abundantes. ¿Ahora resulta que, sin su participación
—no la de los corruptos y desobligados que existen en
cualquier gremio— les indicaremos cómo
ser profesionales? No soy quién para hacer la autocrítica
a alguien. Sí cuestiono tal desprecio, y la premura
con la que se desplaza a los que deberían dar la palabra principal en el nuevo
diseño de los derroteros de una profesión
docente, decente y digna, al servicio de la educación
relevante en las escuelas del país. Ha faltado una voz: la más
importante. Escuchemos.
Publicado en El
Universal
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