Educación, más allá de la voluntad política
Guillermo Ortega |
Opinión |
Atravesamos por un
momento de definiciones y, por lo tanto, de compromisos. A partir de esta
convicción reinicio la publicación
semanal de la columna En Corto, que por años
apareció en este mismo espacio. Al asumir la
dirección general del grupo editorial Crónica
decidí hacer una pausa en la elaboración
de la columna para concentrarme en las
actividades inherentes al cargo. Retomo
el espacio con el objetivo de contribuir a enriquecer el diálogo
nacional, indispensable para fortalecer la incipiente democracia que con tantos
esfuerzos hemos construido y que no
podemos, de ninguna manera, desatender como si fuera un proceso terminado,
cuando en realidad está en su etapa inicial. De todos nosotros
depende que se consolide.
Las movilizaciones
de la Coordinadora Estatal de Trabajadores de la Educación
en Guerrero, en rechazo a la reforma constitucional en materia educativa,
acaparan los espacios principales de medios electrónicos
y de prensa. La virulencia de sus acciones desplazó
del centro del debate la cuestión educativa. Como consecuencia, se
habla menos de los motivos y alcances de la reforma y mucho más
de los actos vandálicos
de los supuestos maestros y sus aliados, incluyendo a los llamados grupos de
auto defensa. Lo urgente tomó el lugar de lo importante. La prensa
ha documentado, un día sí
y otro también, excesos de esos maestros. Los hemos
visto impedir la entrada a tiendas de autoservicio, bloquear por horas la Autopista del Sol, causar destrozos en el
Congreso de Guerrero y en el edificio estatal del PRD, exigir la desaparición
de poderes estatales. Preocupa que
grupos armados se hayan acercado al conflicto y
amaguen con sumarse a la causa de los maestros disidentes. Todo esto ha
tenido el efecto pernicioso de trasladar a páginas
interiores las características de la reforma educativa,
en torno a la cual caen injurias torpes, como esa de que pretende privatizar la
educación pública
en el país.
El tema educativo
fue central en las discusiones del Constituyente de 1917. Ya entonces generaba debates
apasionados. A pesar de los diferentes enfoques, los mexicanos de entonces perfilaron a
la educación como
solución a los grandes retos sociales del momento, como palanca de movilidad y
acceso a un futuro promisorio. Una persona
educada tenía más
posibilidades de conocer, ejercer y defender sus derechos ciudadanos. Entre los
mexicanos de hoy hay coincidencia en
que una mejor educación
es la vía hacia niveles superiores de
desarrollo. A pesar de esto, autoridades
emanadas de todos los partidos políticos y mentores adscritos a las dos
grandes corrientes del sindicato, se trenzaron por años
en un forcejeo político que laceró
la calidad de la educación en el país.
Las negociaciones del gobierno federal con el SNTE, el sindicato más
grande de América Latina, y de gobiernos estatales con secciones afines a la CNTE incluían
una amplia variedad de temas, pero casi ninguno
relacionado con tener una mejor
educación a través
de la capacitación y evaluación de los maestros.
Esta tendencia, la de
privilegiar el flanco político, alcanzó
su punto más ascendente cuando el SNTE se convirtió
en factor determinante para que Felipe
Calderón ganara la elección
presidencial del 2006. Entonces la
atención se concentró
en la fuerza de la dirigente nacional vitalicia, expresada en posiciones políticas de alto nivel dentro de la
administración pública
federal. Algo parecido ocurrió, en otra escala, en gobiernos
como el de Oaxaca y Guerrero,
donde los maestros canjearon su respaldo electoral por un control absoluto de la educación
al interior de esos estados, incluyendo los eventuales ascensos en las carreras
de los maestros. El resultado fue que el
Estado perdió el control de tramos importantes del
proceso educativo nacional, al tiempo que las evaluaciones sobre el nivel
educativo de niños y jóvenes mexicanos colocaban al país,
de manera sistemática, en los últimos
lugares internacionales, lo que es una vergüenza
nacional. El rezago educativo es un
pesado fardo en las aspiraciones de convertirnos en un país
moderno, próspero, justo. Educación
equivale a desarrollo.
Así
las cosas, el nuevo gobierno federal, el
que preside Enrique Peña
Nieto, decidió poner manos a la obra. Lo
hizo desde el día de la toma de posesión,
el pasado primero de diciembre. En el discurso que emitió
en el patio central del Palacio Nacional, el presidente Peña
dijo que México tiene la oportunidad de cambiar de
manera trascendental. Propuso un
programa de gobierno para transformar el país.
El tercer eje de ese programa fue lograr un México
con educación de calidad para todos. ¿Cómo
lograrlo? Porque una cosa es decirlo y
otra hacerlo. El gobierno encontró la respuesta en el Pacto por México,
el mecanismo de diálogo y negociación
al más alto nivel, en el que participan, además
del gobierno, los dirigentes de las principales fuerzas políticas
del país, que permite detectar áreas
de coincidencia en temas fundamentales, como el de la educación, para construir iniciativas de ley que después
son llevadas al Congreso para su discusión y aprobación
formal. El Pacto por México
es la mejor noticia de la primera parte del sexenio. Revalora la política
como ejercicio colectivo para la solución de problemas.
Lo anterior no
quiere decir que todos los grupos,
comenzando por los directamente afectados por las reformas, no
tengan puntos de vista diferentes y
derecho a defenderlos. Sin embargo, deben hacerlo a través
de cauces legales. La resistencia de los maestros de Guerrero ha salido del
marco legal y se expresa, ante los ojos de todos, en actos
vandálicos. En este caso, los maestros inconformes debieron acudir al Congreso local para hacerlo portavoz de
sus inquietudes ante las instancias
federales. Los maestros fueron al
Congreso, sí,
pero para destruir puertas y
ventanas en un acto bochornoso. Tenemos que aprender a procesar el disenso dentro del marco de la
ley. Persiste, por parte de los inconformes, la costumbre perniciosa de
defender derechos atropellando los
derechos de otros. Y lo que es peor, sigue vigente la costumbre de la autoridad
de abrir espacio para el diálogo a grupos que cometen delitos, con lo que se incentivan violencia e ilegalidad.
México
necesita una educación de calidad que
rompa inercias negativas que
condenan a sectores mayoritarios de población
a la pobreza y la marginación, de la que no pueden salir
precisamente por falta de educación.
La administración de
Enrique Peña
Nieto ha dado muestras irrebatibles de que tiene la voluntad política
del cambio, de la transformación en el ámbito
educativo. Ese es el principio, necesario pero insuficiente. Se necesita sumar
a la sociedad a través de organizaciones empresariales, académicas,
los propios medios de comunicación y, claro, los maestros; que son, aunque algunos líderes
parecen olvidarlo, trabajadores al
servicio de Estado. Si los maestros
inconformes tienen demandas educativas específicas,
se pueden y deben discutir en el proceso de elaboración
de las leyes secundarias que está en puerta. Deben contar con la
interlocución de
funcionarios y legisladores. Si, por el contrario, su agenda se limita a una lucha por
conservar y acrecentar parcelas de poder, y además lo hacen fuera de la ley, entonces
sus interlocutores serán los mandos de las fuerzas del orden que
tienen la obligación
constitucional, por cierto irrenunciable, de cumplir y hacer cumplir la ley.
Verba volant scripta
manent
gor@cronica.com.mx
No hay comentarios:
Publicar un comentario