¿Y los
alumnos?
PLUMA INVITADA
Por Emilio Zebadúa
En los últimos años se ha configurado, conscientemente o
no, un modelo que equipara la calidad de la educación exclusivamente con el
desempeño del maestro; tanto en lo individual como en lo colectivo. De hecho,
este postulado reduce al extremo, hasta volverla inviable, la fórmula educativa
de cualquier gobierno —desde Finlandia hasta México—.
Al adoptarse esta fórmula de manera simplista, la calidad
acaba midiéndose sólo a través de la contribución que hace el factor humano al
proceso educativo. No se incorporan los demás elementos, directos e indirectos,
que inciden en la educación y, por ello, lo más probable es que el modelo de
políticas públicas se vuelva (como lo ha sido en los últimos años) totalmente
ineficaz en la práctica.
Sin embargo, hay que reconocer que existen bases teóricas
para enfocar todo el análisis y la política en el desempeño de los maestros. No
se sostienen en un análisis integral o en la experiencia de éxitos educativos
como el de Corea del Sur o la propia Finlandia; pero sí existen en documentos
de la OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico). Por
ello es que, paradójicamente, tanto esta visión reduccionista como el análisis
más sofisticado y eficaz que tendría que hacer el nuevo gobierno, pueden
recurrir a la misma fuente: la propia OCDE.
Derivado de los trabajos de consultoría que la OCDE ha realizado
para varios gobiernos en materia de educación, política social y competitividad
económica existen, de hecho, dos paradigmas posibles distintos.
Pero el que ha prevalecido en la discusión pública y
política, y que ha influido de manera sobredimensionada en el diseño de los
programas de la Secretaría de Educación Pública quiere reducir todo a una sola
variable, que ni es la que más impacta ni es independiente.
La prueba PISA ha servido como ancla para este paradigma,
pero sólo porque se han tomado sus resultados de manera unidimensional. A
partir de ellos se ha construido un modelo “político” equivocado con
implicaciones políticas y sociales para el Estado mexicano. La OCDE elaboró las
conclusiones, pero porque la Secretaría de Educación Pública se las pidió
direccionadas.
El estudio (Acuerdo de cooperación México-OCDE para
mejorar la calidad de la educación de las escuelas mexicanas, 2010) reduce las
recomendaciones para elevar la calidad educativa a lo que tendrían que hacer
los maestros —o lo que se propone que el gobierno haga con ellos—.
Pero las mismas fuentes en que se ha basado el
argumento/modelo dominante muestran que está equivocado. Y el error es grave
porque ha incidido en el ámbito de las políticas públicas, provocando que los
recursos del Estado destinados a elevar la calidad educativa se hayan desviado,
distraído o desperdiciado. Es necesario replantear el discurso.
El modelo correcto coloca al alumno, no al maestro, en el
centro de las políticas públicas. Es evidente que lo que se busca con la
política educativa —como fin último— es tener mejores alumnos, al inicio,
durante y al fin del ciclo escolar, para cada nivel y cada etapa de la
educación. De este modo, la variable sobre la que se debería actuar es el
alumno. Y el maestro debe tomarse como uno de los elementos más en lo que la
política pública debe enfocarse; pero no como el único.
Un mejor desempeño de los maestros debe ser acompañado
por las demás variables que se han reconocido (empezando por la propia OCDE)
como determinantes en la calidad educativa: política tecnológica; modernización
administrativa, que en nuestro caso se tiene que inscribir dentro del
federalismo educativo, coordinación con las instituciones de educación
superior, entre otros.
Y si se quiere elegir una sola variable que contenga el
problema y la solución para una política educativa modernizadora, la propia
OCDE lo propone en su más reciente estudio, Panorama mundial de la educación
2012: mientras Suiza destina 14 mil dólares por alumno, México sólo gasta 2 mil
875 dólares; es una cifra hasta abajo de la tabla de la OCDE y por debajo de
Argentina (3 mil 512 dólares) y Chile (3 mil 860 dólares). Este es el dato que
mejor refleja lo que el Estado mexicano ha dejado de hacer para elevar la
calidad educativa. Publicado en El Universal
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