El problema
está en el rezago acumulado
PATRICIO SOLÍS*
Hace
unos días la OCDE dio a conocer los resultados de un estudio en el que se
evalúa el estado de la cobertura educativa en educación superior (ES) en los
países miembros de esta organización. El estudio revela que México se ubica en
los últimos lugares en cobertura, con sólo 22% de jóvenes entre 25 y 34 años
que han tenido acceso a la ES, cifra muy por debajo del promedio (37.8%), de la
de otros países latinoamericanos como Chile (38.5%), y ya no se diga de los
países con mayor cobertura, como Corea (65%), Japón (57%) y Canadá (56%). El
estudio de la OCDE pone de relieve nuevamente la cobertura de la ES en nuestro
país, tema en el que hay coincidencias en que los niveles actuales son todavía
insuficientes, pero existen fuerte discusión en torno a la magnitud de los
logros de la actual administración federal, tanto en términos del grado de
cobertura como de la calidad y pertinencia de la oferta de las instituciones de
ES creadas durante este sexenio.
Aunque no cabe duda que el nivel, la calidad y la pertinencia de
la cobertura de la ES son temas fundamentales en la agenda del desarrollo de
nuestro país, es importante no perder de vista que los problemas de inclusión
educativa no se limitan al ingreso a los estudios universitarios, sino que
tienen su origen en cuellos de botella que se manifiestan en etapas previas de
las trayectorias educativas de los niños y jóvenes mexicanos, y que representan
rezagos históricos que habrá que afrontar en paralelo al de la pobre matrícula
de la ES.
Veamos algunos datos que ilustran este problema. La figura 1
muestra los porcentajes de mexicanos pertenecientes a distintas cohortes de
nacimiento que han alcanzado marcadores progresivos de escolaridad, de acuerdo
a los datos oficiales de los censos y conteos de población levantados por INEGI
en 2000, 2005 y 2010. Es evidente que el acceso a la escuela primaria ha
llegado a ser casi universal y que también existen logros sustantivos en la
cobertura de la primaria completa. A partir de la secundaria los porcentajes se
reducen, y aunque se han presentado avances importantes, todavía uno de cada
cinco jóvenes de la cohorte 1989-1991 (es decir, aquellos que tenían entre 19 y
21 años en 2010) no habían completado este nivel educativo. Este rezago llama
la atención debido a que la obligatoriedad de la secundaria se decretó en el
país en 1993, hace ya casi 20 años. Si se toma la cohorte 1979-1981 como
referencia para ese año, durante el periodo de “obligatoriedad” se ha avanzado
de 69% a 81% en la cobertura, un progreso sin duda importante, pero
insuficiente si lo que se pretende es hacer efectivo un derecho ya consagrado
en la Constitución.
Sin menospreciar la importancia de las persistentes deficiencias
en la cobertura de la educación secundaria, se aprecia en la gráfica que la
reducción más acentuada no se da en este nivel, sino en el tránsito a la
educación media superior. A pesar de los evidentes progresos, sólo 55% de los
jóvenes de la cohorte 1989-1991 habían completado un año de bachillerato. Esta
cifra coincide con datos más recientes (tercer trimestre de 2011) de la
Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo, los cuales indican que 57% de los
jóvenes de 17 años de edad han terminado la secundaria y asisten a la escuela,
aunque una fracción de ellos estaría inscrito en programas académicos con
equivalencia menor al bachillerato (estudios técnicos sin bachillerato, por
ejemplo), lo cual sugiere que la cobertura sería un poco menor a este
porcentaje.
Un hecho que salta a la vista al revisar estos datos es que la
baja cobertura del bachillerato ha operado como un factor de contención para la
demanda de educación superior; de haberse incrementado más rápidamente el
acceso al bachillerato, la presión demográfica para el ingreso a las
instituciones de educación superior hubiese sido aún mayor, lo que
probablemente se hubiese traducido un mayor porcentaje de jóvenes rechazados en
su intento de ingresar a los estudios universitarios. El “alivio” en la demanda
de estudios superiores propiciado por la escasa cobertura del bachillerato no
es de ninguna manera un rasgo positivo. Revela en todo caso la magnitud del
rezago acumulado y las dimensiones del reto que está por venir: en la medida en
que aumente la matrícula de jóvenes en el bachillerato lo hará también la
demanda de estudios superiores, por lo que es probable que, de no crecer los
lugares disponibles en las IES a un ritmo más rápido que la matrícula del
bachillerato, asistamos en los próximos años a una reducción de las
oportunidades relativas de acceso a los estudios superiores, que se expresará
en menores tasas de absorción en la transición de la educación media superior a
la educación superior.
Ante la baja cobertura de la educación media superior, parecería
que el decreto que declara a este nivel educativo como obligatorio es un paso
en la dirección correcta. Pero ¿estamos realmente en condiciones de cumplir el
nuevo mandato constitucional de “ofrecer un lugar para cursarla a quien
teniendo la edad típica hubiera concluido la educación básica” para 2021, tal
como lo plantea el decreto firmado por la Presidencia de la República en
febrero de este año? El decreto es cuidadoso (o poco ambicioso) en restringir
la promesa de universalidad a quienes “teniendo la edad típica hubiera(n)
concluido la educación básica”, o sea a quienes terminaron la secundaria. Aún
con esta definición sui generis de cobertura, y suponiendo que de aquí a 2021
no se incrementa el porcentaje de jóvenes egresados de secundaria como lo ha
hecho en las últimas cohortes, garantizar una tasa de absorción de 100%
significaría pasar de alrededor de 55% a 81% en la cobertura de la educación
media superior, es decir, aumentar en casi 50% la oferta de lugares
disponibles. Una meta difícil de cumplir si se piensa que ni siquiera nos
acercamos a cumplir la meta de obligatoriedad de la secundaria que nos
propusimos hace casi 20 años. Parecería entonces que estamos nuevamente ante un
caso en el que las leyes y los decretos sirven para expresar los buenos deseos
de nuestros gobernantes y no para garantizar los derechos, en este caso educativos,
de los ciudadanos.
* Sociólogo y demógrafo. Profesor-investigador del Centro de
Estudios Sociológicos de El Colegio de México.
No hay comentarios:
Publicar un comentario