El episcopado católico y la educación
Carlos Martínez García
Los obispos católicos
tienen muy claros sus objetivos. A menos de tres meses del cambio en el
gobierno federal –se va Felipe Calderón y llega Enrique Peña Nieto–, la
Conferencia del Episcopado Mexicano (CEM) ha dado a conocer la carta pastoral
Educar para una nueva sociedad: reflexiones y orientaciones sobre la educación
en México. No es casual el tiempo político elegido por la CEM para posicionarse
en el debate sobre el tema educativo.
El documento tiene como
epígrafe una frase de Juan Pablo II, extraída de un discurso dado en la Unesco
en 1980. Es una de esas expresiones generales, con las que difícilmente se
puede estar en desacuerdo. La transcribo: La educación consiste en que el
hombre llegue a ser más hombre, que pueda ser más y no sólo que pueda tener
más, y que, en consecuencia, a través de todo lo que tiene, todo lo que posee,
sepa ser más plenamente hombre. Está descrito el qué de la educación; la
cuestión es el cómo llegar al objetivo trazado.
La carta pastoral, de
130 páginas, empieza afirmando que la educación es una responsabilidad
compartida por todos en la sociedad. En esta visión tienen que articularse las
familias, las escuelas y el Estado. Dicho así suena bonito, pero si leemos
cuidadosamente la propuesta encontramos que no se trata de reconocer, por parte
de la Iglesia católica, una responsabilidad compartida, sino de afirmar que es
necesario el tutelaje educativo de la institución eclesiástica. Porque, según
los obispos, todos los actores sociales están desorientados, menos ellos. He
aquí una muestra: Es nuestra obligación, como sucesores de los apóstoles,
dirigir palabras de verdad a un pueblo que vive horas aciagas y que, al no
encontrar salida, corre peligro de perder sus valores de identidad,
profundamente cristianos.
Por no ser el presente
artículo sobre eclesiología, dejamos de lado el asunto de que los obispos son
sucesores de los apóstoles, cuestión muy debatida y debatible. De que el pueblo
mexicano vive horas aciagas no hay duda. De que para encontrar una salida a tal
condición ande sediento de orientaciones por parte de los obispos, eso es otra
cosa. La creciente diversificación religiosa existente en el país indica que
millones de mexicanos y mexicanas están buscando respuestas a sus problemáticas
en otros lados.
A la Iglesia católica no
le queda más que continuar afirmando su verdad histórica sobre México: era un
país cristiano que por los ataques del liberalismo decimonónico ha ido
perdiendo esa identidad primigenia. De ahí que siga subrayando que los de
México son valores de identidad profundamente cristianos. Pero, nos preguntamos,
¿lo han sido, lo son? Esta es otra discusión interesante. Desde el mismo siglo
XVI, y según la perspectiva de un pequeño número de sacerdotes católicos, hubo
más un proceso colonizador que depredó lo que hoy es México, iniciado con la
conquista española, y menos una cristianización acorde con los principios del
evangelio.
Las encendidas
predicaciones y enjundiosos escritos de Bartolomé de las Casas (1484-1566)
combatieron denodadamente la idea defendida por quienes concibieron la
conquista violenta de México como bendición divina, entre otros por el filósofo
y jurista Juan Ginés de Sepúlveda. Al terminar formalmente el régimen colonial
–pero de todos modos la influencia política, económica y cultural de la Iglesia
seguía prácticamente incólume–, personajes como el sacerdote José María Luis
Mora fueron combatidos por el clericalismo de entonces debido a su propuesta de
que era necesaria la separación Iglesia (católica)-Estado. Mora critica
severamente la cerrazón clerical que prohíbe el libre examen y la lectura de la
Biblia y escribe, en julio de 1829, que esa actitud se debe a que México es un
país educado en la intolerancia. ¿Y para entonces, qué institución había sido
el principal agente educativo?
La catástrofe educativa
mexicana no se debe a que sea un sistema preponderantemente laico y excluyente
de la educación religiosa. La posición contraria es la sostenida por el
Episcopado Mexicano; se entrevera en el documento la postura de que en México
hubo una época dorada, cuando la Iglesia católica tenía el poder, y que después
todo ha sido erosión de aquel tiempo idílico. Como todo está en crisis, los
obispos ofrecen la supuesta estabilidad y fortaleza ética de la Iglesia
católica. De ahí que propongan la necesidad de comenzar a impartir educación religiosa
en los centros escolares públicos.
Los intentos clericales
por ganar terreno en el sistema educativo no pudieron consolidarse como
deseaban en los dos gobiernos federales del PAN, pese a la cercanía ideológica
entre la visión del CEM y los valores de Vicente Fox y Felipe Calderón. Las
intentonas se encontraron con un espíritu laico diseminado en la sociedad
mexicana de forma más fuerte que la estimada por los sectores conservadores.
Ahora los obispos se posicionan para ver si con Peña Nieto pueden obtener lo
frustrado en los regímenes panistas. Quieren una reforma constitucional que
debilite la laicidad del sistema educativo. Bajo la premisa de mayor libertad
religiosa, quieren maniatar conquistas históricas del Estado mexicano.
Ya lo hemos escrito
antes, pero lo volvemos a escribir, dada la insistencia de que otros le
solucionen un problema que podría resolver en sus propios espacios: la Iglesia
católica busca que el Estado le haga bien la tarea que ella ha hecho mal. Busca
feligresía cautiva, que ha sido incapaz de atraer por sí misma a sus terrenos.
Publicado en La Jornada.
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