Maestro de América
José Narro Robles
Ya es tiempo de que las
fuerzas políticas tengan altura de miras para pensar en la nación, más que en
los legítimos intereses particulares, expresó el rector de la UNAM
Palabras del rector de
la Universidad Nacional Autónoma de México, el pasado día 12, en la ceremonia
con motivo del centenario luctuoso de Justo Sierra, en el salón El Generalito
del Antiguo Colegio de San Ildefonso.
En nombre de la
Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) doy a todos ustedes la más
cordial bienvenida a esta ceremonia en la que recordamos el centenario luctuoso
de don Justo Sierra Méndez, quien merecidamente fue designado, por nuestra
institución y otras del continente, Maestro de América, en reconocimiento a su
gran labor educativa.
México es tierra pródiga
en hombres y mujeres de talento. Justo Sierra Méndez es, sin duda, uno de
ellos, uno de los más destacados, uno de los más ilustres y excepcionales.
Alfonso Reyes decía que
todos los mexicanos veneran y aman la memoria de Justo Sierra. Esto sigue
siendo válido. Por eso estamos aquí reunidos. Para honrar la memoria de quien
fuera uno de los grandes impulsores de la educación pública en nuestro país. Lo
hizo desde el Congreso de la Unión y desde el entonces Ministerio de
Instrucción Pública y Bellas Artes. Lo hizo cuando impulsó el carácter
obligatorio para la educación primaria y cuando fundó la Universidad Nacional
de México.
Nuestra casa de estudios
es una de las más antiguas del continente americano. Si bien su historia se
remonta a la Real Universidad constituida en 1551, es hasta 1881 cuando Justo
Sierra elaboró, en su calidad de diputado y a la edad de 33 años, el primer
proyecto para crear la Universidad Nacional, proyecto que no prosperó. Años
después, ya como ministro de Instrucción, presentó una nueva propuesta que,
finalmente, culminó con la inauguración de la Universidad Nacional de México el
22 de septiembre de 1910, como parte de los festejos del primer centenario de
la Independencia nacional.
Al dar vida a la
Universidad Nacional, Justo Sierra creó una institución fundamental para la
modernización de México. Los estrechos vínculos entre la universidad y la
nación, al igual que los resultados de esa relación, son la mejor muestra de la
razón que Justo Sierra tenía al pensar que México requería una institución liberadora,
capaz de dar a la sociedad la emancipación mental que le permitiera avanzar en
el camino de la modernización.
El ilustre sabio
mexicano trazó y definió a la universidad con precisión. Él pensó en una
institución grande y con grandeza. Esa visión suya forma parte de la realidad,
de nuestra realidad, desde hace muchos lustros. Él imaginó una institución con
alcance nacional, dedicada a cultivar el saber, laica, apartada de dogmas y
credos de cualquier signo, con plena libertad académica, formadora de valores y
de ciudadanos libres.
Justo Sierra fundó en su
momento una universidad nueva, una universidad de y para todos los mexicanos.
Fundó una institución que, efectivamente, ha participado en las luchas
libertarias y democráticas del pueblo mexicano, en el aprovechamiento de los
conocimientos universales en beneficio de la sociedad, en la lucha contra la
ignorancia y la injusticia. Justo Sierra creó una institución ligada y
comprometida con la nación.
Justo Sierra nos dio
origen, pero también destino. Con él obtuvimos causa, razón y ethos. Él nos
proporcionó casa, patrimonio y carta de navegación. Él nos enseñó, y de su obra
y ejemplo seguimos aprendiendo. Por si todo eso fuera poco, nos heredó a uno de
los más grandes rectores que la UNAM haya tenido, al ilustre ingeniero Javier
Barros Sierra.
Es claro que el México
de hoy es diferente al de los tiempos de Sierra. Muchos y muy grandes son los
avances que la nación mexicana ha experimentado en lo económico, en lo social,
en lo cultural y en lo político. Los niveles de vida de la actualidad son, por
mucho, muy superiores a los de aquellos años.
Sin embargo, así como
hay que reconocer los avances, también hay que señalar que seguimos padeciendo
muchos de los antiguos males. La contrastante desigualdad económica y social
sigue constituyendo nuestro gran lastre. La pobreza y la opulencia no parecen
moderarse como pedía Morelos. La ignorancia, el desempleo, la desnutrición, las
enfermedades evitables y las carencias esenciales todavía afectan a millones de
mexicanos. Por si esto fuera poco, la inseguridad y la violencia se han
apoderado de muchos lugares de nuestro territorio y la colectividad sufre
también los problemas que acarrea el nuevo desarrollo.
Ante este panorama
tenemos que decir, parafraseando a nuestro fundador, que México sigue con
hambre y sed de justicia. México no avanza como corresponde a su ubicación en
el mundo ni al tamaño de su economía. México vive en la medianía desde hace
varios lustros. No progresa de forma suficiente en lo económico y tampoco
resuelve los ingentes problemas de la mayoría. Por ello, para muchos de
nosotros, no hay duda, México necesita un viraje sustantivo en el camino por el
que ha transitado durante las últimas décadas.
Es hora de reconocer que
nuestros grandes problemas nacionales, los actuales y los históricos, no
tendrán solución si seguimos por la misma ruta, si no se realizan reformas de
fondo, si no se definen políticas alternativas, si no se imagina y diseña un nuevo
proyecto para el desarrollo nacional. Es tiempo de recordar el ejemplo de
Sierra y otros que confiaron en la educación y el saber para transformar la
sociedad.
Nuestros grandes
rezagos, nuestros lacerantes contrastes y las profundas desigualdades económicas
y sociales que nos afectan, no tendrán solución si no adoptamos nuevas
estrategias que rompan con las inercias que nos frenan. No es empeñándonos en
caminar por rutas recorridas como lograremos proyectar el país en el horizonte
de los cambios que el mundo entero vive.
Menos aún servirán esos
senderos para enfrentar los nuevos desafíos: los retos alimentarios que
amenazan con rebasarnos; los problemas energéticos que pronto serán críticos si
no hacemos algo; las nuevas y costosas patologías que acompañan el
envejecimiento poblacional; los problemas derivados de las aglomeraciones
urbanas; el continuo deterioro del medio ambiente; el gran problema del abasto
de agua; el crecimiento de las adicciones entre nuestros jóvenes, o los retos
planteados al Estado y a la sociedad por grupos delictivos.
Es hora de reconocer que
el modelo económico que hemos seguido ya no funciona. La prioridad no puede
consistir en sólo mantener los equilibrios de las finanzas públicas. El simple
control de las variables macroeconómicas y del déficit público no pueden ser
más importantes que el bienestar colectivo y que el propio crecimiento de la
economía. No pueden pesar y valer más los equilibrios fiscales que los
desequilibrios sociales.
Los nuevos cursos de
desarrollo deben poner en el centro de la atención el crecimiento económico con
desarrollo social. Tenemos que reconocer que ningún proyecto económico vale la
pena si no sirve para mejorar las condiciones de vida de la gente y el actual
no lo está haciendo.
Debemos apostar por
nuestros niños y por los jóvenes del país. Por aquellos grupos por los que
Justo Sierra trabajó. Él tenía razón; sigamos su ejemplo con determinación.
Requerimos nuevos
diseños para impulsar un verdadero desarrollo económico fortaleciendo las
instituciones sociales. Tenemos que repensar y revalorar la política social en
su conjunto. Es hora de que todas las fuerzas políticas del país tengan altura
de miras para pensar en la nación, más que en los legítimos intereses
particulares. La tarea es colectiva, es de todos y requiere de pactos, de un
gran acuerdo nacional de todas las fuerzas y sectores. Es por México y todos
debemos contribuir con lo que nos corresponde.
Tenemos que avanzar
hacia una sociedad más abierta y moderna, donde el conocimiento sea valorado,
donde la cultura sea estrictamente preservada, donde los jóvenes no tengan que
exigir que se les regrese la esperanza que algunos les están hurtando. Donde
los niños no mueran por causas que son evitables. Donde no haya exclusión y
todos puedan desarrollar sus capacidades, mediante el acceso a todo tipo de
bienes y servicios fundamentales.
Donde no exista
analfabetismo, hambre ni pobreza extrema.
Queremos un México donde
se viva en paz, sin los niveles alarmantes de violencia que estamos experimentando,
donde se pueda transitar libremente y con seguridad por todos los caminos del
territorio nacional. Necesitamos recuperar la paz y la armonía. Necesitamos que
predomine el estado de derecho, que se abatan la corrupción y la impunidad, que
el sistema de justicia funcione de manera expedita y equitativa. Necesitamos
más mecanismos e instancias para la solución de los problemas, mediante el
diálogo, la tolerancia y el respeto a la diversidad y la pluralidad.
No puedo terminar esta
intervención sin compartir con ustedes mi convicción de que la Universidad
Nacional creada por Justo Sierra ha realizado su tarea en favor de México y lo
seguirá haciendo. Esta certeza es parte del homenaje que podemos ofrecer a
nuestro ilustre fundador.
La Universidad Nacional
Autónoma de México seguirá conservando el vínculo primigenio con la nación. Por
ello conviene reiterar con fuerza y convicción las tantas veces citadas
palabras de Justo Sierra y que escuchamos anteriormente: No, no será la
universidad una persona destinada a no separar los ojos del telescopio o del
microscopio, aunque en torno a ella una nación se desorganice, y yo digo, no
será así, porque la universidad continuará atenta al curso de los asuntos que
preocupan a los mexicanos.
No lo será en virtud de que
miles y miles de universitarios continuarán documentando y sosteniendo sus
verdades sobre la realidad de México y el mundo.
Hace apenas unos días,
otro gran rector de nuestra institución, don Pablo González Casanova, me decía
una frase maravillosa en referencia a lo que México requiere. Él decía: Mejor
educación para más. En su frase dejaba implícito qué quería decir con más, pero
yo me atrevo a complementar su aseveración: mejor educación para más
ciudadanos, mejor educación para más bienestar, para más igualdad, para más
justicia, para más estabilidad. En suma, México debe mejorar su educación para
alcanzar más desarrollo.
Los problemas que
tenemos son complejos y tomará tiempo atenderlos, pero tienen solución. La
única condición para resolver la vieja y la nueva patología social es asegurar
que a México no se le enferme el alma. Eso, desde la universidad, no podemos
permitirlo.
No tengo duda de que
avanzar en más y mejor educación en todos los niveles, para todos los
mexicanos, es el mejor homenaje que el país podría hacer a la vida y obra de
don Justo Sierra, quien consideraba, y cito, que en el fondo todo problema, ya
social, ya político, implica necesariamente un problema de educación. Por la
vigencia de su vigoroso pensamiento mucho es lo que todavía hoy, en estos
momentos difíciles para la nación, podemos seguir aprendiendo del Maestro de
América.
Para terminar quiero
compartir un pensamiento que encontré en los diarios de septiembre de hace un
siglo, donde al recordar al maestro muerto se decía: “Don Justo Sierra, el
espíritu más sano, la conciencia más clara, el corazón más amoroso, el
intelecto más sabio, el maestro más amado de sus discípulos, el hombre más
estimado por todos, ha entregado la vida. Un intenso dolor conmueve todos los
corazones que le amaron. Seguramente no hay un solo espíritu culto en esta
tierra que no llore esa muerte.
Con el maestro Sierra se
ha ido la más grande representación del fruto intelectual de nuestra patria.
Los hombres jóvenes, la vida nueva, el pequeño gran mundo de las aulas y las
academias queda huérfano y triste. El maestro ha muerto. Todas las almas
lloran.
Por mi raza hablará el
espíritu.
Publicado en La Jornada.
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