Para aprender: la UNAM y su
programa de retiro voluntario para académicos
ADRIÁN
DE GARAY
Con
el objetivo de “otorgar mejores condiciones de jubilación al personal académico
de carrera de tiempo completo en etapa avanzada de su vida académica, (así como
para) abrir oportunidades de contratación a jóvenes posgraduados de excelencia
que afronten las tareas docentes y de investigación que la Universidad
requiere”, el pasado 8 de noviembre de 2012 la UNAM anunció su Programa de
Renovación de la Planta Académica.
El
Programa se limitó en esta convocatoria a un máximo de 200 académicos, y la
respuesta de la comunidad académica fue inmediata, pues las 200 solicitudes se
cubrieron el 28 de noviembre, sólo 16 días después de lanzada la convocatoria.
Muestra clara del interés de muchos académicos por alcanzar, al fin, una
jubilación digna y decorosa.
En
el Programa se podían inscribir académicos de tiempo completo, que contaran al
menos con 70 años de edad, con un mínimo de 25 años de antigüedad académica en
la UNAM, de los cuales por lo menos los últimos siete años se requería haber
sido como personal académico de tiempo completo.
De
acuerdo con el programa de jubilación, los 200 académicos recibirán una pago
mensual de 20 mil pesos, lo que se sumará a su pensión del ISSSTE, lo que
significa que tendrán un ingreso mensual de aproximadamente de 38 mil pesos.
Además, contarán con un seguro vitalicio de gastos médicos mayores, equivalente
al que disfrutan los docentes en activo.
Y
aunque la propia UNAM ha informado de qué instancia universitaria provienen los
académicos que se beneficiaron con el Programa, llama la atención que en ningún
lugar de su página electrónica, ni en declaraciones públicas de sus
funcionarios, se ha comunicado cuáles fueron los criterios que se utilizaron
para decidir quiénes fueron esas y esos académicos favorecidos. ¿Fue por edad?,
¿Por antigüedad?, ¿Fueron haciendo fila? En cualquier caso, sería conveniente
que esa información fuera de conocimiento público.
Lo
cierto es que la jubilación de profesores universitarios de tiempo completo se
ha convertido en un reto para el país, debido a que en muchas casas de estudio
maestros e investigadores completan sus ingresos con programas de estímulos a
su desempeño, -como son los programas de becas o primas de las propias
instituciones y el Sistema Nacional de Investigadores del Conacyt, entre
otros-, que no forman parte del salario de base y, por tanto, no se consideran
para las pensiones de retiro por ley. De tal manera que las condiciones que
recibe un académico de tiempo completo para jubilarse puede representar en
muchos casos perder alrededor del 50% de sus ingresos económicos, y dejar de
contar con el seguro de gastos médicos mayores. Razón más que suficiente para
que miles de académicos no se jubilen de la universidad y se vean obligados a
continuar laborando ininterrumpidamente, aunque tengan más de setenta años y
más de 25 años de antigüedad.
Como
lo han mostrado diversas investigaciones sobre el personal académico de las
universidades públicas mexicanas, estamos siendo testigos de un proceso de
envejecimiento de los académicos que avanza rápidamente. Si bien en promedio el
4% de los académicos de tiempo completo tiene setenta años o más, en contraste
sólo el 7.5% se ubica en el rango de edad de entre 31 y 40 años. Es decir,
nuestro sistema está generando una situación donde los académicos de más edad y
antigüedad no se retiran, un importante contingente se ubica entre los sesenta
y los sesenta años, motivo por el cual no estamos renovando nuestras plantas
académicas. ¿De qué sirve formar a cientos de jóvenes en maestría y doctorado que
quieren dedicarse a la docencia e investigación universitaria, si no tienen
posibilidades reales de hacerlo hasta que se enteren que hay alguna oferta
laboral por fallecimiento de una o un académico?
En
definitiva, el Programa que ha iniciado la UNAM, el cual, al parecer, no pone
en riesgo las finanzas de la institución como ocurre con algunas universidades
públicas que irresponsablemente establecieron las llamadas “jubilaciones
dinámicas”, es un claro ejemplo de que con voluntad académica, política y cálculos
financieros adecuados, las instituciones universitarias públicas pueden diseñar
e implementar programas que permitan el retiro digno y decoroso de sus
académicos que han dedicado toda su vida a la docencia y la investigación, así
como dar paso a que las nuevas generaciones de jóvenes que hoy cuentan con
posgrado se incorporen a la universidad. Felicidades por el esfuerzo
institucional.
Lo
que resulta inadmisible es que a diferencia de muchos países del mundo,
incluyendo varios latinoamericanos, y cuya edad de retiro está fijada en los 65
años y no en los setenta, los programas para tal efecto son producto de
políticas nacionales y no de políticas de cada una de las instituciones. Lo que
vuelve a poner en el terreno de la discusión la necesidad de cambiar varias de
las políticas públicas promovidas desde hace más de una década.
En
este sentido, el Dr. Fernando Serrano, recientemente nombrado Subsecretario de
Educación Superior, y quien ocupó diverso cargos en la UNAM antes de asumir su
nueva responsabilidad como funcionario público, bien podría tomar como modelo
la iniciativa del Dr. Narro, para construir a la brevedad un programa de retiro
voluntario similar al de su universidad pero de carácter nacional. ¿O acaso,
esperaremos otro sexenio? Publicado en Educación a debate
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