El primer
artículo de la ley
MANUEL
GIL
Las
palabras. Hechura nuestra. A veces, lo nombrado remite a lo que está ahí; en
otras ocasiones anuncian futuro: son andamios para gestar lo necesario. Es el
caso de la Reforma Educativa: han sido aprobadas las palabras que modifican el
texto constitucional. No se ha reformado la educación, sino una serie de
párrafos que guiarán la acción educativa del Estado en su intento de retomar la
rectoría de este proceso crucial en la construcción del país. No exentos de
cinismo, afirman que pretenden recuperar su papel de autoridad. No lo habían
perdido ni se los arrebataron: lo entregaron para compartir con sus socios,
durante décadas, derechos de iniciativa, omisión, fraude, impunidad y veto con
fines ajenos a lo central en la tarea educativa: generar espacios amplios y
seguros para aprender a ser, hacer y pensar. Integrar valores laicos comunes,
acercar el saber humano, trabajar y respetar el esfuerzo, contar con fortaleza
lógica para entender ideas ajenas, y las nuestras, condición del diálogo ya sea
en el diferendo o la confluencia. Educar.
Habrá
reforma educativa cuando los umbrales del acceso al conocimiento, de la
capacidad de pensar con orden, y el reconocimiento del otro como un fin
siempre, nunca un medio, al que nos liga la solidaridad para ser nosotros, sean
mucho más amplios que los actuales. Conseguirlo no es trivial. Implica pasar de
las palabras que enuncian posibilidades hoy ausentes —calidad en la educación
para todos, por ejemplo— a su existencia. En la construcción de los pasos,
procederes e instrumentos se juega dar otra forma a la deforme situación actual
en que los logros, indudables, ya son menores a los yerros cristalizados en
pautas no escritas y acuerdos soterrados.
La
aprobación de la reforma implica hacer una nueva Ley General de Educación. No
es cuestión baladí. Aportará el cemento y los ladrillos de la nueva casa
educativa nacional. Luego de la ley habrá que pasar a su puesta en práctica,
tampoco sencilla. El camino es largo, complejo: hay que iniciarlo pronto y
bien.
En
este contexto conviene ubicar la recomendación 76/2012, que hizo la Comisión
Nacional de Derechos Humanos a la SEP como obligado solidario en la reparación
del daño causado al menos a 15 niños en el prescolar “Andrés Oscoy”, de
Iztapalapa, que sufrieron abuso sexual reiterado por parte de siete
trabajadores del sistema educativo. No habrá educación de calidad si no se
asegura, haciendo todo lo posible, y más, la integridad física y emocional de
las y los niños en la escuela. El acto criminal lo realizaron personas
específicas; pero la gravedad y carácter dolorosamente ejemplar de lo ocurrido
en esas aulas (ha pasado en otras partes del país) muestra que el sistema
educativo nacional requiere modificar reglas y establecer modalidades de
acción, así como transformar la infraestructura de los planteles, con el fin de
reducir al mínimo las posibilidades de actos que destrozan proyectos de vida.
La SEP es la responsable de ello. De no intervenir y hacerse cargo de esas
obligaciones elementales, la reiteración de tales barbaridades puede continuar.
Cada niña o niño —de apenas cinco años— que fue víctima en este caso es
nuestro. Han dañado a la inmensa mayoría de sus colegas, y a todos los
ciudadanos, no sólo los agresores, sino los encargados de hacer de las escuelas
los sitios más seguros del espacio público que hemos construido. Esa es su
tarea fundamental, pues pone el piso indispensable para toda la actividad
educativa.
El
artículo primero de la nueva Ley General de Educación debe dedicarse, creo,
exclusiva y claramente, al enunciado de los derechos educativos de los niños,
que incluyen, y descansan, en el inalienable derecho a su integridad física y
emocional. Serán palabras, es cierto, pero al ser las primeras serían un signo,
rasgo prioritario, para que se conviertan en hechos cotidianos, ordenamientos
claros, capacitación especial, infraestructura adecuada, empoderamiento de los
niños y sus familias, e instauración de mecanismos de denuncia fundada y
responsable con seguridad jurídica para todos. ¿Dicen querer recuperar la rectoría
de la educación, señores de corbata roja y memoria flaca? Pasen ya de las
palabras a los hechos. Publicado en El Universal
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