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lunes, 10 de junio de 2013

Elba Esther transfigurada
JOSÉ VITELIO GARCÍA

Corría el mes de octubre del 85. Hacía pocas semanas un sismo de más de 8 grados había estremecido a la ciudad de México. Las agencias noticiosas propalaban la versión de que aproximadamente diez mil defeños habían perecido en aquel trágico suceso.

Muchas oficinas públicas habían colapsado y su personal se había convertido en itinerante. Tal era el caso de mi persona, que junto con varios compañeros empleados en la Dirección de Contenidos y Métodos educativos, habíamos tenido que abandonar las oficinas ubicadas en un edificio más o menos funcional, alquilado por la Secretaría de Educación Pública allá por el rumbo de Balbuena, salida hacia Puebla. Ahora ocupábamos un espacio reducido en la Colonia Polanco, en la calle de Mazarik.

Aquel día, después de tomar mis alimentos en un restaurante cercano a las oficinas, regresaba a las mismas por una estrecha calle que más bien fue un camino rural poco transitado.

Ví una limusina negra que venía en el mismo sentido en que yo caminaba; me detuve con la intención de dejarla pasar. El vehículo también se detuvo, casi a la par de mí. Un cristal de la ventanilla lateral trasera bajó con esa parsimonia que adoptan los cristales automáticos. Del interior una voz se escuchó y un rostro, el de Elba Esther, asomó.

- Maestro Vitelio, ¿cómo está?

- Hola Elba Esther, ¿cómo le va?

- Quiero hablar con usted, ¿cuándo podrá?

Me acerqué un poco y le comenté que sería posible en un restaurante del centro, a donde eventualmente me acercaba a comer. De común acuerdo fijamos fecha y hora.

En el Centro Catalán, en una sesión comida que se prolongó hasta las 19 ó 20 hs., conocí la imagen transfigurada de Elba Esther.

Habían pasado varios años desde el deceso de mi amigo Arturo Montelongo. La viuda Elba Esther le había pedido a Víctor Gallo Martínez, a la sazón director general del Instituto Federal de Capacitación del Magisterio, que le ayudara a superar su situación socioeconómica. Víctor Gallo la recomendó para que en el Estado de México le ubicasen laboralmente. Ahí, en la región del Vaso de Texcoco, le asignaron una plaza de educación primaria en donde en poco tiempo se empezó a distinguir por su actuación como lideresa.

En esa época la vida sindical del magisterio estaba controlada por un grupo de actuación hamponesca que a punta de pistola un mal día había tomado el control físico y administrativo de las instalaciones del SNTE; su líder era Jongitud Barrios.

Elba Esther fue requerida por Jongitud.

-¿Con que tú eres la flaca que me anda alborotando a la gente en el Vaso de Texcoco?

- ¿Flaca? Pensó Elba Esther, que para entonces se encontraba en Estado de Buena Ventura, como dicen en España.

El caso fue que ahí empezó el diálogo que los llevó a un buen entendimiento. Elba Esther fue ocupando sucesivamente posiciones de poder sindical en las diversas secretarías del Comité Ejecutivo central del SNTE, a nivel federal.

Ahora quería ser la lideresa máxima del SNTE y para eso andaba en campaña, pidiendo a sus conocidos y amigos que le apoyaran o cuando menos viesen con buenos ojos su justa aspiración, después de haber servido a la camarilla de Jongitud.

Pero como ella misma lo expresara:

- El maestro Jongitud ha dicho que mientras él esté como gran líder del Magisterio, ninguna “vieja” ocupará la máxima posición del SNTE.

Con ese motivo en particular se había concertado la comida entre nosotros. Yo la advertí transfigurada. Anécdotas de sus trastiendas y trapisondas, algunas crueles y descarnadas rayando casi en el cinismo, reflejaban el nuevo temple y carácter adquirido por Elba Esther.

La oportunidad para alcanzar sus aspiraciones se le presentó a ella cuando Salinas de Gortari decidió descabezar a como fuera lugar a los grandes y hegemónicos liderazgos sindicales del país. Así cayó la Quina entre los petroleros, y Jongitud se sintió muy desmejorado después de una entrevista con el Presidente, por lo que renunció “por motivos de salud” a su “Presidencia Vitalicia” en el SNTE.

Por eso, con todas las cuotas sindicales que la Federación otorga a los líderes en turno, sin taxativas ni control hasta ahora, Elba Esther hizo lo que quiso con ellas en el sindicato magisterial. Las manejó a su arbitrio y en su provecho. Hizo creer a los jerarcas panistas que el control de la Presidencia de la República se debió a su partido el Panal y por eso exigió parcelas de poder: Subsecretaría de Educación Básica en la SEP, Dirección del Issste, Control de la Lotería Nacional y gran influencia en los procesos electorales para las gubernaturas de varios Estados de la República.


Se sintió todopoderosa a la manera del ser Parmenídeo y su derrumbe se presentó exhibiendo sus lados obscuros. Ahora… tal vez haya logrado una ventaja postrera: “Que se le mantenga ignorada”, a cambio de no declarar e involucrar como es lógico a muchos exfuncionarios y funcionarios que le apoyaron en connivencia, para perjuicio de la vida democrática sindical que hoy por hoy, es una utopía en México.

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