Los menores
no son los responsables, sino víctimas de las agresiones cotidianas en el
hogar, en el barrio y en los medios, concluye estudio aplicado en 16
secundarias del Distrito Federal
Emir
Olivares Alonso
La violencia
entre estudiantes que persiste en las escuelas, particularmente en las
secundarias, es sólo la reproducción del ambiente generalizado de violencia que
la sociedad mexicana tolera e incluso aplaude: al agresor se le llega a dar el
papel de líder.
Una
investigación realizada por Nelia Tello Peón, académica de la Escuela Nacional
de Trabajo Social (ENTS) de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM),
concluyó que las autoridades educativas, padres de familia, maestros y medios
de comunicación culpan de este fenómeno exclusivamente a niños y adolescentes,
cuando en realidad ellos no son los responsables, sino víctimas de una
violencia habitual que ven en la familia, el entorno cercano a los colegios, en
los barrios y en los medios.
Durante 12
años, Tello Peón ha realizado varias investigaciones con estudiantes (de entre
13 y 15 años) de secundarias públicas en las 16 delegaciones del Distrito
Federal para conocer cómo viven y enfrentan este fenómeno. Una de las muestras
más recientes revela lo siguiente:
Diecinueve
por ciento de los jóvenes afirmó que en su casa no existen reglas; cuando
reportaron que sí hay, 57 por ciento señalaron que si se portan mal sus padres
los amenazan con castigarlos, lo que no cumplen; 5 por ciento indicó que son
sancionados con golpes o los dejan sin dinero; 35 por ciento dijo que algunas
ocasiones les pegan para reprenderlos, esto habla de que en 40 por ciento de
las familias aún se utilizan los golpes como método educativo, y lo peor es que
la sanción una vez se aplica y otras no, todo depende del humor de los padres.
El
porcentaje entre alumnos que son golpeados en su casa y los que pelean en la
escuela es coincidente.
Otros
resultados son que en los hogares donde se imponen reglas, 56 por ciento de
éstas se cumple, lo cual es “reflejo de lo mismo que sucede en el país: 13 por
ciento de los estudiantes de secundaria ha tenido al menos una experiencia
(extorsión y abuso) con la policía; 33.5 por ciento tiene un familiar en
prisión, sea por una razón justa o injusta; a 18 por ciento no le gusta ir a la
escuela y prefiere estar en casa cuando no están sus padres; 9 por ciento dijo
que asiste al colegio sólo para salir de su hogar; entre 5 y 7 por ciento se
siente excluido entre sus compañeros; 6 por ciento ha pensando dejar los
estudios y 38 por ciento no confía en los maestros.
Los colegios
premian a los alumnos sumisos, a los que no expresan qué quieren, piensan o
desean. Y hoy las autoridades están más preocupadas por las evaluaciones Enlace
y PISA que por resolver este grave problema, señala en un estudio Nelia Tello
Peón, investigadora de la Escuela Nacional de Trabajo Social de la UNAM. En la
imagen, una madre de familia con sus hijos en una fuente del camellón de la
avenida Álvaro ObregónFoto Roberto García Ortiz
Con base en
los resultados de sus investigaciones, Tello Peón concluye que en la violencia
escolar hay tres grupos de niños y/o adolescentes: los que aceptan que existe
mucha violencia en los centros educativos, en su mayoría reconocen que la
ejercen y asumen que son violentos. Esto les genera una personalidad de culpa y
se les responsabiliza de lo que no es, porque son víctimas de un sistema
violento: él o ella reproducen lo que están viviendo.
El segundo
grupo es el más preocupante, ya que aceptan como normal y natural lo que
acontece en sus escuelas cotidianamente. Es un número alto, alrededor de un
tercio, y representan al llamado testigo que legitima la violencia.
Un tercer
sector, más pequeños, son los excluidos (pueden ser agresores o víctimas).
Culturalmente, y eso se expresa en los colegios, se excluye al diferente. No
nos gusta el que tiene una orientación sexual distinta, el o la que es
demasiado bonita (o), el obeso, el que no es como nosotros.
Hay tres
características –no necesariamente se tienen que cumplir todas– de los menores
excluidos: quienes son incapaces de relacionarse, los que tienen problemas de
aprendizaje, y los que provienen de familias con dificultades económicas.
En la
resolución del fenómeno deben participar todas las partes involucradas.
La
investigadora de la ENTS propone que el problema se haga visible, se reconozca
y se acepte; no responsabilizar exclusivamente a los adolescentes de la
violencia; trabajar en estrategias de convivencia y atención, y generar
tácticas que hagan consciente a la sociedad de que dentro de la igualdad social
existen diferencias entre los individuos, y éstas deben aceptarse.
Las escuelas
no deben expulsar a los menores que son problemáticos, hay que retenerlos, pues
lo que hoy es un problema escolar se convertirá en el futuro en un conflicto
social.
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