La quimera del movimiento #YoSoy132
Eso no
hubiera ocurrido con líderes del 68 como Luis González de Alba, Eduardo Valle o
Marcelino Perelló.
Leo
Zuckermann
Hay
quienes critican al movimiento #YoSoy132 y quienes, con mala leche, comparan a
estos críticos con los represores del movimiento estudiantil universitario de
1968. “¿Usted no está de acuerdo con los dichos y hechos del 132? Claro: usted
es un diazordacista de nuestras épocas”. La comparación es falsa porque, por un
lado, hoy vivimos en un sistema político muy diferente al de 1968: una
democracia donde los jóvenes pueden decir lo que se les pega la gana y
manifestarse donde se les pega la gana sin que nadie los reprima. Ejercen, a
diferencia de los estudiantes del 68, derechos de una democracia-liberal, algo
que era un sueño en tiempos de Díaz Ordaz.
Por
otro lado, también hay diferencias importantes entre los movimientos
universitario del 68 y #YoSoy132. Sus demandas son diferentes. Recordemos que
el Consejo Nacional de Huelga del 68 contaba con un pliego petitorio de seis
puntos: 1. Libertad de todos los presos políticos. 2. Derogación del delito de
disolución social. 3. Desaparición del cuerpo de granaderos. 4. Destitución de los
jefes policíacos. 5. Indemnización a los familiares de los muertos y heridos
por el conflicto. 6. Deslindamiento de responsabilidades de los funcionarios
culpables de los hechos represivos. Nótese que eran peticiones muy aterrizadas.
Muy
diferentes a las demandas del #YoSoy132 que son generales, por no decir
etéreas. El 27 de junio presentaron “seis puntos para el cambio”: 1.
Democratización y transformación de los medios de comunicación, información y
difusión. 2. Cambio en el modelo educativo, científico y tecnológico. 3. Cambio
en el modelo económico neoliberal. 4. Cambio en el modelo de seguridad
nacional. 5. Transformación política y vinculación con movimientos sociales. 6.
Cambio en el modelo de salud pública. En esta agenda cabe absolutamente todo.
No es gratuito, entonces, que en el 132 haya muchos grupos: desde los más
radicales que quieren la Revolución, hasta los más moderados que pretenden
cabildear dentro de las instituciones democráticas existentes.
Lo que
más unió al 132 fue su rechazo a la candidatura de Peña Nieto. Las marchas en
contra del priista fueron el punto culminante de este movimiento. No obstante,
Peña ganó y, desde entonces, el movimiento ha venido dispersándose para
convertirse en una etiqueta que utilizan todo tipo de grupos con agendas
diversas. En este sentido, el 132 se trasformó en una quimera: algo más
imaginario que verdadero.
El
último episodio de este supuesto movimiento ocurrió este fin de semana cuando
dos presuntos miembros le aventaron huevos a Adela Micha en un acto donde
recibía un doctorado honoris causa. El ataque a la periodista se debe, supongo,
al rechazo que existe entre muchos jóvenes del 132 en contra de Televisa a
quien, en concordancia con el discurso de López Obrador, ven como el “poder
fáctico” que “impuso a Peña en la Presidencia”. No coincido con esta visión. Me
parece una simplificación aberrante. Sin embargo, reconozco el derecho del 132
a oponerse a Televisa y la idea de que una de sus periodistas reciba un
reconocimiento.
Lo que
me parece injustificable y condenable es que manifiesten este rechazo
aventándole huevos a Micha. Se trata de un acto incivilizado que ensucia las
buenas intenciones —si es que todavía existen— de un movimiento juvenil que
supuestamente lucha por una mejor democracia. Por eso llamé al itamita Antonio
Attolini, líder del movimiento, al parecer del “ala moderada”, para que, en la
radio, me diera su opinión de lo ocurrido este fin de semana. La verdad es que
esperaba una condena de su parte. Para mi sorpresa, no lo hizo. Dijo que no
justificaba los huevazos, pero sí los entendía con el flaco argumento del
contexto en el que habían ocurrido. Según él, como no hay medios para expresar
la oposición a Televisa, y sus periodistas que reciben reconocimientos, pues lo
único que queda son este tipo de acciones.
Nos
enfrascamos en una discusión para entender su justificación que, en su opinión,
no era justificación. Se nos agotó el tiempo. Lo invité, entonces, a venir al
día siguiente al estudio a seguir platicando. Al aire, envalentonado, me dijo
que sí. Mi equipo lo buscó de inmediato, pero Attolini les informó que no podía
venir ni un día de esta semana a justificar lo injustificable. Se echó para
atrás. Y luego se quejan de que no se les dan espacios en los medios…
Eso no
hubiera ocurrido con líderes del 68 como Luis González de Alba, Eduardo Valle o
Marcelino Perelló. Estoy seguro que ellos ahí hubieran estado, puntuales a la
cita, para defender sus argumentos, y no escondiéndose, como Attolini, por la
falta de ellos. Se trata de otra diferencia más entre dos movimientos
cualitativamente distintos.
Twitter:
@leozuckermann Publicado en Excélsior.
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