La reconfiguración del autoritarismo y el conflicto magisterial en
México
RAFAEL DE LA GARZA TALAVERA
Las protestas y movilizaciones de los
maestros en buena parte del país han demostrado que las reformas impulsadas por
Peña Nieto están generando un enorme descontento entre buena parte de la
población, poniendo a prueba al sistema político. El regreso del PRI a Los
Pinos reconfiguró la dinámica política, regresándola a los tiempos en que el
poder ejecutivo subordinaba sin miramientos a los otros dos poderes así como a
los gobernadores y en general, a todos los actores políticos institucionales.
En los viejos tiempos, el PRI controlaba el congreso marginando a la oposición
partidista; hoy el control se da por medio de pactos, como el pacto por México,
en el cual la oposición se subordina al proyecto presidencial pero manteniendo
una imagen de pluralidad, muy útil para legitimar el desmantelamiento del viejo
estado de bienestar y mostrarlo como un avance en el desarrollo político del
país.
La embestida contra el magisterio para
reducir sus derechos laborales evidencian tres procesos que apuntan a
reconfigurar el autoritarismo ‘democrático’ en México, a saber: las soluciones
policiacas y militares para la contención del descontento, el crecimiento de la
brecha entre gobernantes y gobernados y el mantenimiento del charrismo sindical
como fórmula para mantener el control sobre los trabajadores organizados.
El autoritarismo estuvo siempre apuntalado en
las fuerzas armadas pero en nuestros días se puede apreciar un cambio
cualitativo. En los viejos tiempos, el ejército permanecía en los cuarteles y
seguía siendo visto por los políticos como una amenaza a su poder -herencia de
los conflictos posteriores al fin de la revolución de 1910 que provocó gran
inestabilidad política y social, como consecuencia de las continuas rebeliones
y asonadas militares- mientras que hoy han salido de sus cuarteles y los
gobernantes dependen cada vez más de ellos. El reciente desfile para conmemorar
la independencia nacional tuvo un actor privilegiado: el ejército, que desfiló,
disfrazó efectivos de civiles para medio llenar el zócalo y además, coordinó
las labores de represión en todo el país. Las fiestas nacionales han perdido
poco a poco su carácter civil y la parafernalia militar gana terreno. La
participación del ejército como prólogo a un encuentro de fútbol de la
selección nacional es otra muestra clara del militarismo rampante.
Al mismo tiempo, y en estrecha relación con
la anterior, los gobernantes muestran sistemáticamente su desprecio por las
demandas de las mayorías, confiados en su alianza con las fuerzas armadas, en
los enormes recursos económicos que perciben y en los aplausos (¿sobornos?) que
reciben de los organismos internacionales, la banca internacional y los
gobiernos de los países ricos. El conflicto magisterial ha sido objeto de toda
clase de descalificaciones y trampas burdas por parte de los políticos y sus
partidos. Arropados por los medios de comunicación, diputados, senadores,
gobernadores, ediles y empresarios insisten en que no hay otra ruta que la suya
y lo que se espera de la población es su apoyo en lugar de protestas y
movilizaciones. Su desprecio por las leyes y la dignidad de las personas parece
no tener límites. Las recientes inundaciones que le han costado la vida a
cientos y el patrimonio a decenas de miles son un escaparate privilegiado para
confirmar el argumento. En lugar de actuar para minimizar los daños, la
burocracia política estaba más preocupada por los festejos patrios y la represión
de las protestas.
Por su parte, el charrismo sindical
representa hoy una vieja fórmula política, reciclada por el estado para
mantener el control sobre sus trabajadores y los de las empresas privadas. La
burocracia sindical fue por mucho tiempo un actor político central en el
equilibrio del sistema político tradicional pero su declive (que probablemente
inició con la muerte de Fidel Velázquez, el charro mayor y sobre todo con el
cambio en el modelo económico) no se ha detenido en las últimas décadas. El
conflicto magisterial ha debilitado enormemente el férreo control del SNTE
sobre los maestros del país. Se podría pensar que el estado ha dejado a su
suerte al sindicato de maestros para fragmentar la representación sindical en
aras de un mayor control. El encarcelamiento de su líder histórica, Elba Esther
Gordillo, puede entenderse hoy como parte de la ofensiva y antecedente directo
de la reforma. Muchos de sus miembros se preguntan si las reformas hubieran
pasado en el caso de que la maestra estuviese libre y en control del sindicato.
Sin embargo, el estado no pretende renunciar a su control sino reforzarlo,
debilitando y fragmentando a las organizaciones de trabajadores.
Por todo lo anterior, las luchas de los
maestros resultan fundamentales para contener la reconfiguración del sistema
político. En la medida en que las demandas magisteriales se trasladen a la
defensa y democratización de sus sindicatos, sin menospreciar las demandas
originales, la reconfiguración del autoritarismo -sostenida por la democracia
electoral y la militarización- enfrentará obstáculos eventualmente
infranqueables. La recuperación de las organizaciones sindicales -condición
necesaria para recuperar sus derechos perdidos con las reformas- representa hoy
un elemento indispensable para abrir nuevos horizontes a la historia de México
e impedir el afianzamiento del autoritarismo ‘democrático’. Tal vez por eso
estudiantes, desempleados, amas de casa, padres y madres de familia y la
población en general los han apoyado. Presienten que lo que hay en juego va más
allá que la defensa de los derechos laborales del magisterio. Y en eso tienen
toda la razón.
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