Al maestro con cariño
Adolfo
Sánchez Rebolledo
La idea
ampliamente difundida de que todo el problema de la enseñanza nacional tiene su
origen en el dominio del sindicato sobre el aparato educativo, lejos de cuestionar
la naturaleza antidemocrática del SNTE, se aprovechó en sentido contrario para
identificar a los maestros como la causa obvia, automática, de las deficiencias
de toda la enseñanza, y a su organización, el sindicato, como un elemento
extraño, ajeno por completo a la práctica vocacional del magisterio.
A esta
injusta caracterización del maestro contribuyeron las declaraciones interesadas
de algunos expertos que se rasgaron las vestiduras con las pruebas aplicadas a
los alumnos, pero también, justo es decirlo, a la defensa a ultranza de
insostenibles conquistas laborales que ninguna ley podría proteger, como la
herencia de plazas. Reconocida la profundidad del desastre educativo, vimos en
los últimos tiempos cómo en lugar de propiciarse un verdadero debate nacional,
cuidadoso e incluyente, en torno a los objetivos de la educación que
necesitamos, se abrió paso una interpretación simplificadora promovida por
importantes grupos privados, amparados bajo el paraguas mediático de los
poderes fácticos, en la cual se hace creer que bastaría con expulsar de las
aulas –y de la plantilla laboral– a los maestros incompetentes, a los flojos o
revoltosos, para limpiar el terreno y acceder a niveles del primer mundo en
calidad de la enseñanza. Así, junto con la campaña a favor de la evaluación
necesaria (irrecusable en cualquier servicio público) se conjugó otra cuyo
objetivo (alcanzado en parte) era –y es– devaluar a los maestros para culparlos
unilateralmente del desastre de la educación nacional. Más adelante, consumada
la defenestración de la lideresa vitalicia del SNTE por sus desacuerdos con el
nuevo gobierno, se dio a entender que el camino para la reforma ya estaba
despejado y sólo se trataba de armar el rompecabezas legislativo para asegurar
en la Constitución los principios que adquirirán sentido al aprobarse las leyes
secundarias. Y, en efecto, el SNTE hizo mutis para que todo siguiera igual.
Mientras, en
la estela del problema magisterial iban quedando huellas de cada uno de los
pasos dados hasta llegar aquí. Los encargados de promover la reforma
constitucional se abstuvieron de aclarar hasta qué punto la aparente ambigüedad
de algunos conceptos no implicaba meter por la puerta falsa el espíritu
privatizador que alentó la gestión de Calderón, cuando muchos de los gestos
presidenciales se dirigían a reforzar la preferencia ideológica hacia los
valores de la escuela particular, creada y multiplicada por entidades privadas
y religiosas para oponerse a la enseñanza pública, laica. Uno puede decir que
no es eso lo destacable en la reforma constitucional, pero es imposible pedir
que no se desconfíe de la buena fe de las autoridades (hasta ayer aliadas con
Gordillo) cuando en el pasado reciente se hizo todo lo imaginable para fomentar
el temor entre los maestros ante las proclamadas dudas sobre la vigencia de sus
derechos laborales, sobre todo entre aquellos que viven y trabajan
cotidianamente allí donde el desastre pedagógico y material es más visible,
esto es, en las zonas críticas de la pobreza y la marginación, que son las
mismas donde la protesta magisterial adquiere visos alarmantes de
conflictividad y donde hablar de privilegios en relación con la masa
magisterial es una leyenda obscena.
Sin embargo,
es notable el silencio amenazador de la autoridad, incapaz de atender una
problemática que se le escapa peligrosamente de las manos. Después de varias
semanas de duras y reprochables confrontaciones, además de condenar los actos
irreflexivos de violencia en la Autopista del Sol y en los locales de los
partidos, ¿no sería adecuado, junto con las exigencia de tolerancia y respeto
hacia los demás, que el secretario de Educación, tan proclive a las grandes
frases, intentara diluir con argumentos convincentes la idea de que detrás de
la reforma hay una conspiración contra la gratuidad de la enseñanza, los
derechos de los maestros y el cuidado de los educandos? ¿O es que está en el
cálculo político la esperanza de que la disidencia se vea destruida a sí misma
por la acción de los aventureros y provocadores que reaparecen puntualmente?
La reforma
educativa pondrá en manos del Estado mejores instrumentos para recuperar la
rectoría del Estado que éste había perdido, y no sólo a manos del SNTE, pero
ninguna transformación de la escuela pública a mediano plazo podrá realizarse sin
el concurso activo de los maestros. Lo peor que puede pasarle a la sociedad
mexicana es que se dé crédito a las visiones clasistas y discriminatorias que
desprecian a los profesores que viven y trabajan en las regiones más
empobrecidas de México. Debería ser lo contrario: sus voces tienen que
escucharse y ser atendidas, antes de que la vorágine del conflicto acabe con la
esperanza. Esa es la única defensa contra las provocaciones en la grave
situación actual.
No hay comentarios:
Publicar un comentario