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martes, 30 de abril de 2013


¿Dónde estamos?
MANUEL GIL

Cuando hay conflictos de las universidades del país, ocurre un cambio en la forma de hablar de la mayoría de los integrantes de las instituciones. En medio de las dificultades cambia el sujeto de las expresiones que se emiten. Las palabras importan. No son meros decires, si no deciden y aclaran, creo, el sitio desde el que se expresa cada quien.

Si son triunfos o reconocimientos, el sujeto es la primera persona del plural: nosotros. Esto pasa desde asuntos quizá triviales a los más serios: “Le ganamos a las Chivas”, para los que son futboleros; “Somos la mejor universidad de Latinoamérica”, al comentar los reportes de algunos listados internacionales. O formas más locales en las que no varía la atribución del mérito a un colectivo del que somos parte: “En la facultad hemos logrado tener la mejor revista de tal o cual materia”.

Cuando no toca el lado de la luz las cosas varían: “Perdieron los Pumas o los Tigres”, “La UNAM ya no está en las mejores 100 del mundo” o “La facultad está muy descuidada”. Es notable la diferencia: fueron derrotados ellos; es ella la que bajó de nivel y al sitio donde trabajo no lo cuidan. Los que fallan son otros, no nosotros, mientras que el triunfo o el honor nos pertenecen.

El complicado problema que vivimos en la UNAM en estos días produce una mutación mayor: ya no sólo se atribuye el entuerto a una entidad ajena, pero sin nombre; se pasa a una forma de renuncia a la responsabilidad aún más aguda: “Menudo problema tiene Narro”. “El Rector tiene que hacer esto, o aquello: meter a la policía para sacar a, o dialogar con, los que ocupan la Rectoría”. Súbitamente un hecho que afecta a todos se ubica como un asunto que tiene que resolver una persona con nombre y apellido, a la que, entonces, se le pueden endilgar adjetivos: débil, incapaz, sin carácter. Y listo: el problema no es nuestro. Acomodado en la butaca del espectador aguardo a ver qué hace él, del que depende todo. Si me gusta su acción le aplaudo o le chiflo en caso contrario.

Lleva razón quien afirma que la victoria tiene muchos padres, nosotros, pero las dificultades, contra más serias sean, tienden a ser situadas, paradójicamente por nosotros mismos, en la orfandad colectiva y determinamos quién ha de responder por ellas. Nunca nos toca. Por eso mudar la forma de hablar es tan significativo.

Esta reflexión no quita, ni elude en el análisis, la responsabilidad que el ocupar la posición de rector o director de una institución lleva consigo. Es cierta, legal y clara. Y lo es tanto para acogerse a la prudencia, decidir que no hay salida por el camino de las exhortaciones o considerar agotados los instrumentos internos con que cuenta la universidad para resolver el problema.

El rector Narro habrá de hacerse cargo de lo que decida. Sin embargo, al afirmar que es suyo, y nada más que suyo, el conflicto olvidamos que para gobernar a una institución tan diversa y compleja como la UNAM, también es su deber, y requiere, escuchar a muchos sectores y orientar su parecer buscando lo que en política es referencia ética indispensable: la responsabilidad. Ha de responder por haber dilucidado el que a su juicio es el mal menor, pues si se tratara de elegir entre lo bueno y lo malo cualquiera podría hacerlo.

Un tema ineludible, entonces, es que en los tiempos duros la permuta del plural al singular ajeno implica preguntar: ¿dónde estamos? O bien, ¿dónde nos situamos los universitarios frente a un grupo que, a todas luces, se ha aislado de los movimientos estudiantiles que dice encabezar, pero actúa con violencia en su nombre anhelando violencia?

Como la universidad está compuesta por personas con distintos pareceres, para no agudizar el conflicto con posiciones radicales internas, ¿no sería valioso que, un día, y pronto, decenas de miles de nosotros, en el más absoluto silencio, rodeáramos la Torre de Rectoría para indicar que ese espacio es nuestro, de un nosotros que incluye a todos los mexicanos que la saben propia, abierta al diálogo y fincada en el respeto a la autonomía en serio? Cuando ahí estemos, dejaremos claro que una persona toma las decisiones, sí, pero no ha de ser sin nosotros haciendo lo que nos corresponde. ¿Imposible? No. Urge ser nosotros. Ya.

Profesor del Centro de Estudios Sociológicos de El Colegio de México. 

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