¿Dónde estamos?
MANUEL GIL
Cuando hay
conflictos de las universidades del país, ocurre un cambio en la forma de
hablar de la mayoría de los integrantes de las instituciones. En medio de las
dificultades cambia el sujeto de las expresiones que se emiten. Las palabras
importan. No son meros decires, si no deciden y aclaran, creo, el sitio desde
el que se expresa cada quien.
Si son
triunfos o reconocimientos, el sujeto es la primera persona del plural: nosotros.
Esto pasa desde asuntos quizá triviales a los más serios: “Le ganamos a las
Chivas”, para los que son futboleros; “Somos la mejor universidad de
Latinoamérica”, al comentar los reportes de algunos listados internacionales. O
formas más locales en las que no varía la atribución del mérito a un colectivo
del que somos parte: “En la facultad hemos logrado tener la mejor revista de
tal o cual materia”.
Cuando no
toca el lado de la luz las cosas varían: “Perdieron los Pumas o los Tigres”,
“La UNAM ya no está en las mejores 100 del mundo” o “La facultad está muy
descuidada”. Es notable la diferencia: fueron derrotados ellos; es ella la que
bajó de nivel y al sitio donde trabajo no lo cuidan. Los que fallan son otros,
no nosotros, mientras que el triunfo o el honor nos pertenecen.
El
complicado problema que vivimos en la UNAM en estos días produce una mutación
mayor: ya no sólo se atribuye el entuerto a una entidad ajena, pero sin nombre;
se pasa a una forma de renuncia a la responsabilidad aún más aguda: “Menudo
problema tiene Narro”. “El Rector tiene que hacer esto, o aquello: meter a la
policía para sacar a, o dialogar con, los que ocupan la Rectoría”. Súbitamente
un hecho que afecta a todos se ubica como un asunto que tiene que resolver una
persona con nombre y apellido, a la que, entonces, se le pueden endilgar
adjetivos: débil, incapaz, sin carácter. Y listo: el problema no es nuestro.
Acomodado en la butaca del espectador aguardo a ver qué hace él, del que
depende todo. Si me gusta su acción le aplaudo o le chiflo en caso contrario.
Lleva razón
quien afirma que la victoria tiene muchos padres, nosotros, pero las
dificultades, contra más serias sean, tienden a ser situadas, paradójicamente
por nosotros mismos, en la orfandad colectiva y determinamos quién ha de
responder por ellas. Nunca nos toca. Por eso mudar la forma de hablar es tan
significativo.
Esta
reflexión no quita, ni elude en el análisis, la responsabilidad que el ocupar
la posición de rector o director de una institución lleva consigo. Es cierta,
legal y clara. Y lo es tanto para acogerse a la prudencia, decidir que no hay
salida por el camino de las exhortaciones o considerar agotados los
instrumentos internos con que cuenta la universidad para resolver el problema.
El rector
Narro habrá de hacerse cargo de lo que decida. Sin embargo, al afirmar que es
suyo, y nada más que suyo, el conflicto olvidamos que para gobernar a una
institución tan diversa y compleja como la UNAM, también es su deber, y
requiere, escuchar a muchos sectores y orientar su parecer buscando lo que en
política es referencia ética indispensable: la responsabilidad. Ha de responder
por haber dilucidado el que a su juicio es el mal menor, pues si se tratara de
elegir entre lo bueno y lo malo cualquiera podría hacerlo.
Un tema
ineludible, entonces, es que en los tiempos duros la permuta del plural al
singular ajeno implica preguntar: ¿dónde estamos? O bien, ¿dónde nos situamos
los universitarios frente a un grupo que, a todas luces, se ha aislado de los
movimientos estudiantiles que dice encabezar, pero actúa con violencia en su
nombre anhelando violencia?
Como la
universidad está compuesta por personas con distintos pareceres, para no
agudizar el conflicto con posiciones radicales internas, ¿no sería valioso que,
un día, y pronto, decenas de miles de nosotros, en el más absoluto silencio,
rodeáramos la Torre de Rectoría para indicar que ese espacio es nuestro, de un
nosotros que incluye a todos los mexicanos que la saben propia, abierta al
diálogo y fincada en el respeto a la autonomía en serio? Cuando ahí estemos,
dejaremos claro que una persona toma las decisiones, sí, pero no ha de ser sin
nosotros haciendo lo que nos corresponde. ¿Imposible? No. Urge ser nosotros.
Ya.
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