Ahora sí, por la reforma educativa
integral
Juan José
Huerta
"El régimen
mexicano es un sistema flexible, transaccional, dogmático
sólo ante ciertos valores básicos,
pero que ha logrado asumir a tiempo los cambios necesarios…
la Constitución ha sido reformada cuando así
lo han requerido circunstancias específicas o la estabilidad del sistema a
largo plazo… la flexibilidad del régimen
político así establecido ha permitido su adaptación
no siempre exenta de experiencias dolorosas a las condiciones de este siglo,
las más cambiantes que la humanidad haya
experimentado en toda su historia“. Me parece que los sucesos actuales
sobre el sector educativo en México constituyen un clásico
o característico ejercicio de las cualidades del régimen
político mexicano descritas en el párrafo
anterior (una autocita del autor de estas líneas).
Una nueva estrategia de educación pública
era ya impostergable en nuestro país y, aunque hubo resistencias de
diversas fuentes, ha prevalecido, a la par que la firmeza presidencial, la
capacidad de transacción política,
incluso en un asunto tan delicado como el enjuiciamiento y la final
neutralización de Elba Esther Gordillo, la poderosa
lideresa del sindicato magisterial. Se abre así
la puerta para una reforma educativa de gran calado, integral, que no sólo
incluya las modificaciones constitucionales que entraron en vigor esta semana y
sus leyes reglamentarias, sino los elementos de lo que en otra ocasión
he llamado “un ineludible un esfuerzo masivo en
educación; educación
a todos los niveles y en todos los lugares; educación
que provea el sistema gubernamental pero también,
y casi en mayor medida, el sistema privado; educación
que sea de las familias, en los centros de trabajo y en la convivencia diaria;
educación que sea formal e informal; que esté
impregnada en cada acto de gobierno, en cada decisión
empresarial, en cada actividad individual. Educación
para que nadie nos controle, sino para que nosotros cuidemos de nosotros
mismos, por el bien común”. Las reformas o adecuaciones
paulatinas en todos los importantes asuntos de la vida de una nación
deben ser, por supuesto, un criterio aplicado normalmente para adaptarse a la
cambiante realidad. En materia educativa, Justo Sierra y José
Vasconcelos son nombres cimeros, y ya en épocas más
recientes destaca la importante reforma realizada los primeros años
del sexenio de Luis Echeverría, con el secretario de Educación
Pública Víctor Bravo Ahuja, cuando se crean también,
entre otras instituciones, el Centro para el Estudio de Métodos
y Procedimientos Avanzados de la Educación, el Consejo Nacional de Fomento
Educativo y el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología.
La actual reforma, con modificaciones a los artículos
3 y 73 constitucionales, busca mejorar la calidad de la educación
obligatoria que imparte el Estado “de manera que los materiales y métodos
educativos, la organización escolar, la infraestructura educativa
y la idoneidad de los docentes y los directivos garanticen el máximo
logro de aprendizaje de los educandos”, y tiende a que “el
mérito profesional sea la única
forma de ingresar, permanecer y ascender como maestro, director o supervisor”,
en lo cual toma un papel relevante la creación
del Sistema Nacional de Evaluación Educativa, cuya coordinación
estará a cargo del autónomo
Instituto Nacional para la Evaluación de la Educación,
con lo que se elimina la discrecionalidad, favoritismos y corruptelas asociados
a la indebida intervención que en estas materias se permitía
al sindicato magisterial. Por supuesto, se hace explícito
al mismo tiempo el “pleno respeto a los derechos
constitucionales de los trabajadores de la educación”,
asegurando su óptima preparación,
su activa participación en las mejores orientaciones de la
política educativa y su estabilidad económica
y laboral. Los maestros en México, a todos los niveles, a la vez que
deben estar óptimamente preparados deben estar muy
bien pagados. Claro que también es indispensable la plena
transparencia en la gestión del sindicato magisterial, que
esperemos pronto habrá también
de ser una realidad legalmente establecida. En cuestiones de operación
e infraestructura, se harán esfuerzos paulatinos para “establecer
escuelas de tiempo completo con jornadas de entre seis y ocho horas diarias,
para aprovechar mejor el tiempo disponible para el desarrollo académico,
deportivo y cultural… en aquellas escuelas que lo necesiten,
conforme a los índices de pobreza, marginación
y condición alimentaria se impulsarán
esquemas eficientes para el suministro de alimentos nutritivos a los alumnos a
partir de microempresas locales, y prohibir en todas las escuelas los alimentos
que no favorezcan la salud de los educandos”.
No hay elementos para dudar de la reafirmación
del carácter público,
laico y gratuito de la educación impartida por el Estado, aunque sí
se impulsa una mayor participación de los padres de familia y las
comunidades donde se asientan las escuelas “para
mejorar su infraestructura, comprar materiales educativos, resolver problemas
de operación básicos
y propiciar condiciones de participación para que alumnos, padres de familia y
docentes bajo el liderazgo del director se involucren en la resolución
de retos que cada escuela enfrenta”. Todo esto es adecuado y pertinente y
qué bueno que le reforma educativa va adelante. Claro, que habrá
que estar muy pendientes de que no sea flor de un día
sino que produzca en un razonablemente breve lapso los resultados deseados.
Pero, aun así, una reforma integral a la educación
de los mexicanos requiere abordar también otros complejos temas, como un
decidido impulso al desarrollo científico y tecnológico,
a la formación de investigadores de desempeño
óptimo en renovación constante, a su ocupación
productiva en proyectos y la resolución de problemas para el bien común,
y a propiciar la adopción generalizada entre la población
de la perspectiva racional y tecnológica del mundo que nos rodea, para su
mejor aprovechamiento y cuidado. Por otro lado, abordar en serio el tema de la
educación “informal”,
todo el complejo problema de la formación que la gente recibe
extraescolarmente, a través de los medios de comunicación,
en particular de la televisión y también
el cine. No es tan solo cuestión de monopolios, aunque algo ayudará
la reforma en telecomunicaciones, cuya iniciativa pronto será
presentada por el gobierno federal, para que una mayor competencia entre
televisoras mejore la pésima calidad de la programación
de la televisión abierta a la que nos tiene
acostumbrados el duopolio televisivo, así como reduzca el excesivo uso de la
violencia en la programación abierta o por cable (y en el cine
también). Pero se requiere algo más,
una orientación más
exigente de la sociedad mexicana hacia dichos contenidos, que haga hincapié
en un mayor humanismo de la programación, en la mayor ponderación
de los altos valores humanos, de la convivencia pacífica.
Por supuesto, no con un control o censura oficiales o desde arriba, sino
guiados por las preferencias de los propios espectadores y la sensibilidad
social y humana de los empresarios del sector, que ahora brilla por su
ausencia. Gabriel Zaid hizo en estos días una remembranza del educador
mexicano Pablo Latapí y de su síntesis
propositiva sobre la buena educación que sigue siendo perfectamente
aplicable, porque habla de que “educar bien es ante todo formar el carácter:
la disposición moral de la persona…
la inteligencia debe ser educada por medio del lenguaje…hay
que educar los sentimientos, porque también pensamos con el corazón…hay
que educar para la libertad y su ejercicio responsable”
(Ver completa en artículo “Testamento
educativo” de Zaid en Reforma, 25mar12). Habrá
que impulsar asimismo el cambio requerido ya en los enfoques educativos, cuando
la revolución digital y en la conectividad entre
los seres humanos va dando a cada vez mayores segmentos de nuestra sociedad
acceso prácticamente inmediato al conocimiento
humano acumulado en miles de años, gran parte, por cierto, en idioma
inglés o en otras lenguas,…que hay que aprender. Esta nueva
realidad da a la gente oportunidades inmensas, nunca antes vistas, de
autoeducación y auto capacitación,
que implican modificaciones correlativas a las técnicas
de enseñanza por parte de los maestros que, más
que transmisores directos de los conocimientos, tienen que ser mucho más
orientadores de hacia dónde los alumnos deben dirigir sus
esfuerzos de auto aprendizaje y de cómo desechar la información
basura que también prolifera en la red electrónica.
Sí, la reforma educativa integral tiene frente a sí
un gran campo de acción. Publicado en Crónica de hoy
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