Enseñar:
profesión despreciada
MANUEL
GIL
“El que sabe, hace; el que no sabe, enseña”.
Este refrán no puede ser más estúpido. Cuando la Real Academia define a la
estupidez es contundente: Torpeza notable en comprender las cosas. Dedicarse a
enseñar, es decir, a trabajar en la generación de espacios intelectuales que
favorezcan el prodigio del aprendizaje, es una actividad humana de la mayor
complejidad y requiere de conocimientos, saberes específicos, habilidades y
destrezas variadas.
El origen
de este infame aforismo (como lo llama Lee. S. Shulman, profesor en la
Universidad de Stanford) procede de George Bernard Shaw, que en una de sus
obras lo expresa así: “He who can, does. He who cannot, teaches”. Quien puede
hace, y el que no puede, enseña. En castellano se ha cambiado el verbo poder
por saber, sin modificar la consecuencia: se concibe a la enseñanza como un
oficio que llevan a cabo los que no pueden o saben hacer “algo”. Los incapaces
e ignorantes.
Esta
sentencia, escrita hace 110 años, subyace de manera generalizada en la manera
de ver el trabajo de los docentes en el sistema educativo mexicano. Con tal
percepción sobre uno de los actores centrales del proceso de aprendizaje en el
país, la reforma educativa en curso no llegará a buen ni mal puerto: naufragará
en el océano de la incapacidad, ahora sí, e ignorancia, notable, de lo que
implica la tarea que ha de realizar una maestra o un profesor. Lo escuchamos
con frecuencia: ¿qué dificultad hay en ser profesora en tercero de primaria?
Ninguna. Complicado es ser controlador aéreo, investigador nivel 35 del SNI,
cardiólogo, senador o líder sindical. Eso sí que es difícil. Más allá del
insulto a los maestros, importa comprender de dónde surge esta noción tan
desvalorizada del oficio docente.
Una
causa, importante es haber reducido la noción de aprendizaje al ejercicio
memorístico de captar y retener información, a raudales, pues todo el contenido
de la licenciatura en historia ha de caber en pocos meses. ¿Listos? Arrancan:
ahí les van los egipcios, los romanos, los persas… con estampitas de Fernández
Editores o en una tableta, da igual el soporte en que se finque la barbaridad.
Este hecho condiciona lo demás: si aprender es recordar por un corto tiempo lo
que no se entiende (y no importa entender) con tal de sacar una buena
calificación en el examen; si un profesor es declarado excelente cuando obtiene
más de 100 aciertos en una dudosa prueba estandarizada sobre el contenido de su
materia y, para colmo de males, 50% de los ingresos adicionales que necesita
dependen del resultado de sus alumnos en la evaluación que dice lograr ENLACE,
resulta lógico que las destrezas de alumnos y profesores se orienten, como en
el dominó, a la clásica regla: repetir, repetir y repetir.
Gracias a
Andoni Garritz tuve acceso al texto de Shulman, y a una forma excelente para
expresar lo que conlleva una adecuada evaluación de las y los profesores: no ha
de agotarse su valoración en lo que saben —en el contenido de las asignaturas
de las que son responsables—, sino en algo más complicado y central: el
conocimiento pedagógico del contenido. De aceptar esta realidad, todo un reto,
se podrá orientar la formación de nuevos profesores y actualizar a los que ya
están en servicio con resultados que se reflejen en aprendizajes
significativos.
“Nosotros,
dice Shulman, rechazamos al señor Shaw y su calumnia. Con Aristóteles
declaramos que la máxima prueba para el entendimiento (la forma más elevada del
saber) descansa en la habilidad de transformar el conocimiento propio en
enseñanza”. En realidad, el que puede, hace, pues aplica una fórmula, o un modo
de actuar, sin tener que dar cuenta de su origen ni fundamento. No es cierto
que el que no sabe, enseña: el artículo que comento termina con otra sentencia:
“Los que saben (o pueden), hacen. Aquéllos que entienden, que comprenden, enseñan”.
Aprender
no es repetir. Significa apropiarse, pensar en orden y saber por qué lo que se
hace ha de hacerse así y no de otro modo. Las profesoras y maestros que
necesita la educación en México y el mundo han de entender, a fondo, el
contenido que propondrán, pedagógicamente, a sus alumnos para que comprendan y
ocurra ese olvidado proceso: entender. ¡Eureka! Profesor del Centro de Estudios
Sociológicos de El Colegio de México
Publicado
en El Universal.
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