La reforma: hechos y palabras
JUAN CARLOS YÁÑEZ
No son las palabras
las que definen las acciones ni las intenciones, necesariamente; no en el campo
de la política, menos aún
en un país llamado México.
Las palabras son imprescindibles, quede claro. Pueden ser como puñales
o balas, sin duda, sobre todo si son escritas por quien las profiere con
absoluta convicción.
Por eso resulta
bobo, ingenuo, irritante, irrisorio (un poco de todo ello) escuchar a quienes
defienden tal o cual postura diciendo, por ejemplo: no se trata de privatizar
la educación (o Pemex, o el Seguro Social, en otro
momento), invertiremos como nunca en las escuelas, no se trata de correr a ningún
profesor de su empleo, nadie dijo que vamos a incrementar el desempleo, no
pretendemos empeorar la situación del país…
y pavadas así.
Nunca nadie lo dijo,
ni en campaña ni sentado orondamente en el poder,
pero muchas veces ocurrió, porque lo afirmado con tonadas
melifluas, con juegos de palabras, trampas legales o mentiras impunes, luego se
convirtió en hechos contundentes: aumentaron los
despidos, las cuotas escolares, los precios; vinieron los recortes en áreas
sociales, los apretones del cinturón para la gran mayoría.
Un ejemplo dolorosamente reciente y próximo es ahora España
y Mariano Rajoy.
Aquí
sucede de nuevo con la reforma educativa. Los defensores convencidos y los
defensores de oficio apelan a los mismos argumentos. Y los presuntos ofendidos
o agredidos contraatacan. Nosotros, los ciudadanos, en medio, debemos tenerlo
claro: no podemos fiarnos a ciegas de su palabra a la que tantas veces faltaron
en la historia. Nadie dijo que son imbéciles, pero tampoco deben creer que
nosotros lo seamos; no, por favor. La historia es bien simple, unos y otros la
ignoran o no quieren recordarla: las reformas educativas no se pueden hacer,
nunca se hicieron, sin los profesores y menos contra los profesores. Afirmar,
por ejemplo, que la reforma se hará, pase lo que pase, contra todo, solo
exhibe escasa sensibilidad y vano afán de cambio.
Nos guste o no, la
educación escolar real, la verdadera, es
producto del trabajo cotidiano de los profesores, de los buenos y de los malos
(de ambos abundan), no de quienes toman decisiones o pretenden tomarlas.
Responsables y razones no es ahora tema, pero si ellos, las maestras, los
maestros no están convencidos, preparados y motivados,
esos agoreros del éxito ya pueden cantar victoria,
nosotros, que miramos pacientemente impacientes la historia del presente de la
educación, apuntaremos un habitante más
en el extenso panteón de las reformas estériles.
Publicado en Educación a debate
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