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miércoles, 6 de febrero de 2013


La reforma: hechos y palabras
JUAN CARLOS YÁÑEZ

No son las palabras las que definen las acciones ni las intenciones, necesariamente; no en el campo de la política, menos aún en un país llamado México. Las palabras son imprescindibles, quede claro. Pueden ser como puñales o balas, sin duda, sobre todo si son escritas por quien las profiere con absoluta convicción.

Por eso resulta bobo, ingenuo, irritante, irrisorio (un poco de todo ello) escuchar a quienes defienden tal o cual postura diciendo, por ejemplo: no se trata de privatizar la educación (o Pemex, o el Seguro Social, en otro momento), invertiremos como nunca en las escuelas, no se trata de correr a ningún profesor de su empleo, nadie dijo que vamos a incrementar el desempleo, no pretendemos empeorar la situación del país y pavadas así.

Nunca nadie lo dijo, ni en campaña ni sentado orondamente en el poder, pero muchas veces ocurrió, porque lo afirmado con tonadas melifluas, con juegos de palabras, trampas legales o mentiras impunes, luego se convirtió en hechos contundentes: aumentaron los despidos, las cuotas escolares, los precios; vinieron los recortes en áreas sociales, los apretones del cinturón para la gran mayoría. Un ejemplo dolorosamente reciente y próximo es ahora España y Mariano Rajoy.

Aquí sucede de nuevo con la reforma educativa. Los defensores convencidos y los defensores de oficio apelan a los mismos argumentos. Y los presuntos ofendidos o agredidos contraatacan. Nosotros, los ciudadanos, en medio, debemos tenerlo claro: no podemos fiarnos a ciegas de su palabra a la que tantas veces faltaron en la historia. Nadie dijo que son imbéciles, pero tampoco deben creer que nosotros lo seamos; no, por favor. La historia es bien simple, unos y otros la ignoran o no quieren recordarla: las reformas educativas no se pueden hacer, nunca se hicieron, sin los profesores y menos contra los profesores. Afirmar, por ejemplo, que la reforma se hará, pase lo que pase, contra todo, solo exhibe escasa sensibilidad y vano afán de cambio.

Nos guste o no, la educación escolar real, la verdadera, es producto del trabajo cotidiano de los profesores, de los buenos y de los malos (de ambos abundan), no de quienes toman decisiones o pretenden tomarlas. Responsables y razones no es ahora tema, pero si ellos, las maestras, los maestros no están convencidos, preparados y motivados, esos agoreros del éxito ya pueden cantar victoria, nosotros, que miramos pacientemente impacientes la historia del presente de la educación, apuntaremos un habitante más en el extenso panteón de las reformas estériles. Publicado en Educación a debate

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