El dilema de la autonomía
del INEE
Tatiana Coll
Este país
nuestro es bastante peculiar en cuanto a las formas y el fondo de los mensajes
políticos emitidos desde el Estado. Cuando Carlos Salinas de Gortaria llevó al
apogeo los procesos de desnacionalización, al mismo tiempo llenó de unas
inmensas banderas nacionales el país, proclamando su gran patriotismo. Ahora
que se ha asentado constitucionalmente la autonomía del Instituto Nacional para
la Evaluación de la Educación (INEE) es cuando menos autónomo será.
Ahora que el
INEE es autónomo, las discusiones decisivas sobre la reforma educativa suceden
tras bambalinas, entre las diferentes instituciones y personajes involucrados,
tanto del gobierno como de la Cámara de Diputados y empresarios, discusiones
soterradas, que a veces se transminan como rumores, de las cuales no sabemos
nada cierto, hasta que en fast-track se aprueben las leyes secundarias. El INEE
gracias a su autonomía entró al closet de la simulación, una de las más
conocidas expertisses de Emilio Chuayffet. Método típico de la política
mexicana que evade los verdaderos debates con todos los actores involucrados.
La simulación ha quedado plasmada en lo que hasta ahora se conoce como la
propuesta de leyes secundarias que se está discutiendo: en el artículo sexto
sobre las funciones del INEE se establece que diseñará todo lo relativo a las
evaluaciones en el sistema, pero en el artículo séptimo se delimita que
solicitará a la SEP los indicadores, estándares y demás elementos que integran
los procesos de evaluación. ¿Qué será? ¿Diseñará o solicitará? ¿Autonomía o legitimación?
Ahora que el
INEE es autónomo nos preguntamos qué tanto de la experiencia acumulada y
conclusiones alcanzadas antes de su autonomía estará dispuesto a incorporar en
sus actuales decisiones. El problema de la autonomía de un órgano evaluador de los
procesos educativos no es trivial. Se refiere, en última instancia, a la
capacidad que genere el mismo para no vincular y sujetar los criterios,
elementos, variables y condiciones de la evaluación con el conjunto de fines
políticos gubernamentales y empresariales. Sobre todo en este caso en el que
hablamos del control total sobre el ingreso, promoción y permanencia de los
maestros.
Desde el
primer informe del INEE, presentado en noviembre de 2003, hasta el último
voluminoso Panorama educativo de México/2012, han venido analizando de manera
exhaustiva todos los indicadores y pruebas aplicadas nacionalmente en
diferentes momentos y cruzadas con variables diversas, escalas de todo tipo,
para llegar invariablemente a una misma conclusión: que los niveles de
aprendizaje en el sistema básico (SEB) están, se mantienen y reproducen
constantemente en relación directa al grado de desigualdad social, pobreza y
marginación que prevalece en el país, sin que se visualice ninguna medida
verdaderamente eficiente para cambiar la situación.
El INEE ha
sostenido esta conclusión año tras año y Mario Rueda, su último director antes
de ser autónomo, señaló claramente que “romper los círculos ‘no virtuosos’ de
una creciente estratificación social del sistema de enseñanza que ofrecen
escuelas y docentes con mayor rezago a la población más vulnerable debe ser
prioridad para todos los sectores involucrados en la educación”. De nuevo
subrayó el hecho insoslayable de que 45 por ciento de las escuelas primarias
son multigrado, es decir, que un solo maestro atiende todos los grados, y
operan en condiciones de virtual abandono. La desigualdad es la característica
central del SEB.
¿Qué va a
hacer el nuevo INEE autónomo con esta significativa conclusión sustentada con
infinidad de datos duros? ¿Va a comprometerse en que es posible y justo evaluar
a los maestros y alumnos con pruebas estandarizadas de opción múltiple?
¿Evaluar a los desiguales como si fueran iguales? La clave de estas preguntas
radica esencialmente en aceptar y establecer estándares nacionales iguales para
todo el sistema. Los estándares son el centro de la evaluación, ya que
convierten el proceso de aprendizaje en indicadores medibles, construidos en
función de una hábil reducción del conocimiento a habilidades cognitivas específicas
que pueden expresarse en una prueba de opción múltiple. Los estándares
homogeneizan, empobrecen e instrumentalizan el proceso educativo. El INEE no
autónomo apuntó hacia la imposibilidad de construir estándares homogéneos en
medio de la desigualdad educativa.
Dos
elementos importantes para calibrar la autonomía del INEE: en primer lugar, con
quién y cómo debate y consensa su propuesta, y en segundo, si reconoce la
validez de que no pueden construirse estándares uniformes en el país de la gran
desigualdad.
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