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martes, 13 de agosto de 2013

Jóvenes profesionistas optan por "vivir del semáforo" pues no hay oportunidades de empleo
   
Tania L. Montalvo     

Con la luz del semáforo en rojo comienza a sonar la música africana y Anel baila frente a tres filas de autos que esperan por seguir su camino. Cuenta veinte segundos para pasar entre los carriles y recoger el pago de los conductores por el espectáculo.

La joven, de 27 años, se ve atrapada entre autos que intentan avanzar con la luz verde, se nota que todavía es nueva en “el semáforo”, como llaman a esta actividad con la que comenzó hace apenas 15 días, cuando su liquidación dejó de ser suficiente para pagar la renta de un departamento y tuvo que regresar a vivir con su mamá.

Con una licenciatura en mercadotecnia, Anel trabajó por casi cinco años en una agencia de publicidad en donde tenía un sueldo de 13 mil pesos mensuales por ser la encargada de capacitación y administración de personal.

Ya se cumplieron cuatro meses desde que la empresa cerró y tras al menos treinta entrevistas de trabajo y más de cincuenta curriculums enviados, Anel decidió tomar la oferta de unos amigos de bailar música africana y “vivir del semáforo” para tener lo que ella llama, “un ingreso digno”.

La mitad de la población mexicana tiene entre 15 y 29 años de edad, según cifras del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI). Los datos oficiales indican que México es un “país joven”, aunque es justo ese sector el más afectado en materia laboral pues la tasa de desempleo juvenil duplica a la de la población adulta, según la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo.


Entre los adultos de más de 30 años, la tasa de desempleo es del 3.5%, pero entre jóvenes de 20 a 29 años de edad es del 8.7%.

“Muchos nos juzgan y nos dicen que por qué estamos en la calle, que deberíamos buscar trabajo, pero lo cierto es que lo hacemos y no hay trabajo o es muy mal pagado. La verdad es que haciendo semáforo sí se perciben ingresos, sí se gana dinero así y es un trabajo, es una forma honesta de vivir cuando no hay otras opciones o las que tienes son trabajando más de ocho horas diarias con un salario miserable”, dice Anel.

Esta joven ve en el semáforo una buena opción de empleo, dice que lo mínimo que ella y los músicos que la acompañan sacan en un día completo de trabajo son 800 pesos por entre seis y ocho horas de estar tocando y bailando en diferentes cruces viales de la Ciudad de México, por lo que al dividir las ganancias, se lleva 200 pesos diarios. “Lo suficiente para comer algo, tener para el transporte a mi casa o por sí necesito ir a algún lado a una entrevista”. Hasta para nuevas impresiones de curriculums, bromea.

Mientras Anel recorre los autos a veces se topa con automovilistas que le faltan al respeto. Cuenta que alguna vez un señor le arrebató la bolsa en la que acumula las monedas y le gritó que dejara de mendigar para drogarse.

“Es un peligro estar en la calle. La gente cree que hacemos esto para comprar droga, alcoholizarnos y la verdad es que no. Mi situación es simple: no tengo trabajo, pero hay banda que lo hace también porque no tiene escuela, aquí sabemos que la UNAM (Universidad Nacional Autónoma de México) o el Poli (Instituto Politécnico Nacional) desgraciadamente no cumplen con lo que se necesita para que todos pueden estudiar y entonces hay que buscar un trabajo que muchas veces no se encuentra más que aquí, en el semáforo, y eso es un trabajo, aunque nos cuenten como un ni-ni”.

Aunque el Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación (Conapred) lo reconoce como un acto discriminatorio, se conoce popularmente como ni-nis a los jóvenes que ni estudian ni trabajan.

Cifras del INEGI indican que el 26% de los jóvenes de entre 20 y 29 años de edad no estudian o trabajan, aunque el Instituto aclara que ese porcentaje podría ser menor debido a que un “número importante” de esa población se dedica a actividades en el hogar.

Sin embargo, según la Organización para la Cooperación y Desarrollo Económicos (OCDE), México es el país con el tercer porcentaje más alto de jóvenes que ni estudian ni trabajan de entre los 34 países miembro.

Según el informe Panorama de la educación 2013 de ese organismo multinacional, el 24.7% de los jóvenes mexicanos no tienen actividades.

“El semáforo fue una salida, pero no una fácil”

César lleva cuatro años “haciendo semáforo”. Comenzó a los 22 años, cuando perdió su trabajo como repartidor de un restaurante de comida corrida en el centro histórico de la Ciudad de México.

Llegó de Veracruz a los 18 años para estudiar Filosofía, Historia o Ciencia Política pero no logró ingresar a la UNAM o a alguna universidad pública y se sumó a la lista de jóvenes rechazados de las instituciones de educación superior.

En 2013, la Secretaría de Educación Pública (SEP) reconoció que al menos 200 mil jóvenes se quedaron sin un lugar para continuar con sus estudios universitarios y aunque inició un programa emergente, apenas pudo ofrecer 20 mil sitios para ellos.

César tenía el plan de trabajar para pagar una universidad privada, pero no lo logró. Cuando perdió su empleo intentó buscar alguna otra cosa pero nada superaba los 900 pesos semanales que le pagaban en el pequeño restaurante, así que comenzó a hacer malabares con bolos y clavas en diferentes cruces viales.

Actualmente, César acumula 200 pesos por tres horas de trabajo de lunes a jueves, los fines de semana ese monto se duplica, por lo que trabajando hasta ocho horas de cada viernes, sábado y domingo, obtiene un ingreso aproximado de 2,500 pesos.

“Tenía un plan pero lo tuve que cambiar. No hay trabajo bien pagado. Trabajé bastante tiempo, pero los trabajos no están chidos, pasé de estar mal pagado por un trabajo de ocho horas a uno en el que controlas el tiempo y te va bien. El semáforo fue una salida, pero no una fácil, hay que invertirle tiempo, entrenar, y estar aquí”, cuenta.

“Yo de aquí tengo que sacar para mi plan de vida y es lo que hago”. Alessandra, joven que trabaja en un semáforo del DF.

Para César, lo más difícil de vivir del semáforo es encontrar “una buena esquina”, en la que además de que haya buena afluencia de coches, se pueda llegar a un acuerdo con vendedores ambulantes y limpiaparabrisas.

No existen cifras oficiales sobre el número de jóvenes que hayan decidido emplearse haciendo malabares o bailando en semáforos, pero según la Organización Internacional del Trabajo (OIT), México tiene la mayor tasa de empleo informal entre las economías de América Latina, con el 59% de su población en edad productiva.

En el apartado de Trabajo del Reporte sobre la discriminación en México 2012, el Conapred indica que dentro de la informalidad predomina la presencia de mujeres, jóvenes, adultos mayores y personas con discapacidad.

Alessandra ha buscado la forma de hacer “alianzas” con vendedores de agua y de flores para no tener problemas en el semáforo mientras hace malabares.

A sus 20 años, cree que es una forma “fácil y rápida de ganar dinero” para mantenerse mientras termina de estudiar idiomas en la FES Acatlán y para después pagar una carrera en periodismo.

Con un año en el semáforo, Alessandra, quien antes fue mesera en un restaurante de la Condesa, considera que hacer semáforo no es fácil porque se requiere mucho entrenamiento, tiempo y fuerza para resistir los días malos.

“Yo me harté del trabajo, tantas horas de trabajo para ganar lo mínimo y ver cómo se hace más difícil mantenerte y hacer lo que quieres para ti. Yo lo hago (trabajar en semáforo) para ganar dinero y mantenerme pero ahora también por gusto, porque esto es un arte”.

Según Conapred, en México los jóvenes optan por el subempleo y el empleo informal como las mejores vías de acceso al mercado de trabajo, con lo que se “arrinconan en la precariedad laboral”.

La joven invierte 100 pesos diarios para viajar de Cuautitlán Izcalli en el Estado de México a la delegación Benito Juárez o Cuauhtémoc en el Distrito Federal, en donde suele escoger diferentes cruces viales para malabarear.

Ese gasto la obliga a trabajar más horas para quedarse con mínimo 200 pesos cada día y al igual que César, labora más de ocho horas los fines de semana porque es cuando más ingresos obtiene.

“Al principio es difícil. No es cualquier cosa meterse a un semáforo, pero es un trabajo, es una forma de ganar dinero y por eso la gente paga. Es obvio que nos entrenamos para hacerlo bien. No hay muchas opciones de trabajo y más nos vale a los que lo hacemos disfrutarlo por eso. Yo de aquí tengo que sacar para mi plan de vida y es lo que hago”.


Alessandra también ve al semáforo como un centro de entrenamiento. Dice que no le preocupa lo que pueda venir después porque por ahora, ya encontró un trabajo, en donde combina el arte con “una buena forma” de tener un ingreso para subsistir.  (R) Educación Contracorriente 2013           

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