Jóvenes
profesionistas optan por "vivir del semáforo" pues no hay
oportunidades de empleo
Tania L. Montalvo
Con la luz del
semáforo en rojo comienza a sonar la música africana y Anel baila frente a tres
filas de autos que esperan por seguir su camino. Cuenta veinte segundos para
pasar entre los carriles y recoger el pago de los conductores por el
espectáculo.
La joven, de 27
años, se ve atrapada entre autos que intentan avanzar con la luz verde, se nota
que todavía es nueva en “el semáforo”, como llaman a esta actividad con la que
comenzó hace apenas 15 días, cuando su liquidación dejó de ser suficiente para
pagar la renta de un departamento y tuvo que regresar a vivir con su mamá.
Con una
licenciatura en mercadotecnia, Anel trabajó por casi cinco años en una agencia
de publicidad en donde tenía un sueldo de 13 mil pesos mensuales por ser la
encargada de capacitación y administración de personal.
Ya se cumplieron
cuatro meses desde que la empresa cerró y tras al menos treinta entrevistas de
trabajo y más de cincuenta curriculums enviados, Anel decidió tomar la oferta
de unos amigos de bailar música africana y “vivir del semáforo” para tener lo
que ella llama, “un ingreso digno”.
La mitad de la
población mexicana tiene entre 15 y 29 años de edad, según cifras del Instituto
Nacional de Estadística y Geografía (INEGI). Los datos oficiales indican que
México es un “país joven”, aunque es justo ese sector el más afectado en
materia laboral pues la tasa de desempleo juvenil duplica a la de la población
adulta, según la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo.
Entre los adultos
de más de 30 años, la tasa de desempleo es del 3.5%, pero entre jóvenes de 20 a
29 años de edad es del 8.7%.
“Muchos nos
juzgan y nos dicen que por qué estamos en la calle, que deberíamos buscar
trabajo, pero lo cierto es que lo hacemos y no hay trabajo o es muy mal pagado.
La verdad es que haciendo semáforo sí se perciben ingresos, sí se gana dinero
así y es un trabajo, es una forma honesta de vivir cuando no hay otras opciones
o las que tienes son trabajando más de ocho horas diarias con un salario
miserable”, dice Anel.
Esta joven ve en
el semáforo una buena opción de empleo, dice que lo mínimo que ella y los
músicos que la acompañan sacan en un día completo de trabajo son 800 pesos por
entre seis y ocho horas de estar tocando y bailando en diferentes cruces viales
de la Ciudad de México, por lo que al dividir las ganancias, se lleva 200 pesos
diarios. “Lo suficiente para comer algo, tener para el transporte a mi casa o
por sí necesito ir a algún lado a una entrevista”. Hasta para nuevas
impresiones de curriculums, bromea.
Mientras Anel
recorre los autos a veces se topa con automovilistas que le faltan al respeto.
Cuenta que alguna vez un señor le arrebató la bolsa en la que acumula las
monedas y le gritó que dejara de mendigar para drogarse.
“Es un peligro
estar en la calle. La gente cree que hacemos esto para comprar droga,
alcoholizarnos y la verdad es que no. Mi situación es simple: no tengo trabajo,
pero hay banda que lo hace también porque no tiene escuela, aquí sabemos que la
UNAM (Universidad Nacional Autónoma de México) o el Poli (Instituto Politécnico
Nacional) desgraciadamente no cumplen con lo que se necesita para que todos
pueden estudiar y entonces hay que buscar un trabajo que muchas veces no se
encuentra más que aquí, en el semáforo, y eso es un trabajo, aunque nos cuenten
como un ni-ni”.
Aunque el Consejo
Nacional para Prevenir la Discriminación (Conapred) lo reconoce como un acto
discriminatorio, se conoce popularmente como ni-nis a los jóvenes que ni
estudian ni trabajan.
Cifras del INEGI
indican que el 26% de los jóvenes de entre 20 y 29 años de edad no estudian o
trabajan, aunque el Instituto aclara que ese porcentaje podría ser menor debido
a que un “número importante” de esa población se dedica a actividades en el
hogar.
Sin embargo,
según la Organización para la Cooperación y Desarrollo Económicos (OCDE),
México es el país con el tercer porcentaje más alto de jóvenes que ni estudian
ni trabajan de entre los 34 países miembro.
Según el informe
Panorama de la educación 2013 de ese organismo multinacional, el 24.7% de los
jóvenes mexicanos no tienen actividades.
“El semáforo fue
una salida, pero no una fácil”
César lleva
cuatro años “haciendo semáforo”. Comenzó a los 22 años, cuando perdió su
trabajo como repartidor de un restaurante de comida corrida en el centro
histórico de la Ciudad de México.
Llegó de Veracruz
a los 18 años para estudiar Filosofía, Historia o Ciencia Política pero no
logró ingresar a la UNAM o a alguna universidad pública y se sumó a la lista de
jóvenes rechazados de las instituciones de educación superior.
En 2013, la
Secretaría de Educación Pública (SEP) reconoció que al menos 200 mil jóvenes se
quedaron sin un lugar para continuar con sus estudios universitarios y aunque
inició un programa emergente, apenas pudo ofrecer 20 mil sitios para ellos.
César tenía el
plan de trabajar para pagar una universidad privada, pero no lo logró. Cuando
perdió su empleo intentó buscar alguna otra cosa pero nada superaba los 900
pesos semanales que le pagaban en el pequeño restaurante, así que comenzó a
hacer malabares con bolos y clavas en diferentes cruces viales.
Actualmente,
César acumula 200 pesos por tres horas de trabajo de lunes a jueves, los fines
de semana ese monto se duplica, por lo que trabajando hasta ocho horas de cada
viernes, sábado y domingo, obtiene un ingreso aproximado de 2,500 pesos.
“Tenía un plan
pero lo tuve que cambiar. No hay trabajo bien pagado. Trabajé bastante tiempo,
pero los trabajos no están chidos, pasé de estar mal pagado por un trabajo de
ocho horas a uno en el que controlas el tiempo y te va bien. El semáforo fue
una salida, pero no una fácil, hay que invertirle tiempo, entrenar, y estar
aquí”, cuenta.
“Yo de aquí tengo
que sacar para mi plan de vida y es lo que hago”. Alessandra, joven que trabaja
en un semáforo del DF.
Para César, lo
más difícil de vivir del semáforo es encontrar “una buena esquina”, en la que
además de que haya buena afluencia de coches, se pueda llegar a un acuerdo con
vendedores ambulantes y limpiaparabrisas.
No existen cifras
oficiales sobre el número de jóvenes que hayan decidido emplearse haciendo
malabares o bailando en semáforos, pero según la Organización Internacional del
Trabajo (OIT), México tiene la mayor tasa de empleo informal entre las
economías de América Latina, con el 59% de su población en edad productiva.
En el apartado de
Trabajo del Reporte sobre la discriminación en México 2012, el Conapred indica
que dentro de la informalidad predomina la presencia de mujeres, jóvenes,
adultos mayores y personas con discapacidad.
Alessandra ha
buscado la forma de hacer “alianzas” con vendedores de agua y de flores para no
tener problemas en el semáforo mientras hace malabares.
A sus 20 años,
cree que es una forma “fácil y rápida de ganar dinero” para mantenerse mientras
termina de estudiar idiomas en la FES Acatlán y para después pagar una carrera
en periodismo.
Con un año en el
semáforo, Alessandra, quien antes fue mesera en un restaurante de la Condesa,
considera que hacer semáforo no es fácil porque se requiere mucho
entrenamiento, tiempo y fuerza para resistir los días malos.
“Yo me harté del
trabajo, tantas horas de trabajo para ganar lo mínimo y ver cómo se hace más
difícil mantenerte y hacer lo que quieres para ti. Yo lo hago (trabajar en
semáforo) para ganar dinero y mantenerme pero ahora también por gusto, porque
esto es un arte”.
Según Conapred,
en México los jóvenes optan por el subempleo y el empleo informal como las
mejores vías de acceso al mercado de trabajo, con lo que se “arrinconan en la
precariedad laboral”.
La joven invierte
100 pesos diarios para viajar de Cuautitlán Izcalli en el Estado de México a la
delegación Benito Juárez o Cuauhtémoc en el Distrito Federal, en donde suele
escoger diferentes cruces viales para malabarear.
Ese gasto la
obliga a trabajar más horas para quedarse con mínimo 200 pesos cada día y al
igual que César, labora más de ocho horas los fines de semana porque es cuando
más ingresos obtiene.
“Al principio es
difícil. No es cualquier cosa meterse a un semáforo, pero es un trabajo, es una
forma de ganar dinero y por eso la gente paga. Es obvio que nos entrenamos para
hacerlo bien. No hay muchas opciones de trabajo y más nos vale a los que lo
hacemos disfrutarlo por eso. Yo de aquí tengo que sacar para mi plan de vida y
es lo que hago”.
Alessandra
también ve al semáforo como un centro de entrenamiento. Dice que no le preocupa
lo que pueda venir después porque por ahora, ya encontró un trabajo, en donde
combina el arte con “una buena forma” de tener un ingreso para subsistir. (R) Educación Contracorriente 2013
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