Educación: ¿formar o capacitar?
Simón
Vargas Aguilar*
Desde hace poco más
de dos décadas, estudiantes
de todo el mundo han sido sometidos a diversas evaluaciones internacionales
estandarizadas, diseñadas y coordinadas por agencias
internacionales, con el objetivo de recoger información
sobre su nivel de progreso en la adquisición de conocimientos y habilidades para
participar activa y plenamente en la sociedad moderna. Sin embargo, dichos
conocimientos y habilidades evaluados obedecen a la lógica
económica neoliberal, cuyo principal interés
es conocer el grado de articulación de la educación
con la economía.
De acuerdo con teóricos
como Carter y O’Neill, el paradigma neoliberal en la
educación pretende “mejorar
las economías nacionales a través
de vínculos entre escolarización,
productividad y mercado (…) mejorar el aprendizaje relacionado a
las competencias y destrezas que requiere el mundo laboral (…)
lograr un mayor control de los sistemas educativos sobre los contenidos
curriculares y la evaluación (…)
y reducir el gasto del gobierno”. En este sentido, las pruebas
internacionales constituyen un factor importante para alcanzar dichos
objetivos, y se les ha dado a este tipo de evaluaciones legitimidad y poder
para ser los ejes articuladores de la política educativa.
En nuestro país,
a finales de la década de 1980 se acordó
la participación del sistema educativo en tres
programas de pruebas internacionales, Timss, Llece y PISA, atendiendo a las
recomendaciones de organismos financieros internacionales. A este respecto,
Noam Chomsky afirma que “no es posible conocer ni explicar los
objetivos de los programas y políticas públicas
de Latinoamérica sin considerar las recomendaciones
de las agencias internacionales, que detallan cada área
de la vida de los países…”
Año
con año, la publicación
de los resultados obtenidos por los estudiantes mexicanos es motivo de crítica
al sistema educativo nacional, por la cual los maestros son señalados
como los principales responsables de la mala calidad educativa reflejada en
rankings internacionales. Bajo esta lógica, algunas organizaciones de la
sociedad civil justifican sus afanes privatizadores señalando
que tardaremos 50 años para alcanzar el promedio de la OCDE
en matemáticas, y 327 para estar a la altura de
Shanghai.
Los magros resultados
de las pruebas estandarizadas comparativas de carácter
internacional buscan incidir en un proceso de selección
natural de los alumnos –para que sólo
quienes cumplen ese perfil, de acuerdo con sus lineamientos y necesidades,
puedan avanzar en el sistema educativo–, en la disminución
de la planta docente, y del eventual abandono del Estado para con la educación
pública, en favor de la privatización
de ésta, la cual, según la OCDE, representa un presupuesto
anual de 30 mil millones de dólares, y tiene una proyección
de 263 millones de estudiantes a nivel global para 2025.
Evaluar el desempeño
de los estudiantes, así como la calidad de la educación
que imparten los docentes a través de pruebas estandarizadas, tiene
efectos perniciosos, ya que académicos e investigadores han señalado
que, en materia de evaluación, lo que se mide es la condición
socioeconómica del estudiante, no su
inteligencia, al reconocer que 80 por ciento del resultado del aprendizaje
corresponde a las condiciones socioeconómicas de la vida de las familias de los
alumnos. A este respecto, Robert Glaser, sicólogo
estadunidense que contribuyó a la creación
de las pruebas estandarizadas, afirmó que éstas
no miden lo que los alumnos saben, sino la capacidad de recordar
procedimientos, o reconocer un resultado cuando se les presentan opciones múltiples.
La calidad educativa
no es equivalente al puntaje en una prueba estandarizada, la presión
que éstas generan ha contribuido a la desigualdad y la segmentación
social; además, hace que la enseñanza
en el aula se enfoque a la preparación de los alumnos para resolverlas,
dejando de lado elementos fundamentales de una formación
integral como aprender a pensar, a respetar, a vivir con otros, a cuestionarse,
así como el desarrollo moral, afectivo y social.
Por ello, es urgente
replantear los objetivos, la metodología y los contenidos de las evaluaciones,
dejando de lado los estándares, en beneficio de los alumnos y
los maestros, quienes deben ser valorados como señala
Andy Hargreaves: un recurso de alto calibre y un socio responsable para la
modernización educativa.
*Presidente de
Educación y Formación
con Valores AC y analista en temas de seguridad, educación
y justicia. Publicado en La Jornada
No hay comentarios:
Publicar un comentario